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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Obsequiando con belleza y cultura: el arte y las antigüedades como objeto de regalo

“Buscamos y rescatamos obras de arte con la creencia de que las estamos preservando cuando en realidad son las obras las que preservan a sus coleccionistas”

30/12/2018 - 

VALÈNCIA. Se acerca, imparable, la noche mágica de Reyes. Vale, las Navidades son días de paz y armonía pero también de estrés, de ir por las calles como pollo sin cabeza y de presión por querer acertar con las personas que nos importan y no tenemos ni idea de qué objeto les hará felices de los millones que hay ahí fuera. Yo, si me permiten, haré mi sugerencia, que quizás les ayude y que, por otro lado, no representa ninguna novedad si me han leído en alguna ocasión.

Creo que ya lo he hecho tiempo atrás, pero como nunca es suficiente, vuelvo a proponer el regalo de algo que reúna carácter, belleza, autenticidad y el tratarse de una pieza única, que cuando se le encuentre una ubicación contribuirá a hacer de aquel lugar al que viaje un espacio más personal y diferenciado frente a tantas y tantos entornos intercambiables, uniformados, al estar  configurados por mobiliario y objetos de decoración fabricados en enormes series y comercializados en cualquier rincón del mundo. Una escogida obra de arte (desde la del artista local que empieza a la de uno consagrado), una bella o curiosa pieza de anticuario (la lista sería interminable), un raro libro antiguo (de esos temas que sabes que le apasionan), reúnen las cualidades para ser el regalo perfecto. Cierto que entraña el pequeño riesgo de que nuestro hallazgo esté acorde con gusto de la persona que lo recibirá, por ello conviene indagar, en primer lugar, en los gustos de su pareja, familiar, amigo/a, y si es preciso, dejarse también asesorar por el profesional. Por ello tiene más mérito y el sabor del triunfo cuando se acierta.

Ante todo quítense de la cabeza que esta clase de piezas son siempre caras e inaccesibles porque eso no es cierto, y no tengan reparos en entrar en galerías y tiendas, aunque sea a curiosear, y anotar mentalmente posibles tesoros. La gama de precios va de desde unos pocos euros (una cantidad ridícula) a la más desorbitada que puedan imaginar. En esa amplísima horquilla nos movemos. Como consejo piensen en la otra persona y no solamente en su propio gusto por muy bueno que este sea: el regalo es para ella, aunque cierto es que que hay una belleza intrínseca del objeto, casi universal, hace que de este emane una especie de belleza objetiva.

Portada del libro de Andrés Trapiello 'El Rastro'

Existe una modalidad de regalo que es el obsequio mutuo. La búsqueda se hace en comunidad y es importante que ambos han de estar de acuerdo en aquello que los dos deciden regalarse uno al otro y viceversa. Ha de haber un convencimiento sincero y no autoengañarse. Hace poco lo hicieron una pareja amiga, quienes se regalaron un cuadro de un conocido artista valenciano, del que tuvieron un flechazo inmediato. Una obra que colgará de la pared de la casa que comparten. Créanme si les digo que el arte es un factor aglutinante entre las personas y que ayuda a consolidar relaciones, pues es algo cuya adquisición sin fecha de caducidad fortalece los vínculos afectivos. El proyecto de coleccionar ya sea de forma modesta o ambiciosa es un proyecto conjunto, una empresa para buscar y conseguir rodearse de belleza y cultura que se suele prolongar a lo largo de la vida, ya que el arte no cansa y, es más, va creando la bendita adicción de coleccionar. Crear una pequeña o gran colección de cosas aparentemente “inútiles” desde el punto de vista utilitario, pero que pueden convertirse en esenciales emocionalmente y que nos ayudan a sobrellevar la vida con dosis diarias de belleza, es algo que no puedo dejar de recomendar creando un entorno enteramente nuestro. Hace poco me citaban la frase que encabeza este texto y que me parece brillante al respecto “Buscamos y rescatamos obras de arte con la creencia de que las estamos preservando cuando en realidad son las obras las que preservan a sus coleccionistas”.

Por otro lado el arte, las piezas únicas desde un grabado antiguo de 30 euros, un azulejo valenciano de 40, hasta una importante obra de arte aportan su carácter para configurar un entorno a nuestra medida, un espacio en el que nos sentimos a gusto porque, ante todo, dice mucho de nosotros. Dice Andrés Trapiello en su último y muy recomendable libro El Rastro (editorial Destino), algo que extrae de Guerra y Paz de Leon Tolstoi “todas las casas nuevas (podría aplicarse a las viviendas tipo que rezuman ese inconfundible aire a una conocida marca sueca) son iguales de la misma manera, pero no hay una sola casa vieja (es decir, nutridas de cosas de otro tiempo, con arte intemporal) que no sea diferente a todas las demás”

Y ya que cito este excelente libro del escritor leonés, me atrevo a recomendarlo como una de las primeras opciones de regalo, que complementa a la perfección esa obra de arte, esa pieza de anticuario, ya que tiene mucho que ver con lo que les he contado. Es mucho más que un relato histórico del pasado y presente del Rastro de Madrid, mágico lugar de carácter efímero que el autor ha recorrido centenares de domingos – con las primeras luces del día, como toca si se quieren encontrar tesoros-  junto con el que fuera director del IVAM, Juan Manuel Bonet. Tras una primera parte de tipo histórico dedicada a describir el origen de aquel rastro, que todos hemos visitado en más o menos ocasiones y que lo seguimos haciendo en cuanto podemos, reflexiona sobre cuestiones intercambiables entre cualquier rastro del mundo: la segunda vida que se les da a lo que allí se encuentra, “…con todo lo que sale del Rastro (de cualquier rastro) nunca podremos hacer el museo Del Prado ni reescribir por entero la historia de la literatura española, pero sin algunas pequeñas y ejemplares obras desconocidas no acabarán de entenderse del todo las grandes obras maestras conocidas por todos”. El pequeño arte nos enseña mucho sobre el grande.

Los rastros son la sublimación del triunfo del memento vivere sobre el memento mori. En sus tiendas o puestos al aire libre se exponen “las rebabas de la historia” como llamaba a los “desechos” Walter Benjamin. Esos objetos y papeles que quedaron al trasmano, rotos o abandonados por otros y que están a nuestra disposición para resucitarlos.


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