VALÈNCIA. El escritor argentino vuelve al relato con Lo que está y no se usa nos fulminará, un volumen que compila historias capaces de desarrollarse a pie de página o en los márgenes de un formulario de migraciones y en las que la propia validez del autor para interpretarse a sí mismo se pone en duda.
¿Cuándo cuesta más ser Patricio Pron?
Patricio Pron, autor de 'Lo que está y no se usa nos fulminará' (Literatura Random House Mondadori, 2018): Cuando vienes a Valencia y tienes tres entrevistas en veinticuatro horas. Hay escritores que tenemos una relación un poco ambigua con las entrevistas, no porque nos resulten desagradables, de hecho no lo son, pero tampoco nos resultan fáciles. Si bien es evidente que algunos colegas míos han conseguido aprender a responder entrevistas sin implicarse emocional o intelectualmente, poniéndose una especie de cassette como la de los futbolistas, para mí es muy difícil hacerlo si no es implicándome de lleno, y la implicación es inevitablemente agotadora. Cuando son varias entrevistas, uno como autor se cansa físicamente, mucho más alguien con una salud precaria como la mía, y luego si no se cansa, lo que le sucede es que se cansa de sí mismo. Uno acaba odiándose por dar una y otra vez las mismas respuestas.
Aunque quizás los peores momentos no sean estos en los que estamos conversando, sino momentos en los cuales posiblemente haya expectativas en relación con lo que Patricio Pron supuestamente sería, o haría, que no son reales. Pienso por ejemplo en el hecho de que es muy frecuente que autores de primeros libros me los envíen para que hable de ellos, y me encantaría hacerlo, es algo que considero que forma parte de mi responsabilidad como escritor público, celebrar la llegada de nuevas voces a la literatura, sin embargo el tiempo es limitado, y no siempre llego a leer todo lo que desearía, y esto me llena de una enorme culpa.
¿Si nunca has visto una foto de Patricio Pron, cómo podrías distinguir al Pron matriz de otros simuladores?
Si un autor es bueno, y es lo suficientemente afortunado para ser reconocido como tal, es reconocido por una voz. Algunos lectores sostienen que esa voz es perceptible, y que preside todo mi trabajo independientemente de que se trate de ficción o de no ficción, de que este trabajo consista en una lectura apresurada en un ensayo o en un relato breve, o que sea una novela, y que ya está incluso en los propios títulos antes de que llegues al libro. Esa voz aparentemente es la mía propia y es el resultado de las decisiones que tomo y de determinadas influencias y experiencias que eventualmente no son completamente conscientes. Sin embargo yo tengo la impresión de que de forma general, esa voz, en la medida que parece necesaria para algunos lectores, hubiese surgido o existiría sin mí. Quizás sencillamente algunos lectores estaban esperando que hubiese un autor con una formación como la mía escribiendo los libros que yo escribo. Los escribo yo, pero podría haberlos escrito otra persona, en cuyo caso espero estar cumpliendo adecuadamente con el papel que correspondía a esa persona.
A lo largo del libro el lector se encuentra con torsiones, retruécanos, enredos y cambios de perspectiva que en ocasiones llegan a suponer un desafío. ¿Cómo es el lector ideal de Patricio Pron? ¿Tienes de eso?
Posiblemente no. De hecho no pienso demasiado en el lector cuando estoy escribiendo. Sin embargo, supongo que a la hora de pensar en el lector pienso en él como en alguien con una enorme curiosidad intelectual similar a la mía, que concibe la lectura de los libros como experiencias que no se agotan con esa lectura, que concibe los libros como objetos que son el resultado de una búsqueda que conduce a otras búsquedas. Que no se limita a leerlos y a dejarlos sino que eventualmente continúa pensando en ellos, que va a la búsqueda de las referencias y que tiene una concepción también similar a la mía de las relaciones entre las palabras y el mundo. Pero en sustancia sería deshonesto fijar en una especie de retrato robot a una comunidad de lectores que es muy diversa y que está distribuida geográficamente en muchos países.
