VALÈNCIA. No me andaré con rodeos: los sucesos con la agravante de reincidencia (recuerden: Ecce Homo)- porque hay que calificar las cosas como lo que son- acaecidos en la localidad de Estella (Navarra) -del que no hace falta que les ilustre más todavía puesto que han dado, para nuestro escarnio la vuelta al mundo-, y el extravío de cuatro tallas del siglo XVII, obras de Luisa Roldán 'La Roldana' propiedad de la catedral del Cádiz, son síntomas, de que algo que no funciona en España en relación con su patrimonio. Quizás el único resquicio de esperanza venga por el hecho de que el San Jorge de Estella se ha convertido sin pretenderlo en un mártir, esperemos que el último, que se ha sacrificado para que hablemos de la imprescindible profesionalización los restauradores en España. Una profesión nunca ha sido suficientemente valorada hasta tal punto, permítanme la broma, de que incluso el mundo de la hostelería le ha usurpado la denominación. Los grandes chefs son ahora los restauradores más famosos.
No quiero ser excesivamente negativo, pero en nuestro país, el de la liga de fútbol más importante del mundo, no hay una correspondencia, en modo alguno equitativa entre el impresionante legado en forma de patrimonio artístico y cultural que poseemos, con el interés, y por ende el conocimiento y respeto de la sociedad y los poderes públicos por el mismo. Interesa más destinar los recursos públicos y privados a otros menesteres quizás a corto plazo más lucrativos. Hay que reconocer que en las últimas décadas, en España se ha hecho un enorme esfuerzo en este sentido, pero queda mucho por hacer todavía porque a los problemas existentes, nos enfrentamos a otro que se va a ir materializando y que tiene que ver con una despoblación preocupante del mundo rural con el consiguiente abandono de edificios, muchos de estos de alto valor patrimonial, y su ruina posterior. Estrechamente relacionado tiene que ver también la “despoblación” que sufre en sus filas el mayor propietario de patrimonio artístico: la Iglesia. Ello va a conducir a cierre de edificios y falta de atención a bienes en delicado estado de conservación. En la Comunidad Valenciana, me consta que el IVACOR lleva a cabo numerosos convenios para poder repartir el gasto, entre la administración autonómica y los ayuntamientos o la Iglesia, que supone la recuperación del patrimonio rural.
Hay que ser claros: el retorno social que, hoy por hoy, obtienen las grandes corporaciones privadas patrocinando eventos deportivos es más suculento que actuando de mecenas en proyectos culturales. No es en este caso una crítica, aunque ya me gustaría que se invirtieran los términos, sino la mera constatación de un hecho. Tampoco parece apreciarse una sensible diferencia en la inversión pública en conservación y restauración del patrimonio si gobierna un partido de una ideología o de otra. En ambos casos la inversión sobre el PIB es insuficiente. Cuando no se es creyente, el patrimonio y su conservación se convierte en un problema a resolver. No estoy disculpando el despropósito de Estella ni justificándolo por ser consecuencia de falta de recursos económicos necesarios para poner en manos de un equipo de profesionales la recuperación de la obra artística, sino al contrario, me sirve para encender todas las alarmas a la vista de lo que sucede cuando elaboramos un cóctel formado por una parte de ignorancia negligente, otra de temeridad punible y finalmente, una base de indigencia de recursos, culpable o no.
Este es un país en el que el patrimonio sale a nuestro encuentro, no hace falta buscarlo. Vivo, afortunadamente, rodeado de campanarios y diariamente paso junto a un puñado de Bienes de Interés Cultural, pero la relación con nuestro patrimonio es de cierta ajenidad. En Francia, país que visito con cierta asiduidad, las cosas son muy distintas y yo, que quieren que les diga, cómo un país valora y cuida su patrimonio es algo en lo que me fijo. El respeto y el conocimiento que los ciudadanos de un lugar tienen de su legado cultural habla bien o menos bien de su sociedad. En el país vecino, a parte de que el del arte es todo un importante sector económico compuesto (restauradores, artistas, tasadores, anticuarios, galeristas, comisarios, conservadores…), cosa que tengo mis dudas que lo sea en España, los agentes que intervienen sobre el patrimonio-y entre estos ocupan un lugar de autoridad en su materia y los restauradores son considerados profesionales con prestigio social. Ni que decir tiene la posición que ocupan estos últimos en Italia-a pesar de los problemas de otra índole propios del país transalpino. El patrimonio y la conservación y restauración del mismo es causa de estado. Hace unos días leí que Macron ha decidido lanzar una lotería cuya recaudación estaría directamente a la conservación del patrimonio histórico-artístico del país galo. Una idea, a priori, brillante porque es en este caso, además de incitar al compromiso del ciudadano francés con el patrimonio, es él, en última instancia, con la compra de los boletos quien decide con cuánto quiere contribuir a la restauración y mantenimiento del patrimonio artístico. Como dice un amigo “otra liga”.
Más allá de los grandes retos de una nación destinados a cubrir las necesidades que impone el estado del bienestar, y que no hace falta que les recuerde cuales son, la grandeza de un estado también queda definida por otras cuestiones, y una de estas no es tanto las estrellas de su liga de fútbol, sino su compromiso con el legado artístico. Así que hablando de grandeza y para acabar con un buen sabor de boca me quedaré con la noticia positiva de estos días que es el “redescubrimiento” de la nueva “cara” de esa obra cumbre altomedieval como es el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Una intervención en la que han participado un equipo internacional de restauradores e historiadores del arte, la crème de la crème en esta disciplina, y un total de 55.000 horas de trabajo, para lograr un resultado verdaderamente admirable. Por ese camino sí.