VALÈNCIA. Primero, los antecedentes: La semana que viene tendré el gusto de participar en un “Curso-fórum” titulado Las maderas y el mueble, que organiza la Asociació per a l´estudi del moble en Barcelona. Mi intervención tendrá como título “¿Por qué el mueble antiguo en el siglo XXI?”. Se trata de un seminario a lo largo de tres días sobre el estudio del mueble a través del tiempo y en mi caso me tocará defender el por qué del mueble antiguo en el siglo XXI. Cierto, lo planteo como un interrogante porque en estos momentos el mueble antiguo vive inmerso en cierto cuestionamiento, situación que se viene dando desde hace algo más de dos décadas. El mueble antiguo tuvo un enorme auge durante la segunda mitad del siglo XX lo que se tradujo en una fuerte demanda y en unos precios, evidentemente, al alza, culminando esta “pasión” en la década de los 80. Una buena cómoda del siglo XVIII o incluso de estilos hoy no tan demandados como el Isabelino duraba poco en una tienda. A veces ni llegaban. Los restauradores tenían cola en sus talleres para poner a punto sillerías, butacas, mesas de comedor, cómodas etc. Tras la crisis económica de principios de la década de los noventa sobrevino una nueva moda decorativa basada en el minimalismo y en mobiliario de serie, la melamina chapada y grandes producciones en tonos claros. Salvo casos concretos la calidad no era lo más importante, sino que primaba más el diseño y la practicidad. Un estilo que con la llegada del gigante sueco se puso al alcance de todos y de alguna forma llegó para quedarse. El reto que supone buscar el mueble antiguo adecuado, en su caso su restauración, y los cuidados que precisa se sustituyeron por el catálogo, internet, y si el mueble ya no da más de sí, el cambio por otro idéntico.
Pensemos un instante que todo aquello que la humanidad ha ido produciendo para su uso doméstico, por ejemplo un mueble, se fueran destruyendo conforme llegan nuevos estilos y modas decorativas, o conforme ese mueble fuera deteriorándose sin abordar su restauración. Si esto sucediera desconoceríamos una parte de nuestra historia, de nuestro pasado. Únicamente los cuadros de la época o los libros nos ilustrarían sobre los modos de vida, sobre cómo se disponían estos en las viviendas, como eran las mesas donde se escribían los libros o documentos que hoy leemos, en qué clase de mobiliario se descansaba, o como era aquello donde se almacenaban objetos, los papeles o la ropa. Objetos estos últimos que, por otro lado, también habrían desaparecido. El conocimiento del pasado sería mucho más oscuro. Por lo tanto, los muebles antiguos nos ayudan de primera mano a conocer cómo vivían los habitantes de València. De qué clase de muebles disponían según la clase social, la economía, el oficio al que se dedicaban sus propietarios, qué técnicas constructivas se empleaban, maderas o aplicaciones de otros materiales decorativos.
Por otro lado, en los mejores ejemplos, los muebles antiguos son una representación a escala reducida de la arquitectura y los gustos artísticos del momento al contener en su marquetería, detalles, elementos y motivos acoplados y empleando para su diseño muchos elementos arquitectónicos y los gustos propios de las corrientes estilísticas de la época. De hecho, incluso la ausencia decorativa que presentan los muebles actuales también nos dice mucho sobre nuestro tiempo, sobre nuestra mirada más centrada en lo práctico y en las pantallas de dispositivos electrónicos que en la belleza formal de muchos objetos que nos rodean.
En una era presidida por los procedimientos mecánicos, la robotización y la producción masiva de piezas idénticas, en la que la estandarización en medidas (alto por ancho) y los gustos está a la orden del día, el mueble antiguo representa todo lo contrario: la lentitud en la producción impuesta por el trabajo manual y las herramientas empleadas, la pieza personalizada en su día, que hacemos nuestra y que con el tiempo le vamos atribuyendo un valor sentimental que a veces no se paga con dinero. Cuando analizamos un mueble antiguo en la mayoría de los casos estamos viendo detrás al profesional de la carpintería, al ebanista, a quien lo restauró tiempo después, o al broncista que le incorporó detalles decorativos, incluso a quienes lo poseyeron a través de generaciones. Promover y defender el mueble antiguo es hacerlo de las cosas bien hechas, de la tradición y de la perdurabilidad a través de los siglos. Ah y el olor que desprenden muchos de estos, recién encerados, es algo imposible de reproducir.
