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el tintero / OPINIÓN

Volvemos a 1941

Foto: KIKE TABERNER

Llevamos años utilizando términos como ambiente guerracivilista, políticas frente populistas y por supuesto mentando a Franco, parece que estemos en la década de los 40 del siglo pasado, y curiosamente, hay un dato que nos sitúa de pleno en esa época: la tasa de muertes de 1941 y 2018

13/12/2018 - 

El año 2000 que tanta curiosidad y noticias provocó en los últimos meses del siglo XX nos generó una imagen de cambio, de ruptura con el pasado, casi parecía que habría un abismo cuando sonaran las doce campanadas. Se habló de la adaptación tecnológica y del efecto 2000 que podía afectar a los sistemas informáticos. Finalmente, la transición de siglo fue con total normalidad y comenzamos este nuevo tiempo con la ilusión de ser cada vez más modernos, más avanzados tecnológicamente y más responsables a nivel medio ambiental.

Pero como no podía ser todo tan bonito, han ido pasando los años y en una clara involución social y política, hemos recuperado discursos que casi tienen un siglo de vida, enfrentamientos entre iguales, entre vecinos e incluso familiares por cuestiones ideológicas, sentimentales, emocionales, la inmensa mayoría ya superadas por la lógica del tiempo y por un sistema político y económico que nos ha garantizado seguridad física y jurídica y estabilidad política e institucional.

La supuesta modernidad que nos traía el siglo XXI y los tan cacareados avances en derechos, pero algunos datos nos han retrotraído en muchos aspectos a la década de los 40, justo la posguerra, ese período duro y áspero, de hambruna y miedo y con el que además compartimos un dato verdaderamente preocupante: la cifra de fallecimientos, en este 2018 han muerto 226.384 personas, en 1941 murieron 259.202 personas. La crudeza de los datos es total, es la cifra más alta después de ese lejano 1941, aunque las condiciones sean muy distintas, especialmente en esperanza de vida y calidad de la misma.

Somos conscientes de que hay una población envejecida, lo cual creo que es muy bueno porque vivimos más tiempo y en mejores condiciones, esto debería aprovecharse para trabajar más años y aportar el conocimiento y la experiencia especialmente en la vida pública. Este debate que no se ha llegado abrir, me parece esencial y lo mantuve hace unos días con un parlamentario valenciano de un partido de izquierdas. La efebocracia (o poder de los más jóvenes) reinante es letal para lograr un debate político reflexivo, sosegado, experimentado y maduro. De hecho, las estructuras de los partidos se resienten ante el ímpetu y las prisas de los nuevos líderes, que conciben la política como algo más de gestos que de gestión.

Foto: DANIEL DUART

Y si la mortalidad en España alcanza índices históricos, lo que es motivo de alarma es la baja natalidad. Aquí encontramos la clave de esa famosa pirámide poblacional invertida, nacen 179.794, de ellos el 20% son de madres extranjeras. Estos datos deben servirnos para reflexionar con seriedad y profundidad. Las políticas de fomento de la natalidad según la ministra de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, Magdalena Valerio, pasan por la estabilidad en el empleo y la contratación indefinida, sin duda es importante lo que apunta la ministra, pero me temo que no es ni la única solución ni probablemente la mejor.

La cuestión de la baja natalidad está íntimamente ligada a un cambio cultural y social que en las últimas décadas se ha consolidado, y donde la economía de mercado y su versión más agresiva, el capitalismo (tantas veces salvaje) nos ha llevado a una sociedad de consumo que valora más el poseer bienes y vivir experiencias, que tener hijos y criarlos. Acompañado de una supuesta cultura posmoderna que considera que la familia es algo del pasado y que el hecho de casarse y tener descendencia es una cosa obsoleta, llegamos al cóctel perfecto para que la natalidad descienda año tras año y estemos ante un serio problema.

Volvemos a 1941 en índices de mortalidad y algunos agentes políticos y mediáticos andan empecinados en volver en la dialéctica frentista y reduccionista propia de la Guerra Civil, algo superado por la inmensa mayoría de la población española tanto por el paso de casi un siglo como por el pacto y acuerdo generacional que supuso la Constitución de 1978 abriendo una etapa democrática sin precedentes. El recuerdo, el conocimiento de la historia y la nostalgia no deben llevarnos a la ira o el rencor, sino a ver qué cosas hicimos bien, y probablemente la familia, y no por un tema estadístico y económico, sino como agente cohesionador de la sociedad, lugar donde desarrollarse y espacio de afecto y convivencia, es uno de esos valores que no debemos perder y sí recuperar para fortalecer y asegurar el futuro de nuestra sociedad.

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