VALENCIA. Un pequeño sondeo que, recientemente, realizamos entre tres compañeros sobre lo que son para un grupo de personas las antigüedades, me permitió comprobar que las palabras que más se repetían eran emoción, historia e historias, calidad, autenticidad y en menor medida aunque también, inversión. ¿Cuántos de los objetos que hoy nos rodean habitualmente nos transmiten esas cualidades?.
Internet ha estallado delante de nosotros y nuestras vidas se han desdoblado sin que a penas nos hayamos dado cuenta, desarrollándose junto a la existencia en la se siente el frío o el calor, llueve y nos mojamos o comprobamos las excelencias de la tortilla del bar Alhambra, una realidad paralela que podríamos situar en un lugar indeterminado, entre los píxeles de la pantalla y nuestro raciocinio. Hoy escuchaba al autor de un reciente libro sobre la red de redes que esta, por contra de lo que algunos auguraban, esta se ha acabado convirtiendo en poco más que un trasunto de la realidad física, de la realidad ya existente, solo que en formato digital (la web de un museo nos pretende trasladar a este, o Twitter a la barra del bar de toda la vida), aunque con todas las diferencias obvias entre una realidad y otra. Dios nos pille confesados si algún día empezamos a confundir ambos planos de realidad.
Visto el estado de la cuestión, el profesional que vende arte y objetos de otras épocas ha de doblegar esfuerzos para llamar la atención, y en muchas ocasiones hacerse visible con el fin de animar al cliente potencial a salir del “modo virtual” aunque sea durante parte de la jornada. La avalancha diaria de oferta cultural e información que proporciona Internet y las redes sociales sobrepasa en muchos casos la capacidad y el tiempo disponible para consumir arte de estos consumidores.
Vivimos un mundo de saturación mental, y la “necesidad” y atracción por desplazarse físicamente a las galerías, poseer el arte y disfrutarlo en casa de una forma real, física entra en conflicto, con desigualdad de armas, con la navegación virtual. El anticuario y el galerista moderno se enfrenta sobretodo a un reto: en la era del píxel, la robotización y los objetos clonados industrialmente, ha de sacudir a los clientes y convencerles de que en cualquier espacio contemporáneo las antigüedades proporcionan vivencias diferentes, yo añadiría que contrastadas, experiencias visual e intelectualmente enriquecedoras, porque tienen una fuerza interior irremplazable, permiten viajar en el tiempo y nos cuentan historias únicas de una forma que no conseguirá nunca una tablet. Además todavía hay armas que siempre podrán esgrimirse:
Este es un motivo que, estando ahí siempre, nunca se le habría ocurrido a mi padre y mucho menos a mi abuelo. Imaginen que cuando leyésemos un libro, terminado este, lo depositásemos en el cubo de la basura: jamás nos habrían llegado las primeras ediciones del Quijote. Hoy se calcula las toneladas de CO2 que se dejan de emitir si vamos andando en o en bicicleta al trabajo, pero debería hablarse más de los beneficios en este sentido que tienen la reutilización o del reciclaje. Cuando adquirimos una pieza de otra época, sea un sencillo baúl o una lujosa cómoda estampillada francesa del siglo XVIII, estamos reutilizando. Cuánto dióxido de carbono y cuantos árboles ha salvado de la tala una mesa de despacho construida hace doscientos años y que en lugar prescindir definitivamente de ella a la primera de cambio, ha ido pasando lo largo de las generaciones de unas manos a otras que han procurado su cuidado. En una época en la que hay quienes apuestan por cuestionar el continuo crecimiento en cuanto a ser conscientes que no es necesario en ocasiones fabricar cosas que ya las tenemos, hay poco consumo más sostenible que el de las antigüedades.
