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LOS DÍAS DE LOS OTROS 

El diario del escritor araña: Lezama Lima

13/12/2017 - 

VALÈNCIA. Los diarios de José Lezama Lima (La Habana, 1910 – La Habana, 1976) son tan barrocos como el resto de su obra. Como su escritura. Como él mismo. El próximo 19 de diciembre se cumplen 107 años de su nacimiento y el repaso de sus Diarios -una obra breve anterior al castrismo que fue publicada hace unos años por la editorial madrileña Verbum- se antoja necesario. Lima vivió su esplendor tras la Revolución Cubana, cuando fue nombrado director del Departamento de Literatura y Publicaciones del Instituto Nacional de Cultura. Desde ese puesto gestó algunas de las más importantes colecciones de libros clásicos en español. Antes ya había brillado con luz propia con Orígenes, una revista literaria con congregó a los nombres más ilustres de las letras cubanas e internacionales: Juan Ramón Jiménez, Albert Camus, Octavio Paz, Luis Cernuda, Gabriela Mistral o Paul Éluard fueron algunos de ellos.

La década de los 60 fue, probablemente, la más fructífera para Lima. En el año 1963 conoció a Julio Cortázar. Ya se escribían (como hacían antiguamente los escritores sin internet) desde años antes. Su amistad duró tanto como su admiración. El argentino le dedicó un ensayo titulado Para llegar a Lezama Lima. Un año después, en 1964, murió la madre de Lezama con quien tenía una estrechísima relación. Antes de que acabara ese año se casó con su secretaria, Maria Luisa Bautista.

Resulta curioso que no exista registro de esta década en los diarios de Lezama. Los años que abarcan sus dos volúmenes esenciales van desde 1939 hasta 1949 (volumen 1) y desde 1956 a 1958 (volumen 2). Parecen el laboratorio, el lugar de la experiencia y la experimentación. Allí hablará de pintura, una de sus grandes aficiones, con notable entusiasmo y sin esconder filias y fobias:

 El arte de hoy es crítico, sintético. Ninguna gran pasión. Una de las tonterías más frecuentes: decir que nuestra época es tan grande como el Renacimiento.

Goya hablaba con frecuencia de los hombres biles (así, con esa falta de ortografía). Ahí en esa falta de ortografía está su delicada inocencia que hace más decisiva su acusación contra esa clase de hombres que imitan su candor de puro creador de belleza.

El contorno de Cézanne y buscar en Picasso. Un centro inmóvil, he ahí una agradable y trágica tarea. Cézanne históricamente es más grande que Picasso, pero ¿quién separa en la historia lo cuantitativo adquirido de lo cualitativo segregado? ¿Y Quién se ha tomado el trabajo de estudiar en Picasso su centro inmóvil, secreto, aquello con lo cual él nunca ha jugado ni podrá jugar? En ese sitio donde Picasso se liberó de la circunstancia histórica, habrá siempre que colocar una corona. 

También, como ocurre con muchos de los diarios, se convierte en un depósito de sueños, un lugar para volcarlos y, por qué no, analizarlos más tarde. Uno de los más siniestros e inquietantes es este que relata:

Tripulo un enorme toro. Ni lo cabalgo en paseo dominical, ni tampoco es el toro negro del destino imposible (…) Mi cuerpo impulsado hacia los cuernos, por la impulsión frenética del animal, se asoma al abismo un tanto frio, pues las rocas parecen grandes y geométricos trozos de hielo. Doy un salto en el momento en que ya el toro hinchado se precipita, y yo no solo me aseguro en terreno frío pero firme, sino que contemplo con frialdad el lento descenso del animal. (…) Es esto todo lo que he podido recoger de mi último sueño, que me horrorizó con una frialdad que es una de las formas más acusadoras de lo terrible.

Las meditaciones filosóficas de Descartes, el análisis de los versos de Valéry, la Biblia, Lucrecio o Montaigne; todas las páginas del diario están repletas de eruditas reflexiones que parecen ir conformando el universo lezamiano. Aunque tal vez, las citas más jugosas son las que tienen que ver con Juan Ramón Jiménez a quien le unió una larga amistad pero también ciertos momentos de odio compartido hacia otros poetas contemporáneos:

Habla Juan Ramón de Salinas, su poesía, dice, es de encaje de bolillo. O si se quiere un tren en marcha con una velocidad más bien moderada. Se asoma usted a la ventana y ve pasar: corderos, hombres, jilgueros, agua, sirenas, -y de los radiadores. Igualmente descriptivas son las enumeraciones en tono menor de Salinas.

Habla de Bergamín, y dice que no plantea problemas del escritor y su estilo, sino cierto defecto orgánico para no poder acogerse a la legalidad de la sintaxis. 

Las críticas a Pérez de Ayala o Eugenio d'Ors continúan y parece que a Lezama Lima le molestan o le incomodan. Sin embargo, su admiración poética por Jiménez sigue intacta:

Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez. Retrocedió con las palabras, estrella, diamante, primavera, al último paredón, y allí se encontró que la palabra era la arcilla primera, el canto del nacimiento.

Decía María Zambrano que Lezama Lima era como una “araña que rodea a la tierra y teje desde dentro la tela que contiene y envuelve el caos”, una suerte de “araña que extraía de su propia sustancia el hilo inasible, la intangible memoria que reproduce en los aires el laberinto que hace permisible habitar el lugar justo del guardián de los ínferos mirándolos sin desafío con la necesaria fijeza”. A juzgar por sus diarios, no era una mala definición (ni mucho menos). En el año 1966, dentro de su década mágica, publicó su primera y única novela de la que disfrutó en vida. Se trata de Paradiso, una obra que le costó 17 años escribir y se convirtió en el centro de su existencia literaria. Las críticas fueron ambivalentes: por un lado, autores como Cortázar o Monsiváis la llenaron de loas; por otro, se calificó de «obra hermética, morbosa, indescifrable y pornográfica», especialmente por sus escenas homoeróticas.

Lezama fue un asmático toda su vida. A ello se le añadió una obesidad que resultó ser fulminante. En agosto de 1976 fue ingresado por una infección pulmonar, pero murió en la madrugada a causa de un infarto provocado por su debilitado estado general. Desde aquel día y hasta ahora su nombre ha estado unido al de Cuba, al del neobarroco latinoamericano y al de la poesía en su expresión máxima. Una poesía a la que le dotaba de un cierto factor humorístico que le hizo merecedor de grandes y buenos lectores:

 

Antes de sacarse los versos del alma, hay que sacarse el alma del culo.

 


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