VALÈNCIA. Mientras Donald Trump trata de hacer a América grande de nuevo –queda implícita la idea de que ahora debe deambular entre una bajeza geopolítica que nadie intuía; dado su trato al extranjero, queda implícita la idea de que América es, a su entender, Estados Unidos–, la fascinación por la América vitriólica sigue intacta. Las bajezas de un país tan imperfecto como cualquier otro acaban de encontrar un nuevo relato mitológico: Tres anuncios en las afueras, la tercera película del reconocido dramaturgo Martin McDonagh. Un film que ha iniciado su deambular por las alfombras rojas arrasando en los Globos de Oro con cuatro premios: Mejor Película Dramática, Mejor Actriz de Drama (Frances McDormand), Mejor Actor Secundario de Drama (Sam Rockwell) y, por supuesto, Mejor Guión (McDonagh).
La fascinación por el error, por las bajezas y por el reverso tenebroso del sueño americano tiene un poder inagotable. La lectura psciológica de esa idea, tiene mucho interés. Con respecto a los muchos y constantes referentes, la diferencia en este caso, quizá, tiene que ver con un texto absolutamente impecable por ritmo y contenido. Quizá, también, ha tenido algo que ver que el tridente de intérpretes gocen de una química interna y compartida con la historia como pocas veces ofrece Hollywood: Mcdormand, Rockwell y Woody Harrelson.
McDonagh, inglés aunque de origen irlandés, reúne no pocas virtudes y la crítica asegura que todas ellas le acompañan desde que debutara como autor teatral con La reina de la belleza de Leenane. Maneja la oscuridad de los personajes y aboca al espectador a una duda constante entre la idea de bien y mal. Algo que ya estaba claro en su celebrado debut –aunque no muy conocido– Escondidos en Brujas, con Colin Farrel y Brendan Gleeson en el papel de sicarios y la ciudad Belga como agrietado escenario. Otra de esas valías es el poder que encuentra en una violencia. No exclusivamente explícita, pero nada almidonada ni ajena a los conflictos que se suceden en la historia y que van sacudiendo al receptor con inteligencia y humor negro. La fórmula suaviza el impacto de realidad.
Esas y otras cualidades alcanzan un un grado de equilibrio pavoroso en Tres anuncios en las afueras. Algo de lo que ya se dieron cuenta en su brillante desfile por los distintos grandes festivales: premio del público en Toronto, premio Perlas en San Sebastián y mejor guión en Venecia. En todos ellos una de las principales sorpresas era descubrir que McDonagh no posee ninguna relación con el lugar que destripa: el pequeño –y ficticio– pueblo de Ebbing, en Misuri, donde una madre trata de que la policía se tome en serio el caso de asesinato y violación de su hija. Para ello contrata tres vallas de publicad a las afueras, se da publicidad en los medios y destapa la inoperancia de su escueto cuerpo policial. Esa madre es la inquebrantable McDormand, el jefe policial es el conciliador Harrelson y el oficial al cargo del caso es un descarriado Rockwell.
En la película de McDonagh habitan todos los fantasmas de la América sureña: racismo, pacatismo crónico y la frustración de un país frente a sus estereotipos de éxito en las Costas. Todas las interpretaciones bordan el tránsito que va desde el punto de partida hasta un declive en la dirección contraria a la que el espectador ha asumido para el personaje. La reacción pétrea de la madre coraje se va limando hasta despeñarse en distintas direcciones; el afán moderador del jefe policial, su control ante la compleja situación, se resuelve con una brillante escena final para Harrelson; la estulticia de Rockwell y su caída constante encuentra un rebote inesperado y replantea en gran medida el recorrido que el escritor parecía proponer.
McDonagh se suma a la victoria de los storytellers en el cine. Leyendo su sinopsis, Tres anuncios en las afueras no pasaría por ser una gran historia y, sin embargo, el talento de este angloirlandés para contarla –y esto también incluye su montaje– implica a sus actores –nombres propios del mejor indie– y entusiasma al espectador hasta dejarlo a su merced.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz