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TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO

Vidas de usar y tirar (o la felicidad en los tiempos de Ikea)

13/12/2017 - 

VALÈNCIA. Hace solo unos meses, un vecino de mis padres llamó al timbre una tarde de domingo y entró en mi casa con un metro para medir el televisor. Al acabar, respiró tranquilo y dijo: ¡El mío tiene más pulgadas! Juro que esta anécdota es cierta. Ese hombre, al que me imagino en su sofá aburrido dándole vueltas al tema, nervioso, haciendo zapping sin encontrar nada decente, se decidió al fin a coger el metro de la caja de herramientas y venir a mi casa a medir el televisor para ver cuál de los dos, mi padre o él, lo tenía más largo. Ganó. No cabía en sí de gozo. Para ese vecino, el hastío de sus largas tardes de domingo por una vez se había tornado emoción. Jamás podré olvidar su sonrisa. Había en ella una felicidad sin mácula, pura, cándida. 

El signo de nuestro tiempo es la insatisfacción. Todo nos aburre, todo nos cansa, todo nos sabe a poco. El arquitecto sueña con haber estudiado Arte Dramático para ser un espíritu libre y el actor con haber estudiado Arquitectura para tener un trabajo estable. El casado envidia a su amigo soltero por no estar atado a nadie y el soltero sueña con casarse para fundar una familia. El funcionario con viajar por todo el mundo y el nómada con comprar un pisito. Nada nos acaba de convencer: siempre nos parece que la felicidad está en el balcón de enfrente o en los asientos de cuero del coche que se ha comprado el cuñado o en algún lugar recóndito de nuestro pasado que ya no volverá.

En 1808 el escritor alemán Goethe escribió la obra Fausto basándose en un personaje literario, el doctor Fausto, que representaba la sed de conocimiento. Pero en manos de Goethe, Fausto se transformó en mucho más que eso: se convirtió en el símbolo del hombre moderno. El eterno insatisfecho que siempre necesita más. El hombre que llega a vender su alma al diablo Mefistófeles porque se aburre (existencialmente hablando) y necesita ver, ser, sentir, tenerlo todo. Vivir mil vidas, como dice la canción del rapero Nach. Necesita ser arquitecto, pintor, casado, soltero, tener un buen coche y al mismo tiempo no tener coche porque le encanta ir en bici y sentir el aire en su cara. ¿No les suena? ¿No se sienten reconocidos? ¿No es el aburrimiento el mal que nos aqueja a los pobres infelices del mundo desarrollado? Fausto, dos siglos después, sigue representándonos. Porque eso es lo que hace la buena literatura: hablar de la realidad, desenmascararla, ponerla en evidencia. 

Hoy, más que nunca, seguimos siendo Fausto, pero gracias a dios -o al diablo Mefistófeles en esta obra literaria - los millones de mujeres y hombres insatisfechos hemos encontrado una solución a nuestra desgana existencial, que no pasa por vender almas sino por comprar estanterías baratas. Ikea es el sueño de Fausto: el sueño de cambiar cada año la mesa LACK aunque sea de color. El hombre moderno ha descubierto que esos armarios de madera que duraban toda la vida y esos zapatos de piel que nuestros abuelos cuidaban con pomadas, paños y betún no le dan la felicidad. Tenerlos no produce la misma dopamina y endorfinas que el hecho de comprar nuevos, como bien sabía Emma Bovary, otra famosa insatisfecha literaria que chutaba su tedio gastando por encima de sus posibilidades. Comprando ropa y muebles para sentirse viva. Gastando hasta la ruina de la familia, y eso que todavía no existían las tarjetas de crédito.

Nuestra verdadera felicidad en el s.XXI es adquirir un armario PAX BERGSBO por solo 199 € y renovarlo cada cuatro años. ¡Total para lo que vale! Y ya de paso renovar todo el salón. Y ya que estamos, el vestuario. Reinventarse el look cada temporada en Zara o Mango: este año pitillos y al que viene hombreras, siguiendo esas modas cada vez más cortas para satisfacción del comprador en potencia. ¡Qué bien le quedan esas gafas tan modernas! ¡Mira qué sexi está con su nueva camisa de pipas y cáctus! Y es que comprar siempre alegra la cara del triste Fausto y de la vacía Bovary.

Foto: D. Reichardt

La obsolescencia programada es otro de esos regalos que el capitalismo nos entrega a los desganados del primer mundo, para que nos sintamos mejor. ¿Que tu impresora tiene un chip de vida útil de dos años? Pues convierte el problema en oportunidad: compra una nueva impresora con WIFI, 3D o lo que sea. ¡La más moderna! Reinvéntate. Con el plan renove puedes cambiar tu viejo coche por otro mejor antes de que llegue la próxima cena de empresa. Todos sabemos que las cosas dan la felicidad. Sobre todo si son cosas que podemos lucir delante de nuestro vecino, ¿no? Y ya que se trata de renovar -de que al pobre Fausto no le entre la desazón- un máster, un cursillo de chi kung o un divorcio a tiempo, pueden darte nuevas oportunidades de reinvención. Nuevas vidas para Fausto, que ha encontrado la forma de ser feliz, aunque sea por un breve tiempo: hasta que llegue la siguiente dosis de rebajas o saquen un Iphone nuevo o el chip de la tele haga que deje de funcionar. El hombre moderno ha visto satisfechas sus ansias de ver, ser, sentir, tenerlo todo. Aunque sea VER en la tele tras una larga jornada laboral, SER mil avatares en las redes sociales durante el almuerzo, SENTIR  en parque temáticos algún fin de semana y TENER una tarjeta de crédito que nos levante a hombros de nosotros mismo… si es que ese castellet es posible.

El capitalismo nos ha dado la solución a nuestros problemas existenciales. Fausto y Madame Bovary estarían contentísimos. ¡Y sin necesidad de vender el alma! 

(Bueno, no seamos cínicos: a lo mejor un poco sí que estamos vendiendo el alma, metafóricamente hablando... o no tan metafóricamente. A lo mejor todo este invento del capitalismo que consiste en trabajar y trabajar para después no poder ni siquiera… ¡Calla, Fausto, deja de darle vueltas que te vas a poner triste! ¿Y si te subes el ánimo en algún centro comercial? ¡Ya está aquí la Navidad!).

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