VALÈNCIA. Turismofobia es el concepto de moda, como hace un tiempo lo fuese posverdad. El turismo, antaño catalizador de la modernización del país, va camino de convertirse en enemigo público número uno. La sociedad está dividida entre quienes se lucran de la magalufización -por seguir con la creación de neologismos- de las zonas clásicas de afluencia de visitantes, y quienes padecen los efectos de la ocupación descontrolada de sus ciudades y pueblos por masas de paso a las que poco importa en qué se conviertan esos destinos de los que solo quieren obtener sol, playa, alcohol, souvenirs y selfies, o si han acertado adquiriendo de recuerdo de Barcelona una camiseta con el toro de Osborne o una mala versión del sombrero charro. Cualquier habitante del litoral mediterráneo del país o de las islas Baleares conoce el fenómeno más de lo que desearía, llegando este a su punto más grotesco en la época estival. No es de extrañar pues que visto lo visto, en Galicia muchos se hayan puesto a temblar al ser elegidos como tercer destino europeo del año por la revista Lonely Planet. Gallegos: id preparando los sombreros mexicanos.
Como ocurre con casi todo, el problema del turismo, al igual que el de la corrupción, se nutre del egoísmo de unos y otros: podemos apuntar hacia arriba y en efecto, arriba encontraremos mucha podredumbre, mucha ambición y mucho egoísmo, pero es bastante hipócrita hacerlo si luego uno se encuentra una cartera con dinero y documentación y no la devuelve con todo su contenido a quien la ha perdido. Nos hemos acostumbrado al “por lo menos he recuperado la documentación” tanto como al “son guiris, tienen dinero”. Basta con acudir a un festival, como el Arenal Sound de Burriana, para comprobar como quien más y quien menos se sube al carro e intentar hacer negocio cargando móviles en su casa, vendiendo tabaco al triple de su valor dentro del recinto, subiendo los precios habituales de los productos de su establecimiento o convirtiendo su coche en un taxi pirata. El centro de muchas ciudades españolas, que ha evolucionado para satisfacer las necesidades del visitante antes que las del vecino, es un hervidero de empresas de alquiler de bicicletas y un vivero interminable de apartamentos turísticos sin regular: quien tiene la posibilidad, quiere llevarse al bolsillo los euros del visitante alquilándole cualquier espacio u ofertándole algún servicio.
Imaginemos ahora que esta tendencia se nos va completamente de las manos, que España, herida por la crisis -esa de la que se dice que ya hemos salido-, recibe una oferta de una gigantesca empresa de capital chino y estadounidense de nombre Turistia Corp. para hacer de todo el territorio nacional un Marina d'Or como nunca antes se ha conocido: en lugar de una ciudad de vacaciones, un país de vacaciones al lado del cual Las Vegas sería solo un insulso campamento de fin de curso y Disneyland un divertimento poco conseguido, poco más que una anécdota. Imaginemos ahora que aceptamos la oferta, y que en un proceso de transición llamado La Adaptación, transformamos todas nuestras estructuras sociales, económicas y políticas para que España deje de ser España y pase a ser Turistia, la primera company-land del mundo, la tierra prometida del ocio: “Con una deuda asfixiante, una nula capacidad crediticia y un número de desempleados superior a los diez millones, Turistia Corporation, valiéndose de los fundamentos normativos que emanan del Tratado de Libre Comercio, apareció igual que un ángel caído del cielo […] El día que se aprobó el Plan Turistia, muchas cosas empezaron a cambiar. Dejamos atrás para siempre una larga historia de enfrentamiento físico e intelectual. Ni España Una, ni dos Españas, ni tres: Turistia”.
A partir de esta fascinante idea, el escritor vallisoletano Pablo Rodríguez Burón ha tejido Turistia (Editorial Ultramarina, 2017) una novela hecha a medida para los tiempos que corren. En Turistia, gobernada mediante una democracia corporativa, conviven “solidarios” -nombre que se da a os habitantes de la company-land, quienes “se solidarizan” con la empresa-país a cambio de alojamiento y comida- y turistas procedentes de cualquier parte del globo, ávidos de experiencias y emociones vacacionales: desde alquilar una abuela hasta hospedarse en un hotel-chabola, pasando por asistir al gran evento del deporte rey, el Madrid-Barsa Show, un partido de fútbol en el que los deportistas tienen que superar todo tipo de pruebas con el fin de obtener puntos para decidir el resultado final -aquello de los goles y los noventa minutos es cosa del pasado, un planteamiento demasiado lento para el concepto de espectáculo de Turistia Corp.-. Pero no todo van a ser risas y frivolidades: la compañía también ha dispuesto un manifestódromo para que los solidarios puedan desfilar; las exigencias más divertidas, aquellas con la puesta en escena mejor valorada por el resto de solidarios, son premiadas con la posibilidad de desfilar durante media hora fuera del recinto.
Explica uno de los CEOs de la compañía, responsable de Turistia-Sur (Andalucía): “El viejo capitalismo y el desaparecido comunismo […] no supieron ver que era mejor aunar ideas y crear una especie de ideología neutra que diera lugar a algo semejante a una paz permanente, una auténtica globalización antiideológica, el fin de toda política, y por tanto de toda guerra y de la miseria consecuente […] es decir, la globalización de la paz”. Esta inquietante distopía de Burón -que guarda ciertas similitudes en el fondo y en la forma con Le ParK de Bégout-, viste de ficción una profunda crítica a todo el aparato que sostiene este modelo turístico nuestro que es a todas luces insostenible, y lo hace de un modo brillante, mediante una historia repleta de ideas originales, lúcidas y lo peor de todo, en bastantes momentos, plausibles. Porque no hay que dejar volar mucho la imaginación para ponernos en situación, que el país se ha puesto en venta no es algo nuevo, solo que hasta ahora la venta ha sido siempre a pedazos y no en pack. De este presente de chancleta, espalda pelada y nariz blanqueada de crema hasta Turistia no hay tanto como pueda parecer: el parque temático nacional cuenta cada vez con más atracciones.