ALICANTE. No me quedan camisetas de grupos. Las he gastado todas con el Hércules. Desde hace muchos años, cuando se avecina un partido importante (incluso si no voy al Estadio) decido ponerme una camiseta de alguno de mis grupos de rock o metal que colecciono. Este domingo tocaba la de Guns N’ Roses, así que ahí estaba yo, en el Pitiu Rochel, viendo como empataban a Agustinos cruelmente en el último segundo, con un ojo puesto en El Clariano. No fue una buena matinal de domingo.
Ni Kiss, ni Iron Maiden, ni Stratovarius ni los Roses me han dado suerte esta temporada. Y eso que no es la primera costumbre estúpida que relaciono con el Hércules. El año del descenso, tras cada derrota, solía ir a hacer algo de montaña con el todoterreno al que adosé la L de novato cuando me saqué el carné. Solo Dios y mi padre saben la de reparaciones que hubo que hacerle tras un año en el que solo el corazón de los blanquiazules acabó peor que la suspensión de aquel Trooper del 92.
Y es que parece que solo nos queda acudir a los cuentos de viejas (en este caso de 'viejóvenes', como yo) para creer en un equipo que sobrevive bajo una especie de maldición bíblica. Desde hace ya cuatro o cinco años no somos capaces de recordar una temporada aseada y con un relativo final feliz para este equipo. Además, cuando no son pitos, son flautas. Si salvas la categoría, o llegas a la final por el ascenso, siempre te espera un verano turbulento para que cualquier día de julio parezca un partido de promoción.
Ahora, tras Ontinyent, solo nos queda el escarnio, y luego el desierto. El equipo de Visnjic visitará este domingo el Martínez Valero, ojo, al que llega vivo gracias a la existencia de una carambola que aún le podría meter en 'play-off'. Y digo "le podría", porque este equipo ya ha demostrado que es incapaz de hacer algo por sí mismo. Le das un cactus y se le seca. Tocará visita a Elche para la mofa (lógica) de la afición rival, cuyo entrenador, un ex del Hércules como Pacheta, ha dado con la tecla en la ciudad vecina.
La travesía por el yermo tras el partido en la ciudad de las palmeras no es mejor. Primero el duelo en casa ante el Llagostera, duelo que intuyo podremos disfrutar en familia y en la intimidad que nos dejará una grada casi deshabitada. Luego el verano. Con amenaza de nuevo bloqueo, con obligaciones de pagar, que de tanto meter bajo la alfombra al final habrá que escalarla, y con la obligación de un nuevo proyecto deportivo, cuya construcción está hipotecada de origen por los contratos en vigor de algunos jugadores de la actual plantilla.
Vamos, que uno asocia el sonido de aspersor en las urbanizaciones y el del olor a crema solar con el enésimo culebrón herculano. Como el que asocia a este club con la Segunda B. Ya somos un clásico como lo fue la Cultural Leonesa, como los numerosos Lorcas y Cartagenas, o los sempiternos equipos vascos y catalanes que aderezan la competición. Solo que el Hércules arrastra pecados como el de su deuda, y la depresión que supone acostumbrarse el barro y al césped artificial, habiendo besado el cielo hace décadas.
Por h o por b siempre acaba habiendo Hércules después de todo. Siempre hay un plazo más al que acudir, siempre está el bolsillo de Ortiz, siempre sale algún acompañante, y siempre sigue el show cual banda de barco a medio hundir. Siempre, hasta que ya no sea así. Tiendo a pensar que en algún momento del continuo espacio tiempo que habitamos, a este club casi centenario, y que las ha pasado canutas, se le acabará la suerte o las vidas. Y más, si seguimos empeñados en despeñarnos año tras año en la maldita Segunda B.