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publica un thirller ambientado en la posguerra

Pere Cervantes: "No soporto esa tendencia que hay por endulzar la realidad"

El escritor afincado en Benicàssim escribe en su sexta novela El chico de las bobinas una historia diferente sobre la posguerra, donde el peso del guión no lo marca el propio franquismo sino el papel que ejerció ante este el cine clandestino

28/05/2020 - 

CASTELLÓ. Cuando el escritor catalán Pere Cervantes se instaló en Benicàssim en el año 2004 ya ni siquiera quedaban en Castellón cines de barrio como los que llenaban la provincia apenas unos años antes. Pudo ir a los Rafalafena, pero al igual que sucedió en su ciudad natal, Barcelona, el sector se fundió a negro poco a poco hasta dejar a sus vecinos sin aquellas míticas salas que tantas historias almacenaban. Vivencias que, durante los años de plomo de la posguerra, tuvieron más importancia que nunca. 

Así lo relata el mismo autor en su nueva novela, El chico de las bobinas, un thriller ambientado en la Cataluña de 1945 y en donde su protagonista, un niño de 13 años llamado Nil, reparte bobinas de una sala a otra. Además, acompañado de Bernardo Mas -otro de los protagonistas de la trama- se sumerge en los sótanos de un círculo de cinéfilos republicanos que mantienen viva la llama del cine gracias a sus proyecciones clandestinas. 

La novela se desarrolla sobre este punto, pero también como buen thriller será crucial un asesinato que el mismo joven presenciará en el portal de su casa. Además, la obra que no trata de hacer otra cosa que rendir homenaje al séptimo arte, también se toma su tiempo para conmemorar a la mujer, las "mayores víctimas de la guerra" y quienes, pese a todo, "enseñaron al mundo cómo sobrevivir". En este caso, la reivindicación se plasma a través de la figura de Soledad, la madre del joven, que ha perdido a su hija pequeña y a su marido, quien tras la entrada de los Nacionales en Barcelona se ha convertido en maqui. 

-Hay muchas novelas que hablan de la posguerra española, pero son no tantas las que se centran en el cine durante esta época. ¿Por qué lo haces tú? ¿Y por qué hacerlo ahora?
-En la literatura no es tanto lo que cuentas sino dónde pones la mirada y mi intención no era hacer una novela de posguerra más. Me sentía triste cada vez que una sala cerraba en mi barrio de Barcelona. Le debemos mucho al cine. Por eso, pensando en las veces que más nos ha dado durante toda la historia, me di cuenta de que fue en la posguerra. En un tiempo cruel y hostil, las salas fueron un refugio para muchas familias. Es lo mismo que hacemos ahora en el sofá de nuestras casas viendo Netflix, pero no se puede equiparar con los efectos que tenía entonces, cuando tanta gente pasaba hambre e incluso iban a ellos para no pasar frío. 

-Se le debe mucho al cine de esta época, pero también fue un cine coartado y censurado por el régimen. 
-Claro, por eso hago mención a las salas clandestinas. Los años de posguerra fueron de una censura dura, que estaba patente tanto en la literatura como en cualquier cultura. Era solo en estos cines donde se podía proyectar lo que se quisiese. El resto tuvimos que esperar hasta 40 años para ver obras como la de El gran dictador de Charles Chaplin. 

-¿Por qué a pesar de esto se recuerdan esos años con tanto cariño?
-Eran años en los que ir al cine era una aventura compartida. Las familias iban juntas hasta con su fiambrera. Si lo ves con perspectiva en esa época la gente estaba más unida, ahora somos más independientes. Puedes ver la serie o la película que quieras y seguramente no lo harás en compañía. Somos animales independientes y autónomos a la hora de consumir la cultura. Por eso se recuerdan aquellos años con nostalgia. Pese a todo, las películas eran memoria colectiva, ahora eso no ocurre.

-Has llegado a afirmar que las plataformas de streaming no son cine, en cuanto a que el cine se concibe como un "ritual". ¿Ha cambiado tu opinión durante la cuarentena?

-No, sigo pensando lo mismo. Acudir a una sala de cine es una experiencia, un ritual que encima si lo compartes con alguien es mejor y esto no me lo puede proveer ninguna plataforma. Tampoco significa que no las utilice, cada año pago mi cuota a Filmin. Eso no quita que la magia que suponía ir a una sala de cine la estén sustituyendo. 

-Las otras protagonistas de tu novela son las mujeres, como dices, figuras "clave" para reconstruir sociedades rotas. Parece que por más novelas que se escriban será imposible cuantificar la deuda que se tiene con todas, ¿lo crees así?
-Por su puesto. Estuve tres años como observador de paz para la ONU en Kosovo y para la UE en Bosnia-Herzegovina y vivir esa posguerra en primera mano me hizo ver que las mujeres siempre son la principal víctima. Y si son madres además por doble partida, ya que deben mantener a los niños en situaciones duras y muy precarias. Vi entonces un paralelismo con la posguerra española y me atreví a hablar de ello. 

-¿Qué te interesaba contar exactamente?

-Básicamente que eran luchadoras natas y mujeres muy dignas. En esa época la prostitución se disparó, porque las mujeres no tenían con que dar de comer a sus hijos y por eso eran capaces de someterse a los vencedores, pese a que ellas pertenecían al bando vencido. Era cruel porque debían prostituirse para hombres que habían matado a sus padres o a sus maridos, pero les entregaban sus cuerpos y lo hacían con dignidad. Fueron capaces de reconstruirse a ellas mismas y a un país. 

-Tampoco dejas atrás la violencia que se ejerció sobre los homosexuales durante el franquismo. A quienes, como citas en tu novelas, se les tildaba de "invertidos". 
-Si digo que el trato que recibieron era degradante me quedo corto. Es un eufemismo para una realidad más dura. Por eso no me corto y plasmo las torturas y vejaciones a las que se les sometía por el mero hecho de ser homosexuales. Fueron los gran damnificados junto a las mujeres, que en su caso, como hemos dicho, se convirtieron en objeto de deseo y satisfacción para los vencedores. 

Hay quien dice que mi novela es dura, pero es que eran tiempos recios y duros. No soporto esa tendencia que hay por endulzar la realidad. Estoy de acuerdo en que no tenemos que recrearnos en fotografías de muertos, pero sí hay que contar las cosas como son. Con la pandemia se ha visto que muchos medios de comunicación han tenido problemas con los gobiernos porque estos les han frenado a la hora de contar la verdad. Si se contará la verdad con más dureza y realidad tendríamos, perdón por la palabra, menos gilipollas por la calle. 

Tu endulzas la realidad cuando le hablas a un niño para que comprenda, por ejemplo, la muerte de un familiar. Esto está bien y es recomendado hacerlo hasta según que edades. El problema es cuando endulzamos a una sociedad entera. Y de ahí nuestras chiquilladas. Yo en mi literatura trato de que esto no pase. Mis libros no son para menores. Quiero tratar a mi lector como a una persona adulta que es capaz de digerir la violencia y la dureza para meditar sobre ella. 

La literatura ha de producir consecuencias. Ha de mancharte el alma. Si no te mancha es que algo ha fallado entre tu conexión y la del libro.


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