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PASABA POR AQUÍ / OPINIÓN

Populismos

20/11/2016 - 

Cuanto más complejos sean los problemas a los que enfrentarse, cuanto más profunda y larga sea una crisis, cuanto más incertidumbre exista respecto del futuro, cuanto más paro, más pobreza y exclusión social haya, cuanto más fuerte sea la amenaza terrorista, cuantos más medios de comunicación opten en exclusiva por el lucrativo criterio de audiencia, más abonado está el terreno para que germinen los mensajes populistas de extrema derecha. Y si además todo ello sucede a la vez, como ahora, todavía mucho más. Lo acabamos de ver en EEUU, pero lo estamos viendo ya desde hace unos años en la propia Europa, con el resurgir de los movimientos neofascistas en Hungría, Austria, Francia, RU, Holanda… y esto sí es para preocuparse.

El asunto es mucho más grave de lo que parece, porque cuando la confianza de una sociedad en las soluciones, siempre matizadas, provenientes de recetas ideológicas situadas más a la izquierda o más a la derecha, se quiebra, entonces es cuando emergen imparables las soluciones simples, las que prescinden de la letra pequeña, las que van al “núcleo duro” del problema, a costa de lo que sea. Hasta que, al fin, casi sin darnos cuenta, de manera sutil, por acción u omisión, de forma inconsciente a veces, es la propia democracia la que puede acabar, y de hecho acaba, siendo percibida como un obstáculo para alcanzar los fines propuestos.

"La lucha ahora ya no es la de los obreros contra el capital, se trata de los de abajo contra los de arriba"

Y atención, porque llegados a este punto, cada vez resulta más difícil la vuelta atrás. Las promesas populistas crean el espejismo de que todo se puede solucionar con un simple acto de voluntad política. Más aún, sus líderes dirán que si éste no se ha producido antes es porque el sistema, vale decir, el viejo sistema democrático, no la tiene; los partidos que lo sustentan, afirman, están tan pendientes de sus propios intereses que no tienen tiempo de “trabajar para el pueblo”, el cual mientras tanto sigue abandonado a su suerte. Lo hicieran conscientemente, o no, sentencian, el hecho es que han creado una sociedad dual, en la que las “élites” se llevan casi todo y el resto, nada.

La lucha ahora ya no es la de los obreros contra el capital, ni la de las ideologías inclusivas propias de la socialdemocracia europea, frente al neoliberalismo depredador de Friedman, Reagan o Thatcher, ni siquiera la de los pueblos colonizados contra el imperialismo. Se trata de ”los de abajo”, contra “los de arriba”, así, en general; de los desposeídos por la crisis y la globalización, contra los privilegiados que se nutren impúdicamente de ellos en un perverso juego de suma 0.

¿Izquierda?, ¿derecha?, ¿qué mas da eso ahora? Ralph Miliband, padre del actual dirigente laborista, ya apuntaba el problema que se avecinaba en los años 70 al sentenciar que “había menos distancia entre dos parlamentarios, uno de los cuales es comunista, que entre dos comunistas, uno de los cuales era parlamentario”. Hace tiempo que hubiera sido necesario reflexionar sobre ello, pero no se ha hecho. Estábamos todos aletargados en la zona de confort, por así decirlo.

Y naturalmente, ante este vacío político e intelectual, el populismo derechista, que tiene un manual de buenas prácticas incontestable, avanza imparable, sin resistencia alguna. En la primera fase se señala muy precisamente a los culpables y se establecen los objetivos operativos, evitando matices; para que todo se entienda muy bien por todo el mundo. Y así el terrorismo yijadista se transforma en “el problema musulman”; la incertidumbre económica, en proteccionismo; la zozobra de la política internacional, en gasto para la industria de la guerra; la pobreza y la desigualdad, en víctimas propiciatorias de las élites que manejan el stablishment a su antojo; el paro, en inmigrantes roba-trabajos… y así todo.

En la segunda fase, la más importante, se concretan las soluciones, las cuales ahora aparecen ante el gran público con una lógica aplastante: se expulsa a los inmigrantes, se hace la guerra a los musulmanes, se acumulan arsenales armamentísticos, se erigen barreras comerciales para “defender” nuestros puestos de trabajo, y, en fin, se controla el Banco Central creando inflación para que todo el mundo tenga un empleo, ya sea produciendo misiles o asfaltando carreteras. Y si todo esto no funciona, se busca otro enemigo… y vuelta a empezar.

Atajos

Y así es como un partido político, sujeto a las reglas del sistema democrático, se transforma en un “movimiento”, que parece lo mismo, pero no lo es; y solo un minuto después, los partidos desaparecen, porque “ya no son necesarios”; el “movimiento” los supera, porque al contrario que aquellos, éste es totalmente transversal, interclasista; en él militan los extremistas de derecha, sí, pero también muchos de los que no lo eran hasta ese preciso momento, y también los trabajadores expulsados del mercado, y la clase media empobrecida, y muchos jóvenes sin esperanza, y los que viven en los suburbios de las grandes ciudades, y los marginados por el sistema, y, en general, todos aquellos de los que nadie se acordó cuando “había democracia”.

Por supuesto, todo esta argumentación es fraudulenta; no hay un solo dato que permita fundamentar tales equivalencias, y desde luego, nunca estos movimientos han solucionado nada. Al contrario, siempre han dado paso a un mundo mucho peor, más desigual y más aterrorizado que aquél al que pretenden sustituir; un mundo en el que las élites económicas de siempre, y alguna otra nueva que se incorpora al festín, salen aún más fortalecidas, y además, ahora, sin contrapeso democrático alguno. Pero eso qué importa, se pregunta mucha gente, ya se verá; el tiempo de las soluciones racionales, tímidas, parciales y prudentes ha pasado. Sus predicadores no disponen ya de crédito ni garantías; nos han engañado tantas veces... Probemos con un atajo, y veremos qué pasa.

Y mientras tanto, una gran parte de la izquierda europea, ajena a este peligroso mar de fondo, sobrevive como puede proclamando que ellos son la cara compasiva de la política, desentendiéndose de todo lo demás, como si el capitalismo (el único modelo económico que ha sobrevivido) y los mercados, no existieran; sin darse cuenta de que sin crecimiento, todo lo sostenible que se desee, sus propuestas no resultarán creíbles. Y así, en lugar de plantar batalla a la derecha en su propio terreno, y proponer un modelo de crecimiento económico robusto, basado en el valor añadido y el conocimiento, que sirva de soporte efectivo al estado del bienestar y dote de credibilidad al objetivo político de luchar contra la desigualdad, se dedican a denunciar los males del sistema, sin ofrecer alternativas efectivas y realistas capaces de mejorarlo “desde dentro”.

Porque desechado, espero, el demagógico objetivo de acabar con el capitalismo, habría mucho trabajo por hacer para convertir un sistema que camina a la deriva, sin rumbo ni mecanismos institucionales de control, y dirigido en la práctica por las grandes corporaciones globales, a un sistema, de nuevo inclusivo, sostenible y responsable, que además no sea periódicamente un verdadero peligro para la democracia.

Pero, claro, como la socialdemocracia europea no tiene una estrategia propia sobre la globalización ni sobre cómo mejorar la calidad de la misma democracia, y además ha sido incapaz de definir un modelo de gobernanza alternativo al caos vigente en la UE, y a esa especie de sálvese quien pueda que suele regir en las patéticas reuniones del Consejo Europeo, entonces ¿cómo pueden ahora quejarse de que surjan, a un lado y a otro del espectro político, opciones que se proclaman, de un modo u otro, populistas o anti sistema?

Pues eso, no pueden.

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