ALICANTE. No es fácil. La intimidad que requiere una cena “para enamorar”tiende a la privacidad de tu casa,la mejor de las opciones, pero cuando las circunstancias no se prestan o salir es imprescindible para escapar de la rutina, no vale cualquier cosa. Hay decenas de sitios donde comer bien, bien de verdad.Sin embargo muy pocos reúnen las condiciones apropiadas para que en mitad de la escena no irrumpa el temido scracht, (ese sonido a disco arañado, ¿sabéis, no?). Ni el mejor de los cocineros puede poner remedio a un exceso de luz o ruido, a una música ambiente inapropiada, a la frialdad ya sea de temperatura, de un camarero o de la decoración, y el amor… qué puedo decir que no sepáis, el amor tampoco lo puede todo.
Enamorarse requiere siemprede una buena historia,una que diga algo de ti pero a la vez, sin que te des cuenta, te lleve a otro lugar, a uno que no sabías siquiera que deseabas. Por eso no vale conformarse y es necesario elegir un local evocador, que sugiera y se cuente sin palabrasy que, como toda buena ficción, se componga de una serie de ingredientes para hacerte volar: buena materia prima, buen artista en la cocinapero también una banda sonora y una dirección de fotografía inolvidables. Así que vamos a ir descartando todos esos lugaresque, a pesar de todos sus méritos, resulten ajetreados o excesivamente concurridos pues no se trata de una cita para dejarse ver o pararse cada tanto a saludar a los conocidos. La luz, a no ser que nos ofrezca unas vistas de ensueño, como las del restaurante La Ereta, el Pou de la Neu o el jardín centenario del PopuliBistro, mejor que enfoque exclusivamente a vuestra mesa, porque lo importante está pasando allí y, por lo mismo, la música debe escucharse al nivel justo para acunar la conversación y proteger su intimidad. Olvídate también de los locales correctos pero que no cuidan los detalles, que en esto del amor resultan indispensables, pero también de los que denotan una decoración demasiado profesionalizada. Se puede ofrecer una estética impecable, pero lafalta de un toque personal impondrá distancia y aquí hay que contar una historia que no puede narrarse sino saltando de una pincelada a otra elegida con encanto. Así que ni un estilo excesivamente funcional, ni barroco o pesado, ni ñoño como una saloncito de té. Estructuras antiguas y materiales nobles siempre vienen bien, tratados con delicadeza. ¿Os acordáis de la escena del restaurante en El protegido (Shyamalan, 2008)? ¿esa en la que Audrey y David pretenden que sea “una primera vez”? La luz de la mesa apenas ilumina cálidamente sus caras y tras ellos se extiende el DreamGarden, un mural gigante con un árbol centenario en un exuberante jardínque denota la trascendencia del momento. Pues el restaurante no existe en realidad, el mural está expuesto en el vestíbulo del Centro Curtis en la esquina noreste de Washington Square (Filadelfia). Y es que no es fácil… Pero, si llegados a este punto no habéis renunciado a la cena de vuestros sueños, hay lugares en Alicante que están cerca de ese idealismo tan deseado para encender una noche romántica.
Ya he nombrado a La Ereta, enmarcado por las vistas panorámicas más bellas de la ciudad de Alicante desdeel monte Benacantil.El flamante edificio moderno de este restauranteresulta acogedor y cálido en su interior, una simbiosis que representa muy bien la cocina de Dani Frías, una de las más interesantes de estos lares. De todas, ésta resulta sin duda la opción más espectacular.
Si buscáis una estética más romántica, abajo, en pleno meollo de la ciudad, ubicado en el edificio modernista del teatro Principal, se encuentra el Teatro Bistrot de Sergio Sierra (que sigue abierto, ahora, sin terraza), un viaje al París de los años 20. Pequeño y con una decoración e iluminación exquisita a través de las botellas y espejos de sus paredes.
Pero si queréis un paseo auténticamente francés, elegid el Bristrot de Llevant, la opción más personal de todas (y más asequible). Ubicado en una antigua casa de principios del siglo XX, en el bohemio barrio de San Antón (la antigua La Marmita), este encantador restaurante parece especialmente pensado para re-enamorarte. Es difícil no hacerlo escuchando de fondo He needs me de Nina Simone, y el Bistrot de Llevant tiene una de los mejores hilos musicales que se pueden encontrar en restauración. Aquí verás a más de uno capturando en el Shazam los temas de jazz y folk de los años 40, 50 y 60 mientras degustan los platos de una auténtica casa de comidas bordalesa que Adrien, formado en París, reinventa con cariño y productos del día. En su carta no faltan el pato, los buenos vinos de Burdeos, las rillettes caseras y los quesos (de leche cruda), o platos especialmente apreciados por los franceses que los visitan como la sopa de cebolla gratinada y el Ragoût de rabo de ternera (larga cocción) à la Bourguignonne servido con el clásico gratin dauphinnoise.
Pequeñas estancias (incluso un reservado), iluminación suave, bonitas pinturas de anticuario y recuerdos de sus propietarios, el joven matrimonio formado por la alicantina Angels Mass y Adrien Blanc (de Burdeos), acogedores y afectuosos, completan el Bistrot de Llevant, un lugar con una historia que se huele, se escucha, y hasta en la que puedes imaginarte bailando como en La La land.