Algo se queda en el camino si nos limitamos a pensar única y exclusivamente en términos prácticos, abandonando como algo del pasado irrecuperable la capacidad para idear y crear con las manos y las herramientas que el artesano tuvo a su alcance, obras que de alguna forma podemos calificar de únicas si atendemos a los procedimientos empleados. A lo largo y ancho de la historia el mueble se ha fabricado con la aspiración de durabilidad y de hecho nos han llegado un buen número de estos que poseen varios siglos de antigüedad a sus espaldas. Una característica esta, que la mayoría de muebles cuyas piezas hoy se fabrican y que sin embargo se ensamblan en casa a partir de un folleto de instrucciones no reunirán, pues junto a las bombillas o las impresoras digitales han pasado a integrar ese enorme conjunto de bienes con obsolescencia programada. De hecho, en términos económicos la depreciación económica de esta clase de muebles es una característica intrínseca, pasando a convertirse en objetos de uso con un mercado de segunda mano, que en el mejor de los casos no irá más allá de las tres o cuatro décadas y siempre y cuando esta clase de muebles no tengan que desmontarse y montarse de nuevo en más de dos ocasiones. El carácter fetichista y el valor sentimental desaparecen. No conozco a nadie para el que tenga valor sentimental una estantería modular del productor sueco.
El mueble antiguo contribuye a la personalización del espacio que habitamos frente a la estandarización que le otorgan los muebles “ensámblalos tú mismo”. Es cierto que hay mobiliario moderno que puede reunir las características del mueble antiguo en cuanto a la calidad y el diseño original y búsqueda de la diferenciación y no estandarización, pero es el menos. El mueble de usar y tirar nos lleva a una homogenización de las viviendas, a alejarnos del riesgo, la experimentación. En definitiva a construir nuestras casas tal como nos las presentan los fabricantes. Un contínuo dejà vu cuando visitamos unas y otras viviendas. Si lo comparamos con décadas anteriores, exhibimos poco nuestros espacios privados. Hoy en día el lugar de encuentro es el restaurante, ya no es la vivienda. Vamos, que se recibe poco en casa. Como consecuencia de ello esa estandarización de la estantería Billy o la cómoda Malm frente a aventurarnos a personalizar nuestras paredes, ya no nos preocupa.
Se habla habitualmente de toneladas de Co2, de procesos de fabricación necesitados de gran cantidad de energía y agua. El mueble antiguo es el paradigma, la quintaesencia de lo sostenible. Bien, quizás incluiremos el combustible del transportista que nos lo hace llegar desde el comercio que lo adquirimos, pero poco más. Hasta la restauración del mismo suele emplear procedimientos manuales en gran medida.
No es fácil concluir las razones por las que, tras unas décadas de un enorme éxito del mueble antiguo, tras unos años de interiorismo presidido por el minimalismo, el mueble de época no ha vuelto a encontrar su lugar en muchos hogares con la fuerza que lo hizo. Se me ocurren varias razones que voy a enumerar, pero he de admitir que no es un tema claro, y por tanto admite debate. Haciendo autocrítica, creo que hace falta pedagogía y divulgación, pero a su vez, hacen falta unos medios que escasean. La falta esa pedagogía permite aflorar conceptos erróneos y que se confunden como precio y valor. Debemos introducir, sin temor, conceptos como el de retorno económico (mejor que emplear el término “inversión”) para el caso de que por la razón que sea nos desprendamos de un mueble antiguo, o el de que “al final lo barato es caro”. Convendría hacer divulgación sobre sobre el alcance decorativo-a partir de la belleza del contraste- de lo antiguo en un ambiente general moderno y minimalista, y también sobre los valores que transmite una vivienda, que en ningún caso hace falta atiborrarla de objetos del pasado, pero que sí que mira en algún detalle a otras épocas. Todavía se ve mezclar épocas como un reto o algo “atrevido” lo que es en realidad algo fácil y en la mayor parte de los casos un gran acierto.
“Buscamos y rescatamos obras de arte con la creencia de que las estamos preservando cuando en realidad son las obras las que preservan a sus coleccionistas”