VALENCIA. Últimos días del año. Comidas familiares, cenas de empresa, buenos propósitos de cara al futuro… y los artículos resumen. Una tradición tan entrañable como el anuncio de la lotería (aunque menos lacrimógena), que sirve para recapitular sobre lo que se ha visto (y lo que no) en los últimos doces meses. Un pasatiempo inofensivo, que aquí, ya saben, nos tomamos sin dogmatismos ni orden de preferencia. Porque sí, quizá podría aventurarse cuál ha sido la mejor película del año. Y también la siguiente. ¿Pero dónde está el criterio por el que se decide cuál fue la vigésima y cual la decimonovena? Pues eso, que se trata de un recuento más destinado a refrescar la memoria, revivir grandes momentos y, por qué no, dar alguna pista al lector por si necesita repescar algún título que se le escapó en su momento y que quizá incluso ya está disponible en formato doméstico.
También como siempre, el presente recuento se circunscribe a los films estrenados durante 2016 en España. Lo cual quiere decir que incluye, por ejemplo, Carol (Todd Haynes, 2015), aclamada el curso pasado en el resto del mundo civilizado, pero exhibida en nuestro país en febrero. Es decir, casi un año después de que pasara por Cannes y cinco meses después que en otras partes del planeta. Cosas de los distribuidores españoles, que luego se quejan de que la gente se baja las películas gratis. Bueno, cuando la otra opción es esperar medio año para ver un título del que se habla en todos lados, ustedes dirán. Y ojo, que este año estamos en las mismas con Toni Erdmann (Maren Ade, 2016), que estuvo en Cannes, se ha llevado el premio de la crítica internacional como mejor película de 2016 y no se estrena en España hasta el mes que viene. Y no es un caso único. En los medios internacionales también se ha hablado, y mucho, de Manchester by the Sea (Kenneth Lonergan, 2016), La La Land (Damien Chazelle, 2016) o Loving (Jeff Nichols, 2016), que aquí no veremos hasta después de comernos las uvas.
Al lío
Pero basta de quejas. Se han estrenado suficientes películas de interés este año como para elaborar un listado más que suculento que, si nos lo permiten, y hecho ya el spoiler, comenzará con Carol. Y no solo porque le dedicamos un merecido artículo a Todd Haynes con motivo de su estreno, sino porque es, sin duda, uno de los films imprescindibles de la temporada, que debería convertir a su director, de una vez por todas, en uno de los más importantes de su tiempo. Un artista que demuestra una sutileza fuera de lo común para abordar la psicología de sus personajes y construir una relación entre ellos a base de gestos, detalles y sensaciones captados con tanta elegancia como complejidad. Un film lleno de resonancias, que destaca por sus notables cualidades pictóricas y que pone el acento en el asfixiante clima moral, puritano e hipócrita de los EE UU de los años cincuenta. A Carol hay que agradecerle, además, que otorgara visibilidad al trabajo de fotógrafas como Vivian Maier y Ruth Orkin, ilustres desconocidas cuya obra ha dado la vuelta al mundo ahora.
Si para recordar Carol hay quehacer un ejercicio de memoria, otras dos de las mejores películas del año estántodavía en cartel. Por un lado, Ladoncella (Ah-ga-ssi, 2016), lacumbre indiscutible del coreano ParkChan-wook, un cineasta irregular, en el que a menudo las formas se imponenal discurso, pero que aquí es capaz de conciliar ambos con auténtica maestría,quizá por contar con el soporte literario de la galesa Sarah Waters, ya que el film adapta su novela Fingersmith (2002), que ya había sido llevada a la pequeña pantallacomo miniserie por la BBC en 2005. Un thriller erótico de una sensualidad yexquisitez abrumadoras, con una elaborada estructura narrativa, que es una dela experiencias visuales de la temporada. En el otro extremo, el minimalismo deun Jim Jarmusch que decepcionó con Gimme Danger, convencional documentalsobre The Stooges, pero se ha redimido sobradamente con Paterson, un film que avanza a ritmo poético, a base de estrofastemporales (a lo largo de siete días) de una musicalidad basada en laimportancia de los hechos cotidianos y los pequeños detalles. Homenaje a laciudad homónima de Nueva Jersey y a la obra de William Carlos Williams, es una deliciosa miniatura que habla detemas como la creación artística o la convivencia en pareja,con una delicadeza admirable.
Pero volvamos a Corea del Sur, de donde llegó otro de los mejores títulos del año: Ahora sí, antes no (Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da, 2015), de Hong San-soo. Comedia romántica deconstruida, la cinta plantea un breve encuentro entre un cineasta y una pintora, que se conocen casualmente durante la visita a un templo. Un fugaz episodio amoroso que sirve al cineasta para poner bajo el punto de mira las actitudes y comportamientos de sus personajes en cada una de las dos partes en que se divide el film, que cuenta la misma historia por duplicado con matices ligeros, pero muy significativos. Un paso más en la fascinante búsqueda formal que es la carrera de su director, y que propone al espectador una serie de variantes narrativas que se cuestionan con tanta brillantez como complejidad el lenguaje cinematográfico y su articulación.
