VALÈNCIA. El ejercicio es sencillo; uno no tiene más que hacerse dos o tres preguntas, como por ejemplo: si pienso en referentes del género fantástico de terror, ¿en quién pienso? Incluso en unos años como estos, en los que la sensibilidad y la autoexigencia es mayor, la respuesta dará una serie de nombres que serán, probablemente, HP Lovecraft —es tiempo de divinidades siderales durmiendo un sueño de eones, algunas pobremente representadas como seres antropomorfos con tentáculos en el rostro, al estilo, por ejemplo, de Davy Jones—, Edgar Allan Poe —por supuesto—, o Stephen King —que alguien le dé ya el Nobel a este hombre ultraprolífico y superpopular—. La carencia es clara. Lo mismo sucederá si a la de tres lo que se solicita, incluso a gente versada en libros, es nombrar por ejemplo, cinco autores africanos, aunque este sea otro tema. Sin duda habrá quien enfrentado a la primera pregunta, ofrezca un panorama literario diferente, pero desde una perspectiva estadística, sin manejar cifras ahora mismo, y por tanto, desde la más pura especulación, este parece el resultado más plausible a poco que uno haya tomado el pulso a sus congéneres —lectores, una minoría—. ¿Con qué tiene que ver esta respuesta? ¿Qué aprendizaje ha propiciado que estos sean los primeros nombres —en concreto los tres primeros— que nos vengan a la mente? Habrá quien diga que no hay que buscarle tres pies al gato, que es cosa, sencillamente, de la calidad. Entonces podemos preguntar, por ejemplo: mencione cinco escritoras de género fantástico —orientado al terror— en treinta segundos. Si se tienen dificultades y solo viene a la mente, pongamos, Mary Shelley —celebérrima autora del prodigioso Frankenstein o el moderno Prometeo—, el bug en el bagaje literario se revelará nítido. ¿Quién ha pensado en la sensacional —y afincada desde hace décadas en estas tierras valencianas— Pilar Pedraza, por jugar en casa? ¿Quién en Shirley Jackson? ¿En Mariana Enríquez?
Nuestra tendencia a mencionar los tres primeros nombres, francamente, no guarda relación exclusivamente con la calidad. Tiene mucho que ver con la publicidad y la costumbre. Otra pregunta: a la de tres —de nuevo—, referentes de la Beat Generation: ¿Jack Kerouac, Allen Gisberg, Lawrence Ferlinghetti? ¿Quién diría la asombrosa Elise Cowen —teacher, your body my Kabbalah—, Diane di Prima, Denise Levertov, Marge Piercy? Ellas estuvieron también. Ellas jugaron un papel fundamental. Si uno siempre se ha considerado un beatnik de pro, un auténtico hipster de los de verdad —de los que recibían su nombre de ese derivado jazzístico de hepcat y no de su barba—, pero no le suenan de nada estos nombres —por poner solo unos ejemplos—, debe investigar un poco más. Nuestra educación, lo queramos o no, nos ha privado en gran medida de la parte femenina del espectro. En el caso de la generación de la carretera, por culpa de una más que evidente misoginia que se huele a poco que uno relee con los ojos bien abiertos. En el caso de otras muchas generaciones o movimientos, también. Hoy día, por suerte, la cosa está cambiando. Hoy día, si uno solo ha sido capaz de decir Lovecraft-Poe-King, puede acercarse a la librería más cercana a hacerse con ese acertadísimo regalo de Navidades —para otro o para uno mismo— que es Reinas del abismo, cuentos fantasmales de las maestras de lo inquietante, fabulosa antología del catálogo de Impedimenta, editorial que nos tiene acostumbrados a delicatessen a nivel de contenido y continente. Lo que ha llegado recientemente a los mostradores de novedades es una colección de relatos obra de estas figuras magistrales de lo extraño que atrapa desde la primera página: edita e introduce Mike Ashley, traducen Alicia Frieyro, Olalla García, Sara Lekanda, Alba Montes y Consuelo Rubio.
Dice Ashley: “Mientras Edgar Allan Poe, Joseph Sheridan Le Fanu y lord Bulwer Lytton, entre otros, intensificaban esa atmósfera dramática —a veces excesiva (esto queda fuera de la cita)— al menos en sus relatos más tempranos, las mujeres creaban relatos eficaces y memorables. Catherine Crowe, Elizabeth Gaskell, Amelia Edwards, Rhoda Broughton, Margaret Oliphant, Charlotte Riddell, Mary Molesworth (nos sería fácil duplicar o incluso triplicar esta lista) son algunas de las autoras que escribieron las mejores historias de fantasmas de la época victoriana”. Explica el antologador que sin embargo, el foco ha sido puesto en las escritoras que llevaron el relato de lo sobrenatural del período victoriano tardío a los comienzos del siglo XX. Tenemos así, por ejemplo, un inmejorable arranque de la antología a cargo de Mary E. Braddon, con una historia de aparecidos y de intuiciones fantasmales. Tenemos después El ángel del escultor de Marie Corelli, a Edith Nesbit, a Frances Hodgosn Burnett y a Marie Belloc Lowndes. Y después a la Circe moderna de Alicia Ramsey, con la perdición del seductor y esos hombres convertidos en perros sin remedio, víctimas del hechizo de la Virgen Loca. A May Sinclair, a Marjorie Bowen, a Greye La Spina. Y a Sophie Wenzel Ellis, a G.G. Pendarves, a a Lady Eleanor Smith. La melodía maravillosa de Jessie Douglas Kerruish, y la sorprendente Isla de las Manos de de Margaret St. Clair, un relato que uno puede descubrir maravillado en esta antología pese a haber dedicado muchas horas a leer antologías de fantasía. Qué sorpresa no haber leído nunca antes esta historia de anhelos demiúrgicos. Van después Los indeseados de Mary Elizabeth Counselman, y el épico cierre —surrealista— de Leonora Carrington y su séptimo caballo, un broche por todo lo alto a este volumen que compila lo victoriano, lo weird, y lo sci-fi, que recorre un talento que poco se ha recorrido para lo que se merece, y que se lee de una, o paso a paso en la mesita, descubriendo relato a relato lo mucho que queda por conocer, editar o reeditar, y claro, admirar.