VALÈNCIA. Previsible aunque magnética. La aclamada miniserie de Netflix es la vigesimoquinta historia de un personaje nacido en circunstancias adversas que logra llegar hasta lo más alto, el sueño americano que tan bien nos ha taladrado Hollywood durante décadas. Se trata de una historia sobre la pasión por el deporte y el juego, segundo ingrediente que encadena tópicos: talento, adversidades y debilidades que hacen caer al personaje hasta lo más bajo. Y cuando está a punto de tirar la toalla, renace hasta lograr el máximo triunfo. Seguro que les suena. Piensen en películas sobre boxeo, billar, baloncesto o fútbol americano.
Como tercer ingrediente, el que particularmente considero de mayor interés, se singulariza por elegir como protagonista a una mujer que se enfrenta y vence a un mundo de hombres. #MeToo en vena, signo de estos tiempos. Desde otra perspectiva podríamos definirla como una utopía: una mujer que se empodera en un mundo bloqueado totalmente para las mujeres durante los años 60. Es decir, no hay quién se lo crea aunque suena muy bonito.
Las mayores fortalezas se descubren en los cautivadores ojos de su protagonista, la actriz Anya Taylor-Joy, quien interpreta a Beth. La serie podrá ser una más de la factoría Netflix. Sin embargo, ella es mucho más. Es una actriz impresionante, cautivadora, hipnótica. La impecable ambientación, vestuario, maquillaje y demás aspectos estéticos hacen el resto del trabajo. Los amantes de la escenografía de Mad Men disfrutarán de lo lindo. Hoteles, gimnasios, hogares; peinados sesenteros, maquillaje, pestañas postizas, vestidos glamurosos… un diseño de producción impecable.
Está basada en una novela de Walter Tevis, el escritor norteamericano que también escribió El color del dinero, aquella historia sobre billar que después se adaptó al cine, con Tom Cruise y Paul Newman como protagonistas. The Queen’s Gambit es una historia sobre una niña huérfana llamada Beth, que tiene un don extraordinario para el ajedrez. Descubre el juego gracias al conserje de su orfanato, un hombre solitario que se pasa las horas jugando contra sí mismo en el sótano del centro. Él le enseña lo básico y en poco tiempo ella le comienza a ganarle cada vez más rápido. Durante los siete episodios sigue su meteórico ascenso, primero como mejor jugadora del país hasta lograr vencer al temible contrincante ruso.
Beth tiene dos talones de Aquiles, uno externo y otro interno, siguiendo el modelo clásico del viaje del héroe. En el orfanato fue obligada durante años a tomar tranquilizantes, un hábito que mantiene de adulta, aunque mezclado con alcohol. Las drogas a veces le ayudan a concentrarse más en el juego, pero con el tiempo le provocan perder el control. Los malos hábitos sumados a la obsesión por el ajedrez parece que le empujan hacia el abismo. “La creatividad y la psicosis a menudo van de la mano”, le dice alguien en determinado momento.
El conflicto interno proviene de sus orígenes como niña huérfana. Su padre nunca quiso saber nada de ella, y su madre, desesperada, se quitó la vida con la intención de eliminar a las dos. Después tuvo una madrastra que, como su madre, fue abandonada por un tipo mezquino de esos que siempre están buscando aventuras fuera del hogar y nunca son suficiente. En su segundo vínculo emocional fundamental, Beth deja de ser un personaje pasivo y se convierte en salvadora. Lo que no pudo hacer con su madre dada su corta edad, ahora le ha dado la vuelta. Ella puede intervenir. Puede sacarla del agujero. Su truculenta biografía moldea, a medida que avanza la historia, a una mujer solitaria, decidida y fría con los hombres. Nunca nadie la ha salvado de nada. No necesita a nadie. Es una superviviente que vive como una superviviente. “La persona más fuerte es alguien que no teme estar solo”, se escucha en un episodio.
Según los expertos en ajedrez, la biografía de Beth se asemeja a la del campeón mundial norteamericano, un jugador que triunfó pese a haber pasado por una infancia difícil hasta lograr enfrentarse a lo mejor de la Unión Soviética durante la era de la Guerra Fría. Personaje y persona aprenden ruso, se visten a la moda y rechazan los patrocinios de organizaciones con las que no comulgan.
Garry Kasparov y Bruce Pandolfini, dos grandes ajedrecistas, han diseñado cada partida que vemos en pantalla. Kasparov incluso ha intervenido durante el proceso de adaptación del libro, sobre todo en los aspectos relacionados con el agotamiento al que se enfrenta cualquier genio del ajedrez y el coste personal que supone.
El nombre de la táctica que da título a la serie, The Queen’s Gambit, tiene en cierta forma relación con el personaje. El movimiento de ajedrez consiste en que la dama sacrifica temporalmente un peón para hacerse con el control del tablero. Como Beth, que acaba venciendo a todos sus contrincantes en un deporte donde los mejores jugadores, hombres, se llaman a sí mismo “maestros”. “Los hombres van a venir y querrán enseñarte cosas; pero eso no los hace más inteligentes”, le dice un personaje a la jovencita jugadora. Beth se deja enseñar por todos ellos. Ella y sus propias madres se dejaron llevar por el género masculino, lo que se esperaba de ellas. Pero cuando gana en el ajedrez, toma el control en ese universo de testosterona. “Las mujeres han tenido que dejar de pensar durante demasiado tiempo, pero ya no. Este libro es una oda a las mujeres sensatas”, dijo, allá por los años 80, el autor de la novela, Walter Tevis. A las mujeres sensatas y al empoderamiento femenino. Ya era hora.
En plena invasión de culebrones turcos, Netflix está distribuyendo una mini-serie de este país que lo que emula son las grandes producciones de HBO. Historias muy psicológicas en las que todos los personajes sufren. El añadido que presenta esta es que refleja la división que existe en Estambul entre las clases laicas y adineradas y los trabajadores, más religiosos. Sin embargo, una escena en la que un hombre se masturba oliendo un hiyab ha desencadenado reacciones pidiendo su prohibición