La autoedición evoluciona desde el crowdfunding a nuevas fórmulas empresariales emprendidas por los propios artistas para defender sus intereses
VALÈNCIA. “Un sello de artistas gobernado por artistas”. El lema fundacional de Vanana Records tiene miga, sobre todo si tenemos en cuenta que uno de sus impulsores, Joni Antequera (Amatria), llega a este proyecto después de abandonar la discográfica independiente Subterfuge, con la que publicó un único LP, Amatria (2015). El artista manchego, que inició su carrera musical en València hace más de una década mientras estudiaba arquitectura técnica en la UPV, ha adelantado esta semana dos singles de su quinto álbum, cuya salida al mercado está prevista en octubre. Animal y Un poco de fé son las dos primeras referencias que Antequera editará en su propio sello, bajo sus propias normas, y con la misma vocación de masas que ha definido la última etapa de su trayectoria.
La pareja de djs Elyella y el productor musical valenciano Pau Paredes (miembro de Modelo de Respuesta Polar y antiguo integrante de Twelve Dolls) son los otros tres socios de esta aventura. Se embarcan en ella con las mismas motivaciones: gestionar sus propias carreras musicales y “hacer familia” con otras bandas afines dentro del espectro del pop electrónico nacional. De paso, cambiar desde su pequeña parcela algunos métodos de funcionamiento que consideran desfavorables para los intereses de los artistas. Costumbres cada vez más instaladas ya no solo entre las multinacionales, sino también en algunas compañías independientes. Una de ellas son los llamados “contratos 360”, en virtud de los cuales el sello puede llegar a cobrar porcentajes por todo tipo de actividades relacionadas con el grupo, incluidas las actuaciones en directo en cuya organización y promoción no haya participado la discográfica directamente y -en casos más extremos- la venta de merchandising. Es la solución de supervivencia con la que ha reaccionado la industria discográfica ante el cambio de paradigma de un sector atenazado por la piratería y el descenso drástico de la venta de discos.
“Son contratos leoninos, te pillan por todos los lados –critica Antequera-. Mi teoría es que un grupo no puede desarrollarse en esas condiciones. Yo quiero llegar lejos, que cada gira sea mejor que la anterior; poner cada vez más medios para conseguir sonar con más calidad; llevar un mejor espectáculo de luces, etc. Pero si no puedes invertir, y cuando sacas un nuevo disco te presentas al público con lo mismo… al final el proyecto se muere”.
Hoy nos parece prehistórica la imagen del grupo que graba una maqueta, la manda en un sobre a un montón de discográficas y cruza los dedos con la ilusión de que la suerte llame a su puerta. La idea de que te “descubran” y te extiendan un cheque para grabar un disco en un estudio de primer nivel, diseñen una costosa estrategia de marketing a tu medida y todo el mundo gane dinero con los derechos derivados de la venta de discos. Los márgenes se han estrechado para todos los agentes del sector, y eso implica, entre otras muchas cosas, que los artistas se ofrezcan a menudo a las discográficas con el disco ya grabado, masterizado, e incluso el arte gráfico de la portada listo para su impresión. Las expectativas se reducen muchas veces a conseguir una buena distribución y un impacto mediático que ellos solos no son capaces de producir.
Como consecuencia de todo ello, es lógico que la autoedición viva un segundo renacimiento en el siglo XXI. Se ha publicado –aunque lo cierto es que no hemos encontrado ningún estudio oficial que lo corrobore- que en estos momentos cerca del 70% de los músicos españoles autoeditan sus discos. Desde luego no todos ellos responden al perfil prototípico de artista underground o principiante que no tiene quien le quiera. La lista de bandas y artistas consagrados españoles que prescinden de discográficas incluye a Izal, Nacho Vegas, Vetusta Morla, Jero Romero y Amaral. ¿Sus razones? Habitualmente se esgrimen malas experiencias con sellos y/o el deseo de preservar su libertad creativa.
El proyecto musical de los madrileños Elyella nació en 2010. Curiosamente, sus comienzos como animadores nocturnos tuvieron lugar en la sala Confetti de Alicante y La 3 en València (donde todavía actúan de forma regular). Gracias a sus remixes de bandas de rock independiente como Pixies, León Benavente o I’m From Barcelona, esta pareja de pinchadiscos se ha abierto un hueco en las parrillas de multitud de festivales del país. El proyecto va viento en popa, sin haber recurrido a ninguna agencia de management ni discográfica. “Desde el principio hemos tenido claro que queríamos autogestionarnos para poder tomar todas las decisiones y que no nos impongan tiempos o nos digan qué single tenemos que sacar primero -comenta María, una de las componentes del dúo-. Además, ahora muchos sellos te piden que les cedas los derechos de tu música (habitualmente el 50%) de por vida, lo que significa que no les llega ni a tus herederos. Es abusivo”.
“Creo que en lo que más puede ayudarte un sello es ofreciéndote contactos para entrar en festivales y haciéndote una buena promoción de los lanzamientos. Es cierto que si te autoeditas y quieres sonar en la radio y que te hagan entrevistas en medios importantes tienes que contratar a una agencia externa. Pero al menos así tienes el control de lo que haces y te aseguras de que trabajan para ti. Puedes preguntar a tu equipo cómo van las cosas sin que te miