VALÈNCIA. Antes de la eclosión internacional de la música disco y el nacimiento del breakdance en Estados Unidos, Inglaterra parió el northern soul. Una escena musical surgida a finales de la década de los sesenta, donde hallamos la quintaesencia de la cultura underground. Es decir, sus acólitos aunaban la devoción por un tipo de música que llegaba a ellos después de pasar bajo el radar de las emisoras de radio y las distribuidoras de discos convencionales; poseían un código estético propio (que abarcaba tanto la vestimenta, como una peculiar forma de bailar y relacionarse socialmente con los afines) y disfrutaban del inmenso goce revolucionario de pasar genuinamente de lo que ocurría en los circuitos comerciales de la época.
El término northern soul no hace referencia al lugar de procedencia de la música que se escuchaba, sino al de los jóvenes que la convirtieron en un fenómeno social. Todo comenzó en ciudades de tradición obrera del norte de Inglaterra como Manchester y Wigan, de ahí pasó a las Midlands y finalmente conquistó el resto del país. Curiosamente, la correa de transmisión no llegó a Estados Unidos hasta años más tarde, ya convertida en una etiqueta en toda regla, a pesar de que la piedra de toque de esta escena era precisamente el inmenso caudal de música soul producida por pequeños sellos independientes norteamericanos durante los años sesenta.
La cosa consistía en ir a la caza de singles raros y antiguos que nunca habían llegado a distribuirse en Europa, y que llegaban a las cubetas de algunas tiendas británicas especializadas en música negra, cuyos dueños viajaban con frecuencia a Estados Unidos para buscar nuevo material. El responsable de bautizar a esta nueva escena como northern soul fue el periodista Dave Godin, propietario a su vez de la tienda de discos Soul City de Londres. Según relata él mismo, en torno al año 1968 comenzó a darse cuenta de que, cuando algún equipo de fútbol del norte de Inglaterra como el Wigan Athletic o el Stoke City disputaba algún partido en la capital contra el Arsenal o el Tottenham, su tienda se llenaba de hinchas foráneos.
Estos no parecían interesados por los sonidos más funk que comenzaban a despuntar en ese momento; buscaban singles con producciones más añejas y menos sofisticadas. Más cercanas al sonido de la Motown, pero producidas por sellos casi desconocidos de todas las latitudes de Estados Unidos como Okeh, Thelma, Shrine o Brunswick Records. “Comencé a usar el termino para acortar la forma de referirme a ese tipo de música a la hora de vender. Era como decir: si tienes clientes del norte, no pierdas tu tiempo enseñándoles discos que están ahora mismo en las listas de éxitos, simplemente ponles lo que les gusta... northern soul”.
La escena tuvo su momento de máximo apogeo en los años setenta, pero la producción de música por descubrir era tan ingente que todavía hay coleccionistas de la época que continúan encontrando canciones que no habían escuchado antes. José Lledó, pinchadiscos y propietario de la antigua tienda de discos Mardigras, hoy transfigurada en el bar-tienda Splendini, es una de las voces más autorizadas en todo lo referente a la música negra.
Es, además, impulsor de la fiesta northern soul que acogerá este sábado, 25 de enero, la sala 16 Toneladas. Siete horas de delicatesen musical y baile desenfrenado, con una nómina de pinchadiscos de excepción. Además de José Lledó, pasarán por la cabina Josep A, Davis de Santiago y el británico Matt Sneath.
“En España, el northern soul se introdujo entre finales de los ochenta y principios de los noventa gracias a los mods. Básicamente, hicieron lo mismo que habían hecho en los sesenta los mods ingleses. Empezaron a escuchar rhythm and blues y soul clásico, y fliparon. En cualquier caso, conviene no confundir los términos.
Los mods ayudaron al northern soul a crecer, pero son dos escenas distintas”, explica Lledó. De hecho, la escena mod tuvo su origen mucho antes, en los años cincuenta, y bebe de muchas otras influencias como determinados tipos de jazz, la música beat, el early reggae (o skinhead reggae) y el rocksteady, que no dejaba de ser la interpretación que se hacía desde Jamaica del R&B afroamericano.
Por otra parte, el desarrollo natural de la escena a lo largo de los años hizo que musicalmente se solapara con otras corrientes aledañas. “En muchos clubs convivía el soul clásico con el producido a mediados de los setenta, por ejemplo -añade Lledó-. Para hacerse rica y variada, la escena ha tenido que seguir evolucionando hasta nuestros días, sino estarían pinchándose los mismos temas siempre”.
Tráiler de la película Northern soul
Como decíamos al comienzo de este artículo, el northern soul también está íntimamente asociado a determinados estilos de baile, inspirados en los de grandes artistas-performers de los años sesenta como James Brown y Jackie Wilson. Películas como Soulboy (Shimmy Marcus, 2010) —en cuya banda sonora participó Paul Weller— y Northern Soul (Elaine, Constantine, 2014) nos remiten la misma imagen panorámica: noches frenéticas, lluvia de anfetaminas y paredes goteando sudor condensado por un millar de all-nighters bailando sin descanso. Jóvenes enfrascados en la ejecución perfecta de vueltas, giros, patadas, piruetas y palmadas encajadas a la perfección en el compás de la canción.
Este tipo de baile atlético, que se puede entender también como uno de los precedentes del breakdance, requería ropa cómoda —pantalones anchos, faldas amplias, zapatos de suela de madera que facilitasen los deslizamientos— y ritmos cada vez más rápidos. El extremo más paradigmático de esta tendencia a la aceleración son las canciones denominadas stompers o rompepistas. “Desde la perspectiva de hoy en día, esas son las canciones más representativas del Northern Soul. Pero, aunque eran temas graciosos y llenaban la pista, lo cierto es que la gente se cansaba y necesitaba también otro tipo de temas.
El género abarca mucho más que eso. Hay otros más lentos, más bonitos y mejor producidos. También eran bailables, pero de otra manera”, matiza el propietario de Splendini. “Por otra parte -apunta-, había unos códigos inquebrantables entre los djs de la época. No se pinchaban reediciones ni copias fraudulentas o bootlegs. También estaba mal visto subir el pitch (la velocidad de las canciones).
Clubs como el Twisted Wheel de Manchester, el Catacombs de Wolverhampton, el Golden Torch en Stoke-on-Trent y el Wigan Casino han pasado a la posteridad como los templos del Northern Soul. Los viernes, cuando salían del trabajo, muchos jóvenes de clase obrera decidían incendiarse hasta el lunes. Eran largos fines de semana, saltando de fiesta en fiesta, de ciudad en ciudad, gastándose el jornal en aquello que más les gustaba: la música y el baile.
Un ritual que guarda similitudes con nuestra Ruta del Bacalao, incluso en lo que concierne a la vinculación del consumo y distribución de drogas con el cierre de muchos de esos clubs. “Es cierto que se tomaban muchas anfetaminas -concede Lledó-, pero ante todo, lo más importante para todos esos jóvenes era su reverencia total a la música”.