Otra historia sentimental atípica fue la que propusieron Duke Johnson y Charlie Kaufman en Anomalisa (2015), probablemente la película de animación del año. Una historia para adultos con leve guiño fantástico donde los personajes destilan una ternura extrema. Una reflexión sobre los extraños y caprichosos mecanismos del amor y la atracción, que resucita por enésima vez el Girl justwant to have fun de Cyndi Lauper en una de las secuencias más hermosas que nos ha proporcionado el cine esta temporada. Quienes no gusten de la stop-motion y se decanten por la animación tradicional tampoco pueden quejarse: El cuento de la princesa Kaguya (Kaguyahime no monogatari, Isao Takahata, 2013) se estrenó con muchísimo retraso, pero fue tan bienvenida como lo es siempre un producto con el sello de Studio Ghibli. Adaptaba el cuento folclórico más antiguo que se conoce en la cultura japonesa, y permitía, una vez más, volver a ser un niño durante algo más de dos horas. En el otro extremo, La fiesta de las salchichas (SausageParty, Greg Tiernan y Conrad Vernon, 2016), que más allá de su procacidad y su condición de gigantesca broma, perpetrada por gamberros como Seth Rogen, Evan Goldberg y Jonah Hill (todos ellos involucrados de un modo u otro en Superfumados, Supersalidos o Juerga hasta el fin), se cuestionaba las creencias religiosas y la idea de Dios, abogaba por la libertad sexual y contenía algunos personajes antológicos, como un chicle convertido en trasunto de Stephen Hawking.
También notable ha sido el doblete protagonizado por una Isabelle Huppert en estado de gracia. Elle(2016) nos ha devuelto al Paul Verhoeven más incisivo y provocador. Un thriller lleno de recovecos emocionales, basado en la novela de Philippe Djian, con el que el director holandés ha roto un silencio de diez años durante el que solo había firmado el mediometraje Tricked (2012). La actriz francesa se pone a su servicio para dar vida a un personaje perverso y controvertido, muy alejado de la profesora que incorpora en El porvenir (L’Avenir, Mia Hansen-Løve, 2016), donde se enfrenta a una crisis vital (ruptura de su matrimonio, cuestionamiento de su actividad profesional) que le obliga a reinventarse y partir de cero. Otra mujer, Elle Fanning, era la protagonista de The Neon Demon (Nicolas Winding Refn,2016), que levantó ampollas a su paso por Cannes en abril. Sin embargo, recibió el Premio de laCrítica en Sitges, como si la prensa especializada en cine de género supiera apreciar mejor sus cualidades. La cinta, que cierra una trilogía marcada por la progresiva estilización visual de Refn, la música de Cliff Martínez y la utilización de una refulgente paleta de colores, era un cuento cruel ambientado en el mundo de la moda, una versión lynchiana de Showgirls (de nuevo Verhoeven, 1995) marcada por la frialdad emocional y la competencia feroz.
2016 ha sido también un año de repunte del western, que deja, al menos, dos títulos para recordar. Uno de ellos es, por supuesto, Los odiosos ocho (The Hateful Eight, Quentin Tarantino, 2015). El director reincidió en el género (tras Django desencadenado, 2012) para recordar que su país se construyó sobre cimientos de sangre, racismo, injusticia, crimen, ambición y odio. No es casual que el título fuera un guiño al clásico Los siete magníficos (The Magnificent Seven, John Sturges, 1960), del que por cierto se estrenó también un olvidable remake. Entonces, unos forajidos se convertían en héroes del pueblo, mientras que en el film de Tarantino no hay lugar para la épica, sólo para el realismo sucio del spaghetti western y la desaparición de los individuos de su ralea. A raíz de su estreno se citó mucho a Agatha Christie por el segmento concebido como whodunit que contiene. Sin embargo, la película remitía más a La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982): Kurt Russell, Ennio Morricone, aliño splatter, desierto nevado, ancho de pantalla (profundidad de campo, cambio de enfoque dentro del plano) y, por supuesto, la reclusión de varios personajes en un espacio reducido y aislado, condición que compartía con No respires (Don’t Breathe, Fede Álvarez, 2016), más celebrada que celebrable, aunque de lo más digno en la cosecha de terror del año, y con Green Room (Jeremy Saulnier, 2015), que pasó mucho más desapercibida, pero era bastante más interesante.
El otro western que vale la pena destacar es Bone Tonahawk (Steven Craig Zahler, 2015), de nuevo protagonizado por un estupendo Kurt Russell, donde un grupo de cowboys emprende un viaje para rescatar a una mujer raptada por los indios. Los ecos de Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956), en la que John Wayne convertía en obsesión la búsqueda de su sobrina, secuestrada por los comanches, son evidentes en el planteamiento argumental, pero la tribu con la que se van a encontrar Russell y sus compañeros está bastante menos civilizada que la de los westerns clásicos: Son auténticos hombres de las cavernas que se proveen de seres humanos porque los necesitan como alimento. Un western de aliento clásico y trasfondo caníbal, que más allá de su condición de rara avis, es la carta de presentación de un cineasta (y escritor y músico de heavy metal) que ya está enfrascado en su segunda película: Brawl in Cell Block 99.
De la cosecha española, una cinta de recorrido comercial subterráneo y otra que ha acaparado nominaciones a los Goya. La mort de Luis XIV ha coronado a Albert Serra como uno de los cineastas más personales del país, mientras que Tarde para la ira pone de manifiesto el excelente pulso como director del debutante Raúl Arévalo. Y no cerramos el recuento sin hacer mención también a Las mil y una noches (As Mil e Uma Noites, 2015), titánica trilogía del portugués Miguel Gomes que trasladaba algunos de los cuentos del clásico de la literatura árabe al contexto de la actual crisis económica, y a High-Rise (Ben Wheatley, 2015), una sátira sobre el capitalismo basada en J.G. Ballard donde una idílica organización social se viene abajo con la misma facilidad con que explota una burbuja y los personajes se desmoronan al tiempo que piden silencioso socorro con cada gesto, palabra o acción. Con ellas damos por terminado un recuento que otorga a 2016 un notable alto.