El momento español exige tomar partido y ensuciarse las manos a la manera sartriana. El Gobierno copresidido por el Pinocho de Tetuán y el Ceaucescu de Vallecas amenaza la libertad y la igualdad. Toca organizar la resistencia porque se avecinan tiempos duros
En los días de la investidura ocupé parte de mis horas de descanso en releer España 1808-2008 de Raymond Carr, editado por Ariel. De fondo oía las mentiras del Pinocho socialista, agarrado a unos folios porque carece del don de la improvisación. Es un orador mediocre pese a su buena planta.
Oía su discurso mientras pasaba las páginas del libro de Carr. El pasado arrojaba luz sobre el momento presente. En el periodo analizado por el ilustre hispanista, España vivió cuatro guerras civiles, una de independencia, dos repúblicas fallidas, dos dictaduras, innumerables pronunciamientos militares, huelgas revolucionarias, los exilios de Isabel II y Alfonso XIII, el asesinato de cinco presidentes de Gobierno, la guerra de Marruecos, persecuciones religiosas, la pérdida de las últimas colonias…
Es difícil encontrar un país europeo que haya escrito su historia contemporánea con tanta sangre y odio entre hermanos, si acaso Rusia. Aquí, al menos de momento, no hemos asesinado a ningún miembro de la familia real.
Si juegan con el porvenir de la nación, los combatiremos en las tribunas y en las calles, en las ciudades y en los pueblos, por tierra, mar y aire
Dejé de leer el ensayo de Carr y en la televisión seguían atacándose los hunos y los otros a cuenta de una investidura negociada en secreto y con un peaje mantenido oculto por los negociadores.
¿Qué hacer? ¿Debía tomar partido ante lo que veía o debía ignorar la realidad como si nada estuviese sucediendo, ajeno del ruido de los tahúres de la política?
Me acordé del libro de Herman Melville. Como su protagonista, el escribiente Bartleby, yo también preferiría no hacerlo. Soy feliz leyendo la prosa de Lampedusa y bebiendo güisquis con mi amigo Sergio en el pub Robin Hood. Si me sacas de ahí, de mis libros y de mis películas, de mi modesta torre de marfil, me has jodido.
Preferiría no hacerlo y escribir sobre el satisfyer que las vuelve locas, pero lo haré forzado por la deriva del país. Aun a riesgo de ser señalado por algunos, deseo dejar constancia de mi compromiso (¡horrenda palabra!) contra un Gobierno legal pero inmoral porque nace del engaño y la traición.
Habíamos visto muchos atropellos en la política, pero la investidura del presidente maniquí superó todos los límites de lo aceptable. España está al albur de quienes pretenden destruirla. Los carlistas del siglo XXI. Lo que nace esta semana no es un Gobierno progresista sino reaccionario. El Ejecutivo del Pinocho de Tetuán y el Ceaucescu de Vallecas amenaza la libertad y la igualdad. Será un peligro para la libertad porque aspira a regular parcelas íntimas de la vida como el lenguaje y la relación entre los hombres y las mujeres; quiere imponer su ingeniería social en la educación, e intentará maniatar a los medios críticos y reescribir la historia.
Pero, además, el Gobierno socialcomunista agravará la desigualdad entre los ciudadanos y los territorios porque continuará otorgando privilegios a los patxis vascos, defensores de una ideología derechista y clerical, y a los burguesitos catalanes que creen llegada la hora de soltar amarras con España.
Quienes pagarán semejante vileza serán los trabajadores, las clases humildes, que han sido abandonadas por una izquierda que, consciente de que no les puede ofrecer nada sustancial para mejorar sus vidas, seguirá crispando la sociedad con sus raciones de ideología de género, desmemoria histórica, animalismo e integrismo ecologista.
Como vaticinó el infame Zapatero, les conviene que haya tensión. ¡Qué grave irresponsabilidad! Ellos, los socialistas radicales que recuerdan a Largo Caballero y los comunistas que han regresado al poder, han recuperado la dialéctica de las trincheras que fue enterrada por la Santa Transición. Su propósito es demoler el régimen del 78, que ha sido, con sus defectos y límites, lo mejor que nos ha ocurrido en los dos últimos siglos.
Frente a un Gobierno que pretende abrir una causa general contra la mitad de España, tomando por fascista a quien no los votó, toca organizar la resistencia con cordura y templanza. Con el auxilio de la palabra y la razón defenderemos la unidad del país y nuestras libertades individuales. Si juegan con el porvenir de la nación, los combatiremos en las tribunas y en las calles, en las ciudades y en los pueblos, por tierra, mar y aire. Que no subestimen el poder de millones de españoles que nunca transigirán con las mentiras de esta coalición de reaccionarios e impostores.
Creo que con estas líneas he dejado clara mi posición ante Dios y ante la historia, también ante vosotros, que ya podéis aplaudir o insultarme. Lo agradeceré de igual manera. Ahora vuelvo a la tranquilidad de mi dormitorio, donde me esperan los diarios de Stendhal. El 25 de noviembre de 1804 escribe: “El conocimiento de los hombres me ha hecho despreciar el juicio de la inmensa mayoría, que está compuesta de necios”.