Cada vez tengo más la impresión de que los libros son como espejos de doble faz, donde por una parte uno como autor cree reconocerse por completo pero a su vez es evidente que el lector se reconoce en ellos también porque si no no se sentiría interpelado por el libro. En ese espejo de doble faz hay una metáfora del funcionamiento de la literatura que me parece que explica muchas cosas, incluso el hecho de que alguien como yo, siendo un adolescente, se haya visto interpelado por la literatura de Franz Kafka; él nunca pensó que iba a ser leído por un adolescente pobre de un barrio pobre de una ciudad pobre de un país pobre llamado Argentina. El hecho de que lectores que nunca han pensado en nosotros, que ni siquiera podían concebirnos, nos interpelen, da cuenta de una de las principales potencias de la literatura. En ese sentido, más que cerrar el sentido en torno a una definición estrecha de quiénes serían mis lectores, lo que me interesa es abrirlo dando cuenta de lo que creo que es un hecho asumido, que es que incluso aunque mis relatos exijan mucho o algo del lector, están por completo abiertos a ese lector. Están abiertos a todo tipo de lectores excepto naturalmente a aquellos lectores que lo que desean es que les cuenten una y otra vez la misma historia. Esta es una promesa que mis libros no pueden cumplir.
¿Escribiste estos relatos pensando en que apareciesen juntos en el mismo volumen, o son relatos que has reunido después?
A veces he escrito relatos con una voluntad programática, por ejemplo, El mundo sin las personas que lo afean y arruinan es un libro que yo pensé que abarcara la experiencia de vivir en Alemania durante un periodo como fue mi caso. Pero en el caso de los otros libros de relatos lo que hice fue escribir relatos al hilo de mi interés por los relatos hasta que en algún momento me sentí compelido a reunirlos a ver si realmente entre todos conformaban un libro. Esa experiencia de reunir los relatos y ver si funcionan entre ellos es muy interesante para mí porque una y otra vez me sucede lo mismo: yo creo que he escrito relatos que no tienen nada que ver entre sí y lo que descubro es que comparten temas y afinidades, intereses... Eso es muy desconcertante para mí.
Sin embargo descubrí reuniéndolos que había estado pensando en cosas en las que no recordaba haber pensado: la necesidad de una segunda oportunidad, el auge de ciertas formas de la literariedad que no son consideradas literarias habitualmente, la existencia de los formularios y lo que estos implican en nuestra propia articulación de una subjetividad, el exceso de pasado... Es evidente que todas estas cosas habían estado in the back of my head como dicen los americanos, y que habían sido tan importantes para mí que habían acabado permeando los relatos. Esto es desconcertante para mí pero también aleccionador: da cuenta de que un autor no es del todo propietario de sus textos, y quizás no tiene por qué serlo.
Por último, y te dejo descansar: ¿es cierto, como se dice en el libro, que los escritores tienen vidas pueriles?
[Risas] Pues sí, absolutamente. Bueno, depende. En realidad, depende de lo que denominemos pueril. Es curioso porque... creo que tenemos una dificultad para... en realidad... todo el problema es que no sabemos muy bien qué es un autor. Esa figura que consideramos inamovible e indispensable para comprender la literatura tiene apenas algo más de dos siglos, es una figura que se creó en Inglaterra a finales del siglo XVIII por dos razones, una política y otra económica, en última instancia ambas económicas: primero para controlar la proliferación de libelos contra la monarquía y en segundo lugar para regular la circulación de textos entre Inglaterra y las colonias. Para evitar la piratería de los libros y compensar económicamente a los autores pero sobre todo a los editores. Sin embargo como digo, y a pesar de que llevamos dos siglos con esto y que ya incluso lo hemos matado en más de una ocasión, todavía no sabemos muy bien qué hacer con la figura del autor.
Cuando pensamos en la posibilidad de que alguien se invente cosas, algo si lo piensas bien relativamente pueril, que alguien escriba cosas que se ha imaginado, tendemos a atribuirle una especie de épica. A su vez tienes que pensar en el hecho de que la literatura fotografía mal por decirlo así. Es una disciplina con una escasa visualidad, a diferencia de la pintura que tiene una enorme visualidad, o de la producción audiovisual, que tiene una visualidad ya completamente estandarizada bajo la forma del making of, representar a alguien escribiendo es poco atractivo. Las historias de escritores que se inventan son todas muy heroicas; tan pronto como pensamos en ello vienen a nuestra a mente filmes donde los autores son representados de formas increíblemente románticas o pasionales, desequilibrados emocional o sentimentalmente, que se ven arrastrados por su vocación y por su impulso de contar historias y todo eso... Y es precisamente contra esa imagen estandarizada del escritor como artista sufriente con la sensibilidad a flor de piel al que se le disculpan determinadas canalladas en nombre de su talento y de su don y de su contribución a la Humanidad, es contra esta visión contra la que operan los libros que yo escribo. Una vida de abusos alcohólicos no va a convertirte en Charles Bukowski o una enfermedad hepática en Roberto Bolaño. Ni siquiera disponer de algo del talento de algunos autores y destruirlo mediante el abuso de sustancias o cualquier otra cosa te convierte en ellos.