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Ramón Palomar: “La vida no deja de ser una gallera: todos queremos ser el gallo del corral”

20/10/2019 - 

VALÈNCIA. Hace seis años, el locutor y columnista Ramón Palomar debutó en el terreno de la ficción con Sesenta kilos. Aquella incursión en el género negro no fue una incursión casual sino el aviso de la irrupción de un autor diestro, con una prosa sólida, personal y fluida que manejaba con soltura tramas relacionadas con el lado oscuro del alma humana. Con La gallera, el conductor del programa Abierto al mediodía reincide en el género pero da un nuevo paso adelante como escritor, desplegando otra serie de historias que se entrecruzan de manera vibrante a lo largo de una historia de honor, inocencia y venganza.

- ¿Por qué la novela negra?
- Tuve la suerte de que en mi casa hubiera una biblioteca en francés muy bien surtida. A los 13 o 14 años un verano mi padre me dejó Cosecha Roja, de Dashiell Hammett en francés, publicado en la série noire de la editorial Gallimard, ejemplar que aún conservo. Todas las noches durante ese verano me leía un libro de la colección: Chandler, Thompson, Himes... Le cogí mucho cariño al género. Creo que es una de esas marcas indelebles que llegan con la adolescencia. Soy un gran fan de la novela negra, de la americana y también de la francesa. Siempre tuve claro que si escribía ficción sería novela negra.

- ¿Dónde has conocido más personajes afines a ese mundo, cuando era un chaval que trabajaba en un bar o posteriormente, convertido ya en profesional de la comunicación?
- Mientras estudiaba en la Facultad trabajé en un pub de camata. Las  relaciones con personas que, digámoslo así, se dedicaban a actividades alternativas me vienen de ahí. Cuando estos conocidos ven que te dedicas a la comunicación, sienten de una especie de orgullo porque pueden decir que conocen a este que sale por la tele y habla por la radio. Eso les da un patina de honorabilidad. A mí me han contado muchas historias. Luego, gracias a un amigo que es abogado penalista, hablé con algún narco importante, pero ya no era esa relación digamos de camaradería  como la que tuve con los que conocí siendo jovencito. Ya entonces, cuando escuchaba y veía aquellas historias, pensaba que algún día les daría forma. Las miradas, los códigos, los motes. Me parecía un excelente material para una novela  y me parecía una pena desperdiciarlo.

Foto: EVA MÁÑEZ

- ¿Son personajes que te despertaban curiosidad?
- Totalmente. Siempre tuve una gran curiosidad por saber cómo era la vida real de estos delincuentes. Me parece un mundo muy curioso porque viven completamente al margen, con otras reglas que no son las nuestras. No tienen paro, no acuden a la seguridad social, no renuevan el DNI. Todo lo que tiene en este sentido es falso y eso les confiere una identidad paralela a las que rigen nuestro mundo, digamos normal, que me parece muy atractiva.

- Entonces personajes como El Rubio, uno de los protagonistas de La gallera existen
- Existen. Naturalmente los maquillo. El mundo de la delincuencia que yo he conocido es muy de Mortadelo y Filemón, muy cómico. En el fondo es gente muy buscavidas pero con un lado muy inocente. Ellos a su nivel se defienden muy bien pero en la vida real se defienden fatal y eso les otorga un lado cómico del que no son del todo conscientes. Lo que hago es darles cierta carga de dramatismo y de épica. Con el personaje que inspiró al Rubio hablé hace unas semanas. Tenía un problema en las muelas y necesitaba conocer a algún dentista. Porque luego están muy desarmados ante la vida real. Para la vida ilegal están muy preparados para la legal no.

- Refiriéndose a Sesenta kilos, tu primera ficción alguien habló de novela negra cañí, ¿te reconoces en esa etiqueta?
- Sí. Lo cañí da mucho juego para hacer novela negra. El término me encantó. Culturalmente los de mi generación somos muy americanos. Venimos de los dos únicos canales de televisión, de los programas dobles en el cine de barrio, películas de Ford y Hawks. Pero luego creces y descubres a un señor que es Sergio Leone que hace un westerns fantásticos y que mira de tú a tú a los clásicos americanos. Por eso luego aparece Tarantino y reivindica a Romero Marchent. Y te das cuenta de que nuestros manguis son igual de molones que los manguis de Alabama, sólo es que no hemos sabido venderlos. Un mangui de Mislata puede medirse con uno de Biloxi y partirle la cara seguro, y uno de Russafa pegarle tres collejas a un personaje de Barry Gifford. Lo que me interesa es reivindicar con mis novelas es reivindicar es universo que es tan nuestro. Nosotros tenemos un lumpen igual de fértil que el que tienen los norteamericanos.

- ¿Hay otros autores que cultiven esa forma autóctona de novela negra?
- Diría que a nivela literario, Carlos Zanón y puede que algún otro. Y la serie Gigantes lo abordó bastante bien. Ahí, por ejemplo, aparecían gitanos, que era una de mis obsesiones cuando escribí Sesenta kilos, ¿por qué aparecen tan pocos gitanos en las novelas negras españolas? Porque otra de mis obsesiones era salirme de los caminos más trillados y lo digo con toda la humildad del mundo. Frente a las fórmulas habituales, en Sesenta kilos no había ningún policía, sólo había delincuentes. En La gallera hay un único policía y además es megacorrupto. Pero sobre todo siempre he buscado crear personajes que le pellizquen un poco el corazón al lector. Intentar extraer del estiércol pureza, belleza, poesía.

Foto: EVA MÁÑEZ

- ¿Eso tiene que ver con la cita de George Simenon que abre la novela?
- Sí: Comprender y no juzgar. Me parece muy buena y además la pongo en práctica. Si algunos delincuentes me han ofrecido información sobre sí mismos es porque veían que yo no les juzgaba. No hablan nunca por razones obvias, pero cuando ven que en frente tienen a alguien que escucha sin juzgar, les encanta. Porque cuando van por ahí no pueden decir lo que hacen. Un niño no puede decir en el colegio “mi papá es narco”. Y cuando les escuchas, se vuelcan completamente y te lo cuentan todo. Uno que conocí me decía que él se veía a sí mismos como un emprendedor, como un comerciante. Si los que venden alcohol lo son, me decía, por qué no lo iba a ser él. Era alguien que veía lo que hacía como su trabajo y que además le gustaba. Y si le decías que la droga mata él te dice que el alcohol o un coche a mucha velocidad, también.

- En la faja de La gallera Santiago Posteguillo te llama el James Ellroy español. 
- Es algo que me llena de responsabilidad y a la vez me abruma. Agradezco enormemente la generosidad de Santiago pero Ellroy es uno de los grandes autores de negra de todos los tiempos, y ya me conformaría con llegarle a la suela del zapato. Soy fan de Ellroy y ya me gustaría tener su talento y una obra como la suya.

- ¿Se puede hacer literatura partiendo, además de la literatura misma, del cine o de una serie de televisión?
- Yo creo que sí. Hoy en día estaba todo tan mezclado y relacionado. Una serie como por ejemplo The Shield es de lo más fuerte que se ha hecho jamás en televisión. Era de una de maldad tremenda y estoy seguro que los polis corruptos que la protagonizaban han acabado influenciando al personaje del poli corrupto de La gallera. Es como una autopista en dos direcciones. Seguro que Breaking bad o Los Soprano influye a algún escritor actual. Sí creo que hay un trasvase y que las fronteras entre géneros están cada vez más diluidas. Y uno de los elementos más representativo de las series son los diálogos. En las series contemporáneas la palabra tiene un papel fundamental. Y eso yo creo que es literatura.

- ¿Por qué nos atrae tanto el mal?
- Porque somos buena gente. Seríamos incapaces de practicar el mal a un nivel extremo, por eso nos atrae. Es un caso de insatisfacción. Nosotros formamos parte de un banco de peces y otros son tiburones, van a su aire y no tienen ética y establecen su propia ley. Eso nos fascina.

Foto: EVA MÁÑEZ

- ¿Harías una novela sobre la corrupción en València?
Sí es un tema novelable pero en esto Ferran Torrent es el gran maestro. Pero de hacerla, metería más sangre porque el elemento sangriento me tira. Soy hijo de Peckinpah, de Leone, que veía sus películas cuando mi familia vivía en Tánger, con ocho o nueve años, y salía muy trastornado de ver aquellos tiroteos. Pero volviendo la corrupción que hemos vivido aquí, que ha sido profundamente lamentable, tiene también un lado a lo Pajares y Estreso. Esa caspa del nuevo rico, del mediopelo que quiere un yatecito para vacilar, ese punto fanfarrón tan tonto. Yo creo que se presta más a una comedia ácida berlanguiana.

- ¿Y con el clan Pujol?
- Me parecen más siniestros. Me dan un poco de miedo y como son un clan familiar tan grande, los confundo. Y está Marta Ferrusola, que es como Ma Baker. Son un poco como los Peaky Blinders, pero sin su grandeza [ríe].

- ¿Sabes ya qué quieres escribir a continuación?
- No tengo ni idea. Ni siquiera sé si seguiré escribiendo. Pero sobre todo, necesito tener una idea que me sirva de punto de partida. Con La Gallera fue que descubrí que existía una gallera en València y que se convirtió en sala de exposiciones, ahí empecé a carburar porque me pareció una metáfora muy bonita porque en el mundo de los manguis todos quieren ser el gallo del corral. Y la vida no deja de ser una gallera, en todos los campos.

- ¿Qué escritores contemporáneos has leído últimamente?
- Cormac McCarthy y Rafael Soler, ambos me gustan mucho. César Pérez Gellida, Marcos Ordoñez. Me gustó mucho Ordesa de Manuel Vilas. Los asquerosos de Santiago Lorenzo. Siempre leo los ensayos de Robert Kaplan.

- ¿Y qué literatura no te interesa?
- Toda aquella que aplique una fórmula que favorezca el pensamiento perezoso del gran público. Toda aquella que no arriesga y que da alfalfa al lector, los autores que, amparados bajo la coartada del entretenimiento han rebajado la calidad de la prosa y las tramas. Se puede entretener sin tratar al lector como un zoquete. 

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