VALÈNCIA. Las apariencias con Olivier Assayas (París, 1955) sólo pueden engañar. Después de una trayectoria tan rica en lecturas e hibridación de géneros, una película locuaz sobre la crisis de la mediana edad ambientada en el mundo editorial de la capital francesa, salpicada de infidelidades y neurosis personales, no es sólo una comedia a lo Woody Allen. Ni tampoco, únicamente, una aguda radiografía de la burguesía bohemia. En Dobles vidas, el director afronta las encrucijadas de los tiempos que vivimos. Lo efímero frente a lo eterno, lo virtual y lo físico, la autoficción literaria en oposición a las fake news. Apoyado en un reparto coral liderado por Guillaume Canet y Juliette Binoche, Assayas disecciona el impacto que las transiciones tecnológicas y las ansiedades digitales están suponiendo para nuestras relaciones personales y nuestra cultura. En un mundo que se remodela, el realizador de Irma Vep (1996) y la serie Carlos (2010) no toma partido, sino que como nos detalló en el último Festival de Toronto, expone la posición de todos los jugadores.
- Tanto en el techno triller Demonlover (2002), ambientado en un entorno de espionaje industrial donde se está desarrollando anime en tres dimensiones, como en la cinta de terror Personal Shopper (2016), muy pegada a nuestra sociedad multipantalla, muestras, como en Dobles vidas, un interés por la tecnología. ¿De dónde procede esa fijación?
- No es algo que busque a propósito, sino que viene a mí de manera natural. Cuando escribes y haces películas miras al mundo y tratas de encontrarle el sentido, y específicamente, a cómo está cambiando. Estamos viviendo en una era en la que están sucediendo transformaciones increíbles. Invaden mi realidad, están modificando mi forma de vivir y mi manera de hacer películas, así que le ha dado la vuelta y lo he reflejado en mi cine.
- Sin embargo, no te posicionas a favor o en contra.
- Porque las películas han de plantear preguntas y no dar respuestas. Expongo los problemas en lugar de dar mis propias opiniones.
- ¿Eres más apocalíptico o integrado?
- Ambos. Todos somos simultáneamente tradicionalistas, experimentales y pragmáticos. Lo único que sé es que necesitamos entender y realizar nuestras propias elecciones frente a esos cambios que se nos están imponiendo.
- Las horas del verano (2008), Viaje a Sils Maria (2014) y Dobles vidas hablan de la identidad y cuentan con Juliette Binoche en el reparto. ¿Consideras el conjunto una trilogía?
- No sé. Dobles vidas la escribí más como una obra de teatro que como una película. No creo que hubiera escrito un filme tan dependiente de los diálogos y las ideas como este hace unos años, refleja más los sentimiento de un escritor que los de un cineasta. Parece sencillo, pero técnicamente es extremadamente complejo porque en la dialéctica, como director, tienes poco a lo que asirte que no sea la ingeniería de los actores. Has de ser emocionalmente preciso, si no, los mecanismos de la comedia no funcionan. Dobles vidas no formaba parte de mi territorio. Esta película me ha dado la noción de que de vez en cuando puedo escribir de una manera distinta, en lugar de escribir secuencias puedo ver dónde lleva la conversación y empujar la lógica de cada personaje tan lejos como pueda. Sería el equivalente a dejar la cámara filmando.
- En los últimos tiempos, Juliette Binoche levanta el teléfono cuando quiere trabajar con alguien. ¿Te llamó ella?
- Así es. Nos conocemos desde siempre, compartimos agente. Cuando rodamos Las horas del verano, se invitó a sí misma. Mi agente me llamó y me dijo que ella quería leer mi guión. Luego Juliette me llamó y me puse un poco nervioso porque era un personaje secundario. Pero ella quiso formar parte igual. Al final creo que le resultó algo frustrante, así que meses después me llamó y me preguntó por qué no escribía una película para ella. Y ese fue el punto de partida de Viaje a Sils Maria.
- ¿Cómo planificas los tangos verbales de tus protagonistas?
- Son como coreografías, sí. Siempre me asusta lidiar con estas escenas porque son las más complicadas. Aunque las planifiques, no pueden estar perfectamente diseñadas, sino que has de tener una noción de estructura de la escena y adaptarte después a lo que suceda, a la interacción entre los actores, a sus solapamientos. No es que improvisen, pero han de tener un espacio de libertad y no hablarán en el momento preciso en que está fijado, así que has de encontrar una capacidad simultánea de estructurar y de captar lo que está pasando de manera inesperada. De vez en cuando utilizo dos cámaras.
- ¿Cómo has reunido los pros y contras que se intercambian durante las conversaciones?
- Cuando escribes esas secuencias, eres todos los personajes a la vez. La película refleja nuestras propias ambivalencias, la complejidad de nuestras conversaciones interiores. Todos somos cada uno de esos personajes, con nuestros conflictos y contradicciones frente a estos cambios. Todo el mundo tiene razón. En cierto sentido, Dobles vidas es una foto de la complejidad del mundo actual. Y está en nuestras manos darle sentido. Las cosas no paran de cambiar a nuestro alrededor, parecen fuera de control, y de ahí surgen sensaciones muy viscerales: a veces, nos resulta estimulante, otras no queremos que nos moleste, nos perturba o nos ataca. Estamos en medio.
- ¿Hay alguna nueva herramienta que te asuste y no hayas probado todavía?
- No es que me asuste, pero temo perder el tiempo, así que por eso no uso Facebook, Twitter ni ninguna forma de red social. No es que esté en contra de ellas, sino que hay muchas cosas en el mundo en las que estoy interesado.
- ¿Qué hay de la lectura, utilizas el formato de papel o dispositivo digital?
- Necesito la fisicidad, no encuentro placer en un libro en un lector digital.
- En la película se suceden referencias culturales que van de lo más comercial a lo más erudito. Tus personajes citan a Taylor Swift y Star Wars, pero también a Michael Haneke y a Theodor Adorno.
- Es parte de la comedia. Me gusta que los nombres formen parte de la conversación, porque nos definimos por nuestra relación con la cultura popular y la cultura de élite. No hay contradicción entre ver un vídeo de Taylor Swift y leer a Adorno.
- París es un epítome de la cultura, así que sus habitantes deben encontrarse entre los que más están sufriendo con la posmodernidad. ¿Es por esa razón por la que elegiste ambientar la película en la ciudad?
- Francia siempre ha tenido una extraña relación autoirónica con su propia cultura. Se sienten orgullosos de ella, pero al mismo tiempo la odian y desprecian. Es una relación conflictiva. Pero no la he ambientado en París por eso, sino porque las películas francesas están obsesionadas con la realidad social. Y no estoy en desacuerdo, pero pienso que los mayores cambios se están produciendo en otro sitio. La dinámica de las políticas sociales actuales que desembocan en que mucha gente viva en situaciones de precariedad, tiene que ver con la evolución tóxica de la economía moderna. Pero no podemos entender los cambios sociales si no podemos comprender los cambios individuales, qué define al individuo moderno. Es importante que los profundos cambios que nos están afectando como seres humanos entren en la conversación que plantea el cine.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz