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TIEMPOS POSTMODERNOS / OPINIÓN

Ha llegado la hora de la soberanía europea

Los europeos juntos somos más fuertes. La soberanía europea es la mejor forma de combatir populismos y nacionalismos

7/10/2018 - 

Jean-Claude Juncker ha pronunciado, hace unos días, su último discurso sobre el estado de la Unión. Quizá, en esta ocasión, ha pasado más desapercibido (pues ha coincidido con otros acontecimientos internos y externos) pero nuevamente ha sido muy importante, no sólo por establecer la agenda de aquí a las próximas elecciones europeas, el 6 de mayo de 2019, sino también porque ha defendido el principio de soberanía europea.

Como en ocasiones anteriores, la Comisión Europea pone a disposición del público una serie de documentos que acompañan al discurso en todos los idiomas de la UE. Si se compara este discurso con los dos anteriores, es posible observar una clara evolución desde el desconcierto y el pesimismo hacia la esperanza. En el discurso de 2016, una de las primeras frases es: “Nuestra Unión Europea se encuentra, al menos en parte, en una crisis existencial”. En efecto, acababa de celebrarse el referéndum del Brexit en Gran Bretaña (23 de junio de 2016) y la UE se enfrentaba, por primera vez, con la salida de un país miembro, y no uno cualquiera. Por otro lado, había diversas elecciones pendientes o recién realizadas, con un avance preocupante del populismo en casi todos los países, no sólo en los más afectados por la crisis, incluyendo a Francia. La situación económica aún no era sólida: la deuda acumulada, el elevado desempleo y el aumento de la desigualdad seguían recordando a ciudadanos y políticos que los efectos de la crisis habían sido devastadores. A pesar de lo negativo del discurso, la Comisión Europea planteó, en esa encrucijada, en esa crisis existencial, realizar un ejercicio colectivo de introspección. El otro mensaje, muy importante en aquellas circunstancias, es que la Unión Europea no abandona a sus ciudadanos y que va a garantizar el mantenimiento de la forma de vida europea y la paz.

Hace ahora un año, nuevamente en el discurso sobre estado de la Unión de 2017, el tono cambió de forma sustancial. A lo largo del mismo se utilizó un símil náutico, mucho menos lúgubre: “Viento en nuestras velas (…) Mantener el rumbo (…) Zarpando”. La Comisión tiene un plan, una agenda y el planteamiento es ahora ofrecer diversas alternativas a la hora de decidir el futuro de la Unión Europea, resumidas en cinco escenarios. A la vez, se desplegó una amplia estrategia de comunicación dirigida no sólo a los ciudadanos, sino también a las propias instituciones de los países miembros, por ejemplo con la comparecencia de los comisarios europeos en los parlamentos nacionales. Por otro lado, las negociaciones con Gran Bretaña comienzan a evolucionar mucho mejor de lo esperado. Michel Barnier (que hace unos días ha rechazado la propuesta de encabezar la candidatura del Partido Popular Europeo al Parlamento Europeo) ha resultado ser un excelente negociador, al haber logrado mantener unidos a los 27, para desesperación británica. También en 2017, el triunfo de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas y con un discurso europeísta, cambió los equilibrios de fuerzas en los países centrales, decantándose con Alemania (y posiblemente España) por el escenario que supone una mayor profundización en la integración, preferentemente a 27.

En esta ocasión, en el discurso del pasado 12 de septiembre, el leitmotiv es que ha llegado la hora de la “soberanía europea”. Frente al pesimismo y la crisis existencial, la Unión Europea se muestra relativamente reforzada frente a los retos a los que se ha enfrentado en la última década. Aunque la economía del área no se haya recuperado por completo de la crisis financiera, se continúa generando empleo, la UE ha firmado importantes acuerdos comerciales en los últimos años (destacan el CETA con Canadá y el de Asociación con Japón) y ha pospuesto la subida arancelaria de Donald Trump. El discurso tiene un importante componente geopolítico, buscando asumir el papel internacional que le corresponde y ocupando el hueco dejado por Estados Unidos y que China no quiere, de momento, llenar. El Brexit ha dejado de ser un problema para la UE y es ahora Gran Bretaña la que se debate (tanto en la opinión pública como dentro de los partidos) por lograr una salida digna de la situación en la que se ha metido. ¿Qué es la soberanía europea? La propuesta lanzada por Juncker es que Europa tome las riendas y que pueda actuar como interlocutor soberano en las relaciones internacionales. Dicha soberanía europea no sustituye los aspectos propios de las naciones, sino que supone compartir nuestras soberanías, siguiendo el principio, tantas veces invocado con anterioridad, de que “unidos somos más grandes”.

Este papel de actor internacional que se sostiene debe ocupar la UE tiene varias dimensiones. Por un lado, la puramente geopolítica antes aludida, que permita hablar con una sola voz en política exterior. Es evidente que una de las debilidades que muestra la UE como actor internacional es la necesidad de unanimidad en las decisiones relativas a la política exterior. Por otro lado, en la política de defensa y de seguridad, las decisiones tomadas por Trump han dejado a la UE responsable de su defensa (en una OTAN casi desaparecida) y la amenaza del terrorismo internacional hace necesario estrechar la cooperación intra-europea. Del mismo modo, la crisis migratoria ha hecho necesario reforzar la Guardia Europea de Fronteras y Costas. Sin embargo, Europa necesita inmigrantes y es una tierra de asilo, de forma que hay que hacer compatible el control de las fronteras con la necesaria llegada de inmigrantes cualificados. Finalmente, pero no menos importante, el euro debería ocupar un lugar más preminente como divisa internacional, de manera que fijemos en euros los precios de los productos que vendemos y compramos, así como poder financiarnos en euros en los mercados internacionales de capitales.

Es evidente que la soberanía europea supone ceder una porción adicional de nuestra soberanía. Sin embargo, de nada sirve mantener esa porción si no tenemos la capacidad de usarla en el tablero internacional, donde solo juegan los grandes. Como Juncker, creo que es necesario insistir en que este proceso que elegimos hace ya más de 30 años es la mejor forma de combatir los populismos y a los nacionalismos, y que amar a Europa es amar a cada una de las naciones (y regiones) que la integran.

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