VALÈNCIA. El gran compositor Gustav Mahler en un gesto propio de su personalidad entre la ausencia de humildad, la grandilocuencia, pero también la capacidad asombrosa de vislumbrar el futuro dijo que su tiempo “todavía no había llegado” (afirmación que se confirmó como cierta).
No me parece arriesgado ver la trasposición a su música de las turbulencias de la Europa del momento y de unos acontecimientos que años después desembocarían en las dos Guerras Mundiales. Nos fascina ese instante en que los artistas se adelanten a su época, estar ante una obra que representa una novedad en la historia el arte, descubrir en un pintor, escultor o músico, que aquello tan novedoso que vemos en él, tardará todavía un tiempo en ser acogido por otros, y convertido en nuevo movimiento artístico.
Los melómanos mostramos fascinación ante esos compases que marcan un antes y un después: ante el Orfeo de Monteverdi, los acordes de la escena del Comendador en Don Giovanni, la Sinfonía Heroica, el futurista acorde del preludio de Tristan e Isolda o los ritmos sincopados de la Consagración de la Primavera.
Existe una parte de la historia del arte que creo especialmente atractiva consistente en la búsqueda del rasgo de modernidad, del verso suelto en un momento, movimiento o artista. Una modernidad que nos gusta descubrir aquí o allá por nosotros mismos, sin que necesariamente sean los libros los que nos guíen.
El artista total lleva a la perfección plástica su capacidad para adelantarse y abrir nuevos territorios. Existen grandes artistas que no han tenido ese plus de, además, ser visionarios con su obra; quizás porque tampoco se han planteado un arte adelantado a su tiempo.
Otros creadores quizás no tan dotados han tenido el don de explorar nuevos territorios o de plantear en su obra cuestiones que iban a acontecer con el tiempo. Una de las exposiciones que más impresión me causó de cuantas ha realizado el IVAM se remonta a 1998 bajo el título Sueños de un vidente y estaba centrada en la figura de Alfred Kubin (1877- 1959) y sus fascinantes dibujos oníricos y visionarios, ya no tanto de un futuro que estuviera por venir (afortunadamente), como de un universo paralelo, o, quizás, un mundo que habita dentro de todos nosotros y que el artista plasma a través de una estética que cuesta de olvidar.
"El más raro entre lo muchos raros que ha dado Europa central", según el por entonces director del museo Juan Manuel Bonet. Cuántos dibujantes o artistas de cómic muchas décadas después han buscado en ese mundo de los monstruos de la mente y de nuestros sueños su fuente de inspiración.
No sé si Kubin llegó a conocer de primera mano la obra de Goya y sus grabados sobre los Caprichos y Disparates, las laberínticas y extrañas Carceri d´Invenzione de Piranesi-paisajes interiores del hombre moderno-, o las acuarelas de William Blake, pero diera la sensación de que hay artistas unidos por una capacidad de inventiva que les lleva a crear mundos paralelos a la realidad tangible o a la tradición.
Hablando del Ivam, hace unos días visité la magnífica, y recomendable, exposición que el museo, por fin, aunque sea un poco tarde, le dedica a uno de los artistas más interesantes de la plástica española de las últimas décadas: José Iranzo Almoacid, ANZO (Utiel, 1931-Valencia, 2006). Los dos primeros óleos que nos encontramos, fechados a finales de los sesenta, si no recuerdo mal son de 1968, recogen una monótona superficie adoquinada, unas trapas de alcantarilla y la silueta menuda de un individuo solitario, aislado.
En otras nuestro personaje aparece trajeado, como un hombre fabricado en serie; solitario, gris e impersonal, callado, nos mira fijamente desde dentro de un chip, absorbido por la nueva máquina ¿les recuerda esto a algo?
Obras de una modernidad casi trasgresora pero también reflexiva, tanto en el fondo-en lo que nos cuenta- como en la forma-cómo lo hace- y que, a pesar de haber transcurrido casi medio siglo podrían estar colgadas en las paredes de una galería de arte contemporáneo y firmadas por un joven artista cuya obsesión es hablarnos del aislamiento del hombre en la época de la computación, de la informática, los dispositivos móviles.
Me contaron que un importante marchante neoyorquino cuando conoció a Anzo hizo lo posible para llevárselo a la ciudad vertical donde le esperaba un éxito seguro, pero declinó la oferta. Estoy seguro que, en otro contexto creativo ¿quizás Madrid o Barcelona?, en otro mercado, nuestro artista habría sido reconocido en mayor medida y quizás hoy en día habría muchos más textos dedicados al estudio de su obra.
Anzo nos habla con insólita visión de futuro de la soledad humana frente a la tecnología y la masificación en un mundo tecnificado y masificado, su alienación y la ausencia de comunicación.
Poner en marcha la máquina del tiempo y hacer rodar las saetas del reloj hacia atrás, es un juego fascinante para quienes vemos la historia del arte como una continuidad, comprobando que en otras épocas se dieron rasgos de modernidad insólita. En la recomendable muestra en el Thyssen sobre pintura venciana del siglo XVI se observa claramente la evolución de los artistas desde la línea hacia la mancha; desde la contención más académica a la ruptura de la línea y en ello hacia territorios inexplorados hasta el momento. Esa última sala nos desconcierta y maravilla por partes iguales porque somos espectadores de un salto que pareciera que todavía no toca por ser demasiado audaz. Pero así es: nos gusta ver ya indicios de impresionismo de Velázquez en su Villa Medici, lo cerca que se encuentra Turner de la abstracción, o como Cézanne con su serie del monte de Sainte Victoire pone en bandeja a Picasso el inicio del Cubismo.