VALÈNCIA. Parte Yucatán del empeño personal de Daniel Monzón en hacer una comedia con Luis Tosar. Después de trabajar juntos en Celda 211 y El niño, el director mallorquín tenía la sensación de que no se había todavía explotado la vis cómica del actor. A partir de ahí comenzó a imaginar. Quería convertirlo en un pillo, y se le ocurrió que podría encajar en una película de estafadores. Al crucero llegó después, quería que se desarrollara en un espacio cerrado del que los personajes no pudieran salir, y el barco le daba la oportunidad de viajar, de pasar por diferentes lugares sin salir en realidad de ese microcosmos tan particular como excéntrico y heterogéneo.
El resultado es una de las películas más libres e inesperadas del cine español reciente. Daniel Monzón compone una aventura marítima en la que caben todos los géneros habidos y por haber. El musical, la intriga, el misterio, el enredo, el disparate y, para rematar, la reflexión política y también humana. En definitiva, una película que se nutre de los clichés precisamente para hacerlos saltar por los aires y conseguir a través de ellos diseñar algo completamente diferente, fresco y, sobre todo sorprendente, una característica poco frecuente en el cine español actual tendente a la repetición de esquemas predeterminados que alguna vez funcionaron.
Y es que Yucatán es una de esas películas en la que nunca sabes qué va a pasar a continuación. El director junto con Jorge Guerricaechevarría elabora un guion de una enorme complejidad en el que maneja una gran cantidad de personajes que se encuentran siempre de un lado para otro, apareciendo y desapareciendo, perfectamente orquestados bajo la batuta de una narración llena de capas y de giros en la que no hay lugar para el descanso.
Tosar interpreta a Lucas, un estafador especializado en cruceros que se embarcará en un transatlántico por el Caribe. Aunque sus intenciones son poco claras, desde el principio tiene un objetivo a la vista: un panadero jubilado (interpretado por Joan Pera) al que le acaba de tocar el Euromillón y que ha invitado a toda su familia de vacaciones en el mar. Pero Lucas tendrá un contrincante en esa carrera donde la codicia es la verdadera protagonista. Se trata de Clayderman (Rodrigo de la Serna), que trabaja como maestro de ceremonias en el barco y con el que tiene algunas cuentas pendientes como, por ejemplo, haberle robado el amor de su exnovia Verónica (Stephanie Cayo).
Entre ambos se generará una competición sin límites en la que los golpes bajos serán la tónica general. A Monzón le interesa indagar en las miserias humanas. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar estos personajes por dinero?
En realidad, podríamos considerar Yucatán como una fábula moral en torno a la dignidad y la ambición. No resulta casual que la película termine con una referencia a Lehman Brothers, justo antes de que el sistema económico mundial se colapsara y se entrara en una crisis de la que todavía no se ha podido salir. Monzón quiere retratar ese momento de desvarío en el que se había establecido una relación errónea entre las personas y el dinero, el despilfarro y las ansias de acumular y aparentar.
Por eso resulta fundamental la figura de Antonio, ese panadero sencillo que no encuentra en el dinero la satisfacción que arrastra a Lucas y Clayderman. Porque en realidad de lo que habla Yucatán es de la necesidad de replantearnos nuestro sistema de valores y darle importancia a las cosas que realmente merecen la pena y que no se encuentran contaminadas por las envidias, las mentiras y los sentimientos rastreros.
Monzón siempre ha sido un fabuloso contador de historias. En sus últimas películas había optado por un registro más realista, sin embargo, aquí vuelve a dejarse llevar por la imaginación y crea todo un mundo alrededor de ese barco y esos personajes. Yucatán es pura fusión. Todo es susceptible de ser hibridado en esa coctelera de referencias que maneja Monzón, que como buen cinéfilo y mejor narrador sabe cómo introducir el elemento necesario para que el espectáculo nunca decaiga.
Pero, además, de ser una comedia entretenidísima, energética y trotona, Yucatán también alcanza un nivel de emoción inesperado gracias al personaje de Joan Pera, uno de los grandes descubrimientos de la película a pesar de la larga trayectoria del actor catalán. Sus escenas nos recuerdan que, entre tanta cochambre moral, también hay un espacio de esperanza en el ser humano.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz