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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Ser madre de un crítico de rock: frases maternas que piden a gritos una canción

7/05/2017 - 

VALÈNCIA. Cuando nací, mi madre no podía saber a qué acabaría dedicándome pero algunas –yo diría que bastantes- de sus giros y expresiones están presentes en mi trabajo. No se reflejan en lo que escribo pero sí forman parte de quien lo escribe. Es más lo que subyace que lo que se percibe. Pero ahí está y lo que viene a continuación es una pequeña muestra de ellos. Para mí, son frases que piden a gritos estar en una canción.

Cuando mi hermana y yo le tocábamos mucho las narices a mi madre, ella solía amenazarnos con una frase. Cuando algo o alguien la agobiaba más de lo permisible, hacía uso de ella también. Mi madre y yo nos parecemos mucho en eso. En vez de enfadarnos nos reímos un poco de nosotros mismos y otro poco del mundo. Porque para mandar a alguien a la mierda siempre está uno a tiempo. “Al final me tendrán que levar a la Ford”, se quejaba mi madre. Y enseguida matizaba: “Pero a la fábrica de coches no, ahí no; a la clínica de Betty”. Automáticamente yo me la imaginaba, de punta en blanco y sonriente, diciéndonos adiós con la mano, muy hollywoodiense ella, a las puertas de la clínica de desintoxicación más famosa por aquel entonces. Doña Raquel, que para más inri, apenas prueba el alcohol, estaba y está bendecida por ese sentido del humor. Una comicidad tan de sainete o película española de los años setenta. Y tan valenciana también. “Me tendrán que llevar a la Ford”. Yo ahí claramente veo un estribillo.

No hace falta beber para ir a la Ford

En la manera de expresarse de mi madre hay un pastiche cultural que, durante mis primeros años de existencia pensé que era algo exclusivamente suyo. Luego me di cuenta de que no, que el universo femenino de aquella España estaba lleno de expresiones tronchantes, de adorables asociaciones absurdas y de guiños estrambóticos. Lo constaté al entablar relación con grupos como Alaska y los Pegamoides. Carlos Berlanga y Nacho Canut sentían una atracción natural por ese tipo de construcciones, vinculadas sin duda a las raíces valencianas de ambos. Entre otras cosas, Vicenta Gómez, la tata de los Canut se les reveló a ambos como una gran fuente de inspiración. A ella le atribuyen la invención de la palabra petarda; ahora, una expresión suya, tifa de agua dulce, y que Vicenta usaba para referirse a un homosexual exageradamente remilgado, adorna una letra que Canut ha escrito para Nancys Rubias. Expertos en absorber expresiones populares de lo más dispares, Carlos y Nacho ejercieron como agentes comunicadores entre el pop y ese inherente toque berlanguiano, que como el almodovariano, no hacían más que colocar el objetivo de la cámara sobre el rincón mas divertido de nuestro costumbrismo. Ese que hace que tu madre, en lugar de mandarlo todo a la porra, anuncie que como la presión a su alrededor siga aumentando, la tendrán que ingresar en el Betty Ford Center. Ella, que es casi abstemia, iba a tener que empezar a emborracharse hasta ser digna aspirante al ingreso en la citada institución.

Viva el destarifo and all his friends

Tanto esa como otra expresiones similares han ido pasando a formar parte de mí desde que mi madre me metía en el barreño de la foto principal y me lavaba al sol en una terraza del barrio de Velluters. Esa influencia que se ha filtrado a la vez que otras procedentes de ángulos completamente distintos, destiladas por aquellas referencias que iba eligiendo. Lou Reed decía en la portada de Metal Machine Music: “Mi semana supera tu año”. Andy Warhol declaraba: “Me gusta el plástico, quiero ser de plástico”. Patti Smith exclamaba: “Dios mío, si me suicido, me perderé el próximo disco de los Stones”. Y mi madre decía: ”¡Menudo destarifo!” Expresiones como ésta se filtraron en el imaginario cultural que me alimentaba y me cimentaba, mezclándose con todo lo demás.

Destarifo versus regomello

El destarifo es una expresión que fuera de Valencia apenas tiene vida o impacto, y sin embargo no tiene precio. Es como regomello, que no proviene del valenciano pero que también escuché en las conversaciones de mi madre con su hermanas, sus tías o sus primas. Regomello acabó incrustada como expresión en los diálogos de El extraño viaje, de Fernando Fernán Gómez, para regocijo de los connoisseurs que saben también que, aunque fuese a pequeña escala, fue divulgada con la desinteresada ayuda de Carlos y Nacho, a través de sus chistes privados. Ambos usaron la frase “teníamos un come-come y un regomello” cuando relataban en una entrevista que les hice cómo, allá por 1979, su amigo Javier Pérez Grueso les hablaba de una pareja de pintores misteriosamente apodados Costus. Mucho tiempo después, Joaquín Reyes y el equipo de La hora chanante y sus sucesivos programas colaboraron activamente en la difusión a gran escala del regomello.


En cuanto al destarifo, es una expresión inequívocamente autóctona cien por cien exportable al resto de los hispanoparlantes, no ha conseguido sin embargo hacer el crossover cultural y solo es un fetiche lingüístico para los valencianoparlantes. El uso que le da mi madre en casos tan distintos podría servir como punto de partida para una conferencia respecto a su significado y posibles aplicaciones. “¿Será posible semejante destarifo?” “¡Qué destarifo de película!”. “Rafa, hijo, estás empezando a destarifar”. La base semántica del verbo destarifar es el despropósito. Destarifar significa cultivarlo a través de cualquiera de sus posibilidades. Destarifar y cualquiera de sus derivados no solamente son expresiones que proceden, son palabras que casi implican un estilo de vida. Iggy Pop, por ejemplo. ¿Existe alguien más destarifado que él?

El olvidado arte de dotorear

La otra gran palabra, el otro término celestial cuyo conocimiento le debo a mi querida progenitora es dotorear. Una vez más, se trata de una expresión de raíz catalana –doctorejar- que ha sido variada en su uso popular y que al final aparece donde menos te lo esperas convertida en doctorear o dotorear. Mi madre y la rama femenina de su familia –hermana, primas, ese equipo de supervivientes a las que recuerdo a menudo riendo- son más partidarias de la forma dotorear, que es la que escuchaba yo de pequeñito. Y luego, ya de mayor, la usaba mentalmente en situaciones de lo más diversas. Por ejemplo, te mandan a Nueva York a entrevistar a Lou Reed en su oficina, y mientras esperas a que te reciba, le dotoreas la oficina, las fotos que hay colgadas en las paredes, la mesa de la secretaria. 

O si vas a casa de algún famoso –Paul Naschy, por ejemplo, que tenía el salón lleno de premios de competiciones culturistas- lo primero que haces en cuanto puedes es dotorearlo todo. Menos el rato que dura la entrevista, el resto del tiempo con una estrella de las de antes –las de ahora dan mucho menos juego- está destinado al dotoreo. El periodismo y el dotoreo son actividades que van de la mano. Se lo diré a mi madre la próxima vez que la vea acompañada de la Maribel, la Carmen y la Cuqui, insignes sillones de la Academia de la Lengua de Velluters.

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