VALÈNCIA. Cada parte del cuerpo, una emoción. Esa era, al menos, la idea con la que arrancó Anatomía de las emociones (Lunwerg, 2021), el último trabajo de la polifacética artista Alejandra G. Remón. Al final, sin embargo, desistió, porque «quizá para mí una mano significa apoyo, y para otras personas, por sus circunstancias, un dogma o poder». Sabía que quería hablar de emociones, sí, pero pronto se dio cuenta de que quería hacerlo sin catalogarlas. El resultado de tal voluntad es un libro que intercala textos cortos, textos largos, collage e ilustraciones. «Todo aquello que iba recopilando que estuviera enraizado con la emoción», advierte Remón. La interpretación, a partir de ahora, corre a cargo de quien abra el libro y se zambulla entre sus páginas.
—Hablas de las emociones en un momento donde la salud mental está especialmente en boga. ¿Por qué crees que hay cierta tendencia a exponer ahora esas emociones?
—No tengo ni idea. El germen fue anterior a la pandemia. De hecho, desde mi primer libro, siempre he hablado de emociones, amor, desamor, frustración, ilusiones… A veces directa, y otras indirectamente. Muy inconscientemente en la mayoría de las cosas, y quizá de manera más consciente ahora.
Entiendo que es muy necesario (y bastante inspirador) retomar la conciencia de quiénes somos y cómo somos para poder trabajar sobre ello y que puedan producirse cambios. Estamos viendo que en nuestra sociedad hay muchas grietas, fallos y taras que tienen su origen, de manera psicológica, en recuerdos, circunstancias… y sin reconocer de dónde venimos es difícil cambiarlo. Hay que hacer retrospectiva, analizarlo casi como una autoevaluación. La pandemia lo ha acentuado, pero es un camino que llevamos transitando desde hace unos años.
—Anatomía de las emociones se centra mucho en el desamor, pero al mismo tiempo también supone un canto a la vida y a la acción: a tomar las riendas. ¿Por qué esa dualidad?
—Porque las personas somos un collage de emociones. Ni somos toda alegría, ni toda pena; ni somos todo intensidad, ni todo despropósito. Tenemos de todo, y durante el día podemos sentir emociones muy diferentes en tan solo 24 horas. No todos los días son felices, pero sí se puede haber momentos felices dentro de un día.
Sucede lo mismo a la hora de escribir: a veces escribo de una manera más luminosa, y otras guiada por el pensamiento crítico sobre mí misma por las cosas que vivo, observo, leo o aprendo. Al final, creo que cuando estás abierta a recibir y captar lo que hay en el exterior, de alguna forma sientes la necesidad de pasar todo eso por tu propio filtro y exponerlo. Es lo que a mí me pasa. No porque yo tenga la verdad absoluta, para nada [ríe], pero creo que compartir situaciones o emociones que puedo sentir con personas que pueden experimentar algo parecido ayuda mucho.
El ser humano es así: somos sociales, estamos vivos. Rezumamos emociones y cualquier persona es proclive a ser empática con otra. El dolor es una de las emociones que más «se pegan». Tú ves a una persona llorando, y es mucho más fácil sentir ese pesar que alegrarnos cuando vemos a alguien muy contento. Conectamos más con la tristeza. Esa conexión es lo que, de forma indirecta, hago al escribir mis libros. Algunas personas me han dicho: «Me siento comprendida. Es como recibir un abrazo de alguien ajeno, pero sé de lo que hablas: conecto con lo que dices». Eso es muy halagador.
—¿En qué se diferencia Anatomía de las emociones de tus trabajos previos?
—Hay una evolución clara. Mis libros viven en un universo muy personal que es el mío. Galopan entre la idea gráfica y la potencia de lo escrito. A veces incluso me da miedo que estas partes interfieran entre ellas, pero creo que eso es lo que lo hace especial.
Recuerdo que mi editor me dijo que, solo con los textos, como un libro de poesía con hoja blanca, Anatomía de las emociones ya funcionaría tal cual: «Ahora ya lo que tú te quieras complicar». Para mí es muy importante rodearlo de todo lo demás, de belleza, de temas que me inspiren, y otorgarle una sensibilidad que conecte un poco más con las palabras. Un marco que dure para siempre en un momento donde estamos sumergidos en eso de «usar y tirar». Yo quiero que mis libros sean pequeños tesoros y joyas: que no quieras deshacerte de ellos.