Partamos de una realidad: las antigüedades muchas veces no son tan caras e inaccesibles como se piensa. No tengan reparos en preguntar. Además, que un mueble pueda ser para toda la vida quizás por ese mismo hecho, constituye un ahorro su adquisición. Hace pocos días escuché esta anécdota ilustrativa: un cliente le contaba al anticuario al que la le adquirió una pieza antigua simplemente porque le gustó, así que la motivación de inversión económica era secundaria. Le había costado un dinero, claro, pero cada vez que pasaba por delante de ella y disfrutaba de su contemplación aplicaba 50 céntimos de lo que había pagado a ese momento placentero. Una forma de explicar gráficamente que hay ocasiones que debería pensarse menos en la inversión en términos monetarios y más en la inversión en placer que nos proporciona el arte.
No es un argumento especialmente romántico, vale. Es una falacia que quizás se ha trasladado en demasiadas ocasiones, es de que lo antiguo siempre incrementa su valor. Pensemos con lógica: no existe ningún bien que siempre, de una forma categórica se revalorice económicamente, in eternis, simplemente por el hecho de existir. Si esto fuera así los estados, los bancos, el gran capital, invertirían en arte y antiguedades que almacenaría especulativamente en grandes naves acorazadas y las sacaría a la venta cuando así lo creyese oportuno obteniendo automáticamente el correspondiente beneficio. Efectivamente, hay y han habido antiguedades que se han revalorizado desde que fueron creadas, y otras que no han sufrido este incremento de valor o este ha sufrido altibajos, según el momento. Lo que sí sucede en la practica totalidad de los casos es que se trata de bienes al hecho de su disfrute, siempre tienen un retorno económico del que carecen la gran mayoría de los bienes que actualmente se fabrican en masivamente con una obsolescencia programada.
Las manos artesanas que en el pasado trabajaron para crear objetos de la vida cotidiana u obras de arte, estaban mejor dotadas en términos generales que las actuales. Hoy día cuesta encontrar cada vez más grandes maestros que se dediquen a ello. Pocas piezas realizadas hoy en día pueden competir en calidad con los que se hacían hace 200 años bajo la luz de las velas, tanto en los acabados como en la durabilidad.
Eso sí, advertir la belleza escondida de algunas cosas que nos rodean requiere un presencia bastante serena en el momento presente. Una especie de mindfulness estético que nos invite a percibir el placer que nos proporcionan las cosas bellas o que nos evocan sentimientos personales, memorias o el placer de advertir una ejecución o, la autenticicidad de los materiales: las maderas, los metales, a través no solo de la vista sino de los olores o del tacto.
Memoria artística que es también memoria histórica pues una y otra son indisolubles: cada época histórica está conformada también por lo que se hizo artísticamente en aquel momento. La memoria histórica es necesaria pero creo que ya está bien de sacarla a pasear únicamente para hacer referencia hechos o períodos funestos. Las antiguedades son un vestigio presente ante nosotros de otras épocas por ello es tan importante su valoración, su cuidado, su estudio. Despreciarlas es borrar parte de nuestra memoria. Las piezas antiguas son un libro abierto que nos habla de hablan de estilos y modas, de formas de vivir, de dinastías, de momentos de esplendor o de decadencia. Nos hablan de técnicas y soluciones constructivas, de herramientas. De “porqués” que hoy han perdido su razón de ser. Todo ello las hace irresistibles para muchos.
El carácter único de muchas de las antiguedades les hace emanar un poder que se detecta de inmediato con su sola presencia, lo cual, de paso dota al lugar donde se encuentra de un encanto y una personalidad que lo distingue de otros. El arte y las antigüedades son enemigos de la uniformidad que muchas veces vemos en viviendas, incluso, en las que se ha invertido una cantidad nada despreciable. El arte y los objetos de otros tiempos transmiten una imagen de cultura, como también una librería repleta de libros. Transmiten la personalidad del propietario y la sensibilidad de quien gusta rodearse de objetos que van más allá de la mera funcionalidad, reflejando una forma de entender la vida.
“Buscamos y rescatamos obras de arte con la creencia de que las estamos preservando cuando en realidad son las obras las que preservan a sus coleccionistas”