En 2008 el escritor Jean-Pierre Levaray describió el día a día en una planta química en un cómic, Puta Fábrica, dibujado por Efix. En plena oleada de deslocalización y reformas laborales en Francia, el autor hacía un relato desgarrado de la alienación de la vida malgastada en el tajo en tareas rutinarias y peligrosas con el único fin de no dejar de realizarlas
VALÈNCIA. Vuelven los cantos de sirena de las reforma laboral. Mientras el PP resistía las presiones que le llegaban de los representantes de nuestros acreedores para no endurecer la suya, la más salvaje desde que en España hay derechos fundamentales, Ciudadanos propone una nueva vuelta de tuerca que no entraremos a analizar aquí, porque ya se ha hecho en El Confidencial y en la excelente web de referencia Laboro, pero en resumidas cuentas podemos decir que la propuesta abarata aún más el despido con cargo al trabajador.
Idénticas políticas también se vienen aplicando en Francia, en un país que lleva años sufriendo las consecuencias más duras de la deslocalización industrial. Como allí el músculo cultural es bastante más robusto, la situación se ve reflejada y representada a menudo en el cine y en los cómics. Por citar algunos filmes que irrumpieron en el cambio de siglo: Selon Matthieu (Xavier Beauvois, 2000), Ce vieux rêve qui bouge (Alain Guiraudie, 2001), Ressources humaines (Laurent Cantet, 1999) o L'emploi du temps (Laurent Cantet, 2001)
En viñetas, un tebeo de Jean-Pierre Levaray y Efix, Puta Fábrica, publicado hace diez años, en 2007 en Francia y en 2008 en España por La Oveja Roja, trataba la cuestión de forma muy elocuente y ahora, ante las cascadas de despidos que hemos sufrido y la extensión del trabajo precario, viene muy a cuento rescatarlo por si en algún momento a alguien le seducen los eufemismos de la "eficiencia y eficacia" del mercado con los que se pretende sentar las bases para precarizar aún más el empleo.
El álbum comienza con las memorias de un trabajador de una planta industrial. En el inicio está lo más brutal, la muerte en el tajo. Hace quince años en España se escuchaban habitualmente, con la importancia debida, las noticias de accidentes laborales. El país estaba en construcción. Madrid, por ejemplo, afrontaba obras faraónicas en tiempo limitado por las legislaturas y decenas de trabajadores que lo pagaron con la vida. Hubo un amago de alarma social con el problema, pero se fue diluyendo.
Las primeras reflexiones de las memorias del trabajador protagonista hablan de lo absurdo de morir en el trabajo. Una muerte patética. Y que cuando se producen hacen que rueden cabezas en horizontal, difícilmente en vertical, a la hora de buscar responsabilidades.
Los recuerdos del día a día de la fábrica están marcados por el nihilismo y la alienación. Salir de las duchas es "volver a la vida". Relata que, desde los 40 años, los obreros trabajan por inercia, sin ilusión y sin haber conocido otra cosa. Todos los días, mismas rutinas. ¿Para qué? Para tener suerte y seguir haciendo lo mismo hasta la jubilación.
En todo centro de trabajo "no" es una palabra muy peligrosa. Es la que marca la línea entre los derechos del trabajador y los abusos. Corresponde a los curritos emplearla, pero siempre son conscientes de que un "no" inoportuno, o una media de "noes" demasiado alta, puede suponer su despido. En los curros la violación de los derechos del trabajador se presenta como favores personales, es de ingratitud no hacerle un favor al jefe echando más horas, yendo a currar en una libranza. Se plantean como una traición al esfuerzo colectivo del que en teoría depende el centro de trabajo para su supervivencia. Es una oveja negra el que dice "no".
Levaray y Efix reflexionan sobre esta palabra. En el contexto de una fábrica es muy distinto al de las oficinas, con los conservadores obreros de cuello blanco. Aquí los sindicatos luchan por las tasas de despido, que conforme pasan los años son cada vez mayores. El "no" es a un número, 800 despedidos, y la movilización para negociarlos. Bajan a 600 y, subrayan amargamente los autores, "todos creen haber ganado".
La bebida forma parte de la vida de los turnos y las jornadas extenuantes siempre haciendo las mismas tareas mecánicas. El alcohol para muchos es un medicamento contra la frustración. Levaray describe dolorosamente todas las fases por las que pasa una conversación entre pastis a la salida de la fábrica. Cómo se enumeran los sueños rotos, las carreras frustradas, tiempos mejores y los deseos imposibles para el futuro.
Pero no todos pueden solo desahogarse. Muchos empiezan a beber desde por la mañana, antes de entrar a la planta, para aguantar el día. Ya están alcoholizados. Tienen sus escondites en la fábrica con botellas escondidas. El protagonista que va narrando la historia con sus recuerdos precisa que su existencia es breve. O mueren antes de los 50 o son despedidos. Se narra una aventura etílica de este tipo muy propia del trabajador alcoholizado que al perder el curro lo pierde todo y era muy poco lo que tenía.
Quienes hemos tenido familiares en la industria, da igual el país, importa solo si ha sido después de los 70, el hecho de la amenaza de cierre lo conocemos bien. Años, largos años con el estómago cerrado a la hora de pensar en el futuro por esos gerentes que método Stanislavski mediante hacían melodrama con la posibilidad de que a la planta no le queden más que un par de años, que "los alemanes" se la llevarán a Polonia; décadas así frenando cualquier aspiración laboral e infundiendo el miedo entre los trabajadores para que, prietas las filas, trabajen solo con aspiraciones de supervivencia.
De este texto se realizó después un documental homónimo. El guión de Levaray procede la experiencia propia. Trabajó durante treinta años en una fábrica de abonos. Mataba el tedio con llenando su escaso tiempo libre de ocupaciones más edificantes. Montó un sello de punk, hXc y ska, hasta que en 2000 presenció un accidente laboral a raíz del cuál escribió un texto sobre el sentido de la vida del obrero. Se publicó como Puta Fábrica y luego esas páginas fueron dibujadas por Efix. Deliberadamente, eligió el blanco y negro y situó a los personajes sobre copias de fotografías de las fábricas a lápiz y carboncillo. Una idea que, dada la cantidad de vidas que permanecen sujetas y rotas por las fábricas, podría tomarse como ejemplo para llegar a crear un género.