Y para eso hay que trabajar mucho. Aunque a veces quiera tirar la toalla, o esté meses y semanas haciendo collage o escribiendo, al final de todas esas risas y llantos merecen la pena si el resultado es algo de lo que estoy orgullosa.
—El libro como objeto que se guarda y se atesora.
—Y me gusta sorprender. Que la gente diga: «Qué libro tan bonito». A veces recibo el comentario de «lo compré porque era muy bonito, lo leí y me gustó». Objetivo conseguido [ríe].
Sé, además, que lo que hago es tan personal, que solo puedo hacerlo yo. De hecho, es el primer libro en el que incluyo ilustraciones de otra persona, de Inés Jimm. Cuando se lo presenté, le dije: «Aquí tienes todo, te he marcado las páginas donde creo que podrías introducir algo, pero libremente, lo que te inspire, lo que te surja, lo dibujas». Con mis pautas, creo que el resultado se ha logrado. Es bonito y fresco.
A veces siento como si rozara alguna psicopatía porque tengo un afán de perfeccionamiento enorme: todo tiene que estar en armonía y todo tiene que tener un por qué. Todo está muy estudiado (todo) para expresar lo que quiero expresar.
—Hablemos ahora de redes sociales. ¿Cómo hace una para atesorar en Instagram la cantidad de 129 mil seguidores? ¿Qué responsabilidades y obligaciones conlleva?
—No lo sé, la verdad. Sí he de decir que tengo la gran suerte de que la comunidad que se ha creado alrededor es muy sana. Siempre dedico en la medida de lo posible cierto tiempo al día a responder mensajes o dudas, o a ver lo que comparte la gente.
Por un lado, me sirve, como autora, para tener un contacto directo, porque yo soy la que gestiona mis redes (nunca lo ha hecho otra persona). Por otro lado, refuerza ese realismo de que detrás de los trabajos y de ese universo personal, existe una persona de verdad, que siente, que tiene día mejores o peores, que comparte sus triunfos… Creo que pasa con personajes, actores; mediante las redes sociales «se baja a tierra», todo se hace más humano y real.
Es lo que hace que mi comunidad vaya creciendo. Estoy ahí a base de trabajo, esfuerzo y de intentar hacer las cosas bien. Además, es algo que procuro mostrar cuando preparo pedidos, cuando estoy en un evento… eso es trabajo. Y, con esfuerzo y perseverancia, puedes conseguir algo así. Luego existen muchas variables que no dependen de mí, eso de «estar en el momento adecuado en el lugar adecuado».
La fotografía, lo mismo: no considero que haga nada especial. De hecho, diría que, a día de hoy, con las redes sociales, es algo que hace todo el mundo. Todo el mundo hace de todo. Lo que prima al final para destacar es la honestidad y la individualidad compartida. La autenticidad, en definitiva, ligada a la honestidad. Pienso que pasa en mi caso: lo que ves es lo que hay. No hay más. Ninguna pretensión de hacer nada diferente. Aspiro a seguir trabajando en lo que me vibre en ese momento, en lo que creo que tenga que hacer. Y la vida irá marcando el camino.
—Se acuña a veces el término «poesía de Instagram» para definir textos cortos, con cierta estructura. No sé si alguna vez has escuchado críticas hacia los textos que se vierten en Instagram, y cómo te defiendes de los prejuicios en este sentido.
—Yo hago prosa poética, que tiene una estructura o musicalidad al leerla en voz alta. Te das cuenta de la sonoridad, de que tiene un ritmo no pautado. Está ahí: lo notas.
De todas formas, creo que la poesía es la rama más libre de todas en la literatura. En ese aspecto, hay tipos de poesía de la misma forma que hay tipos de personas, géneros en el cine, o estilos de vestir. Todo tiene cabida, y habrá personas que consuman unas cosas u otras dependiendo de sus gustos. Pero no creo que tenga menor valor. Hay cosas que puedan parecer más fáciles, sí; o gente que se pueden aprovechar de ciertas circunstancias, sí. Pero puede pasar en cualquier gremio.