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ENTREVISTA A Sean Baker

'The Florida Project', alegoría de la fragilidad del sueño americano

El director Sean Baker estrena una comedia dramática sobre los sin techo que viven en las inmediaciones de Disney World

7/02/2018 - 

VALÈNCIA. Los márgenes de la autovía US 192 en la ciudad estadounidense de Kissimmee están salpicados de moteles baratos habitados por familias en el umbral de la pobreza. Desafortunadamente, esta circunstancia es común a todo el país desde que la Gran Recesión golpeó las economías domésticas, pero en este tramo de carretera adquiere una dimensión irónica. La zona se encuentra en las inmediaciones de Disney World. Este espacio de contrastes ha sido retratado por el director Sean Baker en la comedia dramática The Florida Project, que llega a los cines el próximo 9 de febrero. La película toma su nombre de un proyecto utópico diseñado por Walt Disney en los años sesenta. Se trataba de un complejo que además de incluir un despliegue de atracciones infantiles, integraría una “comunidad del futuro”. Pero el 1 de octubre de 1971 lo que se inauguró fue un parque de ocio tildado como “el lugar más feliz del mundo”, icono en la práctica de la sociedad de consumo. Y hoy día, en lugar de contar con un vecindario que sirva como banco de pruebas para innovaciones en la vida urbana, acumula hoteles de colores que hacen las veces de viviendas de protección social. Sobre esta realidad contradictoria ha girado su cámara un director humanista, que siempre entrega ficciones palpitantes y honestas. La penúltima, Tangerine (2015), es una aplaudida comedia sobre dos trabajadoras sexuales transgénero en Los Ángeles, y fue rodada por completo en iPhone. En esta ocasión, Baker filma en 35 milímetros a la altura de la vista de sus protagonistas infantiles, y en una paleta de pasteles saturados que rechina con la realidad disfuncional en la que los niños viven. Esta película humilde en su presupuesto y enorme en trascendencia y emoción ha descubierto a una estrella de seis años, Brooklyn Kimberly Prince, y le ha valido a Willem Dafoe su tercera nominación al Oscar a mejor actor secundario. En el pasado Festival de Toronto, el intérprete matizó que The Florida Project no es un ataque frontal contra el padre de Mickey y de Pluto, sino contra el sistema hipócrita que alberga esta división social en EE.UU.

- Entre los referentes para esta películas has reconocido el influjo de la serie de los años 30 La pandilla, de Hal Roach, sobre los niños que sufrieron la pobreza de la Gran Depresión. ¿Qué otros clásicos protagonizados por niños has tenido en mente?
- La pandilla ha sido una gran influencia, y si conoces a sus personajes, repararás en ciertos homenajes en The Florida Project. Siento que hay mucho artificio en el cine y la televisión estadounidenses cuando incorporan personajes infantiles. Nunca me creo a los niños, así que quería volver a la naturalidad de La pandilla, encontrar la versión siglo XXI de Spanky, y apareció Brooklyn Kimberly Prince. Pero hay muchos otros clásicos protagonizados por niños a los que echamos un vistazo, como Kes (Ken Loach, 1969), Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) y El pequeño Quinquin (Bruno Dumont, 2014), de la que me gustaron los planos largos. Y que me ha servido como ejemplo porque no quería editar para manipular las interpretaciones de los críos.

- ¿Cómo descubriste este mundo paralelo?
- A través de mi coguionista, Chris Bergoch, que es un fan absoluto de Disney. Hace siete años se cruzó con artículos en prensa que relataban esta situación de indigencia oculta en Kissimmee. De hecho, él mismo lo había visto, porque su madre vive en Orlando. Fue antes de Tangerine, pero lo aparcamos porque sabíamos que necesitábamos financiación para llevar adelante un proyecto así. Tangerine nos abrió puertas y nos ha permitido costearla.

- Y en estos siete años, ¿ha mejorado las condiciones de vida de estas personas?
- No, porque los gobiernos locales todavía sienten los efectos de la recesión y del estallido de la burbuja inmobiliaria. Hay niños que, literalmente, han crecido en hoteles baratos. Son personas sin hogar y es su último recurso antes de acabar en las calles. Y sucede en toda EE.UU. Por ponerte un ejemplo, hay aproximadamente 65.000 estudiantes sin techo en Los Ángeles. En lo que nadie ha reparado y yo quiero mostrar en la película sin taladrar al espectador es que están pagando por su alojamiento en moteles tanto como yo por mi alquiler. Mi piso en West Hollywood cuesta 1.200 dólares al mes y ellos necesitan cifras similares, pero no pueden garantizarse un alquiler porque no tienen aval. Les resulta difícil fidelizar sus trabajos, tienen familias a las que mantener… Algunos viven día a día. Si no pagan los 35 dólares de una noche, acaban en la calle. Durante el rodaje lo hemos visto: padres y niños vagando por la calle, empujando un carro de la compra hasta el siguiente motel.

- ¿Cuál fue el encuentro más impactante?
- Hubo dos. El más crucial fue el momento en el que conocí a las verdaderas Haley y Monee (la madre y la niña que protagonizan la película). Eso pasó un mes antes del rodaje. Ya habíamos escrito los personajes a partir de características de personas distintas, pero un día estaba en Walmart y vi a una madre empujando a una niña dentro de un carro. No pude evitar quedarme mirándolas durante cinco minutos. Me acerqué a ellas y nos tomamos un café. Todo lo que salió por su boca ya lo habíamos escrito: su lucha cotidiana, los tumbos de una década sin hogar, los problemas con servicios sociales, que le quitaron una vez a su hija… En ese momento, Chris y yo contrastamos que los personajes que habíamos inventado eran reales.

- ¿Cuál fue el segundo encuentro?
- Cuando conocí al manager de hotel que inspiró el personaje de Bobby, interpretado por Willem Dafoe. Este caballero se abrió, quería contar su historia. Por un lado, lucha para mantener su trabajo y llevar adelante un negocio, pero al mismo tiempo siente compasión y empatía por las familias que viven en el motel. En ocasiones ha tenido que echar a inquilinos sabiendo que no tenían dónde ir. Su vida es muy complicada y a veces trágica. Nos invitó a una barbacoa y respondió a todas nuestras preguntas.

- ¿Cuáles son las desventajas de trabajar con niños y con actores debutantes?
- En el pasado he dejado la mitad del proyecto abierto a la improvisación, pero aquí no podía ser. El guión estaba completamente escrito. Que lo dijeran tal cual ya es otro asunto (risas).

- Uno de los niños de la película, Christopher Rivera, vive en uno de esos hoteles. ¿Incorporaste su experiencia personal al guión?
- Es un crío fantástico. Ahora ya vive en un apartamento. Tiene ocho años y su madre nos proveyó de mucha información. Fue interesante escucharle decir durante el rodaje que el set le recordaba a su motel. Nos validaba con sus comentarios. Cuando realizamos el casting, no sabíamos que vivía en esas condiciones. Abrimos la audición a cualquier niño, independientemente de su experiencia, porque a esa edad es cuestión de personalidad. Y su interacción con Brooklyn nos maravilló. Para ellos fue como un campamento de verano, pero nos dio mucho juego porque los documentamos jugando y pasándolo bien.

- ¿Por qué pensaste que un actor profesional podía encajar en este contexto?
- Esta industria requiere de rostros reconocibles para la taquilla. Tan simple como eso. Pero por el tipo de películas que hago necesito provocar en la audiencia la suspensión de la incredulidad, de modo que se involucre y crea el mundo que estamos describiendo. Y Willem, aunque es famoso, es muy camaleónico. Sé que la gente dice que en los últimos 15 años Willem Dafoe ha interpretado mayoritariamente a villanos, pero en sus primeros roles hacía personajes sensibles, tranquilos. Sus papeles en Arde Mississippi (Alan Parker, 1988), Platoon (Oliver Stone, 1987) o Traficantes (Paul Schrader, 1992) son de personajes por los que te preocupas. Además, tiene paciencia. Ha tenido que lidiar con niños de seis años y con una locura de rodaje en 35 milímetros y en pleno verano, cuando el calor era tropical. Había muchos elementos para perder los estribos y Willem nunca se puso nervioso.

- ¿Qué hay de tu paciencia?
- Cuando me saturaba, me iba a una esquina y le daba puntapiés a la pared.

- ¿Ha sido, en cierto modo, un alivio dejar atrás el iPhone y volver a empuñar una cámara?
- Tangerine y The Florida Project son proyectos completamente diferentes. Volver a la cámara tradicional ralentiza el trabajo, pero en una película como esta necesitas la disciplina que eso implica y estar muy centrado en lo que vas a rodar. Había trabajado en digital en muchos trabajos anteriores y necesitaba filmar en celuloide, y ya que estaba haciendo una película sobre niños quería darle ese aire nostálgico. Incluso las secuencias rodadas en digital, que son la final y un par de momentos nocturnos, transferimos a película. Sé que es una locura, pero quería que todo fuera en 35.

- ¿Por qué decidiste trabajar con el director de fotografía Alexis Zabé, conocido por sus trabajos para Carlos Reygadas y el vídeo Happy, de Pharrell Williams?
- ¿Has visto su trabajo? ¡Como no voy a querer colaborar con él! Luz silenciosa (Carlos Reygadas, 2007) tuvo un gran impacto en mí. Su trabajo panorámico en 35 mm es magnífico. Y después vi sus videos musicales, que son muy diferentes, muy pop. Quise combinar esa fotografía intelectual con su sensibilidad pop, porque era el equilibrio que estábamos buscando para esta película. Justo antes de The Florida Project trabajamos en un fashion film de Kenzo, Snowbird. Y ahí afianzamos la relación. Trabajar con él es genial porque es muy zen. Cada vez que surgía un problema, y los hubo en cantidad, decía: “Eso es problema de producción, nosotros estamos haciendo arte”.

- A lo largo de tu trayectoria te has destacado por retratar la realidad y abrir debates sociales. Ahora que has alcanzado notoriedad y estás recibiendo ofertas de la industria, ¿cómo vas a mantener tu compromiso en los contenidos?
- Trabajar en el cine independiente supone una lucha en términos económicos, pero es lo que quiero hacer. No tengo una familia que mantener y eso marca la diferencia (carcajadas). No obstante, a medida que me hago mayor siento esa tentación de trabajar en el cine comercial, porque es más seguro. Creo que en el circuito palomitero hace falta variedad, películas como Baby Driver (Edgar Wright, 2017) son agradables de ver, refrescantes. Pero cuando repaso la trayectoria de los cineastas que me han inspirado, como Ken Loach y Paul Thomas Anderson, reparo en que tienen un punto de vista singular, una visión. Sus carreras son mis referencias. Para tu tranquilidad, todavía no me han ofrecido ninguna película de la Marvel. No creo que confíen en mí (risas). Y tampoco estoy interesado en grandes franquicias, porque siento que el arte se sustrae de la ecuación.

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