Fulgencio Pimentel lanza la segunda parte del integral de Julie Doucet, historias sinceras, delirantes y sucias, sobre la juventud de la autora; Viñetas autobiográficas que inciden en relaciones de parejas frustradas por los celos de ellos hacia su trabajo y por hombres que trataban de atenazarla con chantaje emocional. Cómics irrepetibles, hijos de su época, con el valor de empezar como fanzines con el espíritu 'do it yourself'
VALÈNCIA. Un asiento de primera fila para el cerebro de la autora. Son palabras de Sammy Harkman en la introducción del segundo tomo del integral de Julie Doucet, Cómics 1994-2016, en la editorial Fulgencio Pimentel. Pasar estas páginas se parece a la película Viaje Alucinante de Richard Fleischer, pero a través de la mente; una mente poco convencional, llena de contradicciones y que no acepta ninguna convención social. Con la particularidad de que la mayoría de las convenciones sociales a las que hace referencia son las instituidas entre las personas que exhiben que no aceptan las convenciones sociales. Una paradoja muy propia del brillante cómic underground de los 90 que sigue ahora más vigente que nunca.
En esta segunda parte de la recopilación de toda su obra nos encontramos menos surrealismo que en la primera y más realidad real y realidad no real. Tiene una explicación: Aquí Doucet, además de sus conocidos pasajes autobiográficos, recopila también sus sueños. No vamos a meternos en teorías psicoanalíticas, pero que ella sueñe que asesina a su compañero de piso juerguista, irresponsable, guay, que tiene un grupo de música que ensaya en su casa y monta fiestas con montones de gente cool que invaden su espacio, pues también habla de ella.
Que sueñe que da a luz bebés con el cuello torcido que en la mayor parte de los casos acaban convirtiéndose en gatos. O que sueña que sueña que da a luz a un gato y se despierta en el sueño que está soñando con un gato entre los brazos, son historias que también forman parte de una biografía porque comprenden sus deseos y temores. O momentos de raciocinio. Hay otro delirante con Nick Cave en el que ella, enredando aparatosamente su cuerpo con él, en el típico sueño estresante, encuentra una lección vital. No la revelaremos.
Pero el punto fuerte lo encontraremos cuando aborda su vida con realismo soviético. Más que eso, con naturalismo a lo Zola. A mitad del tomo aparece su glorioso Diario de Nueva York, que ya se editó por separado en España, en el que detalla una agobiante relación que tuvo con un hombre guay del mundillo de la cultura alternativa, pero en la sub-categoría de los frustrados.
Son historias angustiosas. Julie, tanto en esta como en una anterior sobre sus estudios de Bellas Artes, topa con novios celosos que no le dejan que les deje. No recurren a la violencia ni a la dominación física, pero sí a la psíquica del pasivo-agresivo. Amenazan con suicidarse, lloran toda la noche... La sensación en cada viñeta es como la del debut de Spielberg en el cine, El diablo sobre ruedas, sobre un camión no dejaba nunca de perseguir al mismo conductor. Solo se echa en falta en estas trescientas páginas al gran supervillano del primer tomo: la regla.
Sin embargo, la autora huye de la etiqueta de cómic autobiográfico que abunda tanto. Ha asegurado que nunca dibujaría historietas que involucrasen a su familia y amigos más íntimos. No les haría eso. Y entiende que el hecho de hablar de sexo no significa que esté revelando su intimidad sexual. No obstante, tiene la etiqueta de cómic personal con la que ella no está muy de acuerdo.
Cualquier lector debería saber separar lo que es la exhibición impúdica del uso de la primera persona para contar historias. Aunque ella, cuando ha hecho balance de toda su carrera, ha lamentado haberse metido en las aguas pantanosas de la autobiografía precisamente en capítulos como los que contiene este tomo. En haber permitido voluntariamente una invasión de su privacidad. De hecho, ahora valora más sus viñetas más punks y surrealistas del principio.
Pero como observadores imparciales, nosotros caemos rendidos ante las historias de Nueva York y las de su casera Madame Paul. Son inolvidables. Sobre todo tienen valor porque las de pareja muestran la relación prototípica en la que una mujer tiene éxito y el hombre no. Un verdadero descenso a los infiernos de los celos y la miseria para los tipos con los que ella se encontró, aquí retratados, y no poco habituales. En una entrevista en Dangeorus Drawings ella lo explicó con palabras verdaderamente amargas:
"La mayor parte de mis problemas provienen de relaciones sentimentales, del hecho de que yo era la que tenía éxito. Y como estaba metida en un mundo de hombres, pasó mucho tiempo hasta que al fin pude hablar con otras mujeres que habían tenido las mismas experiencias. Te lo digo en serio, aquello me envenenó la vida. Quizá es lo que me provoca más resentimiento de aquellos años haciendo cómics".
Julie Doucet nació en Montreal en 1965. Tal y como ella misma ha contado en entrevistas, es epiléptica desde que sufrió un ataque a los 13 años. Dormilona y depresiva, apostó por el cómic contra viento y marea. Trabajó "como una burra" y encima tuvo que ver cómo la escena de cómic independiente se iba deshaciendo a finales de los 90. Una historia de éxito pero no muy exitosa.
Tanto una cosa como otra le hizo abandonar la historieta. Metida en proyectos visuales, pero diferentes al cómic, sintió que el mundo de los tebeos también era asfixiante para ella. Veía que en aquellas convenciones de coleccionistas y expertos, lo que abundaba, aparte de una mayoría de hombres -que no podemos decir que veinte años después siga siendo igual- era gente demasiado obsesiva con una concepción muy tradicional de lo que son las viñetas: "Acabé hasta el gorro de los frikis del cómic", manifestó en una ocasión.
Por supuesto, Julie también tuvo que lidiar con feministas. Sus cómics fueron rechazados en tiendas por contener una supuesta "violencia contra las mujeres". En una ocasión, le comunicaron que el rechazo se había producido tras una votación de los propietarios del local. Ella subraya que lejos de disgustarse se partió de risa cuando escuchó tal cosa.
Como comentaba Ferran Esteve en estas páginas un dibujante español que podría encuadrarse en aquella explosión de cómic underground y fanzines a nivel local, ahora volcar en viñetas vivencias e intimidad ya no tiene la misma fuerza. Vivimos en un sistema de comunicación continua de la intimidad de todas las personas del mundo a la vez. Quizá un esfuerzo en esta dirección sea como echarle gotas de agua al mar, pero aquella generación destacó tanto en la ficción como en la introspección. Y todos, con su realismo sucio, ruptura de clichés y mentes un tanto perversas, firmaron una época en la que el cómic podía cambiar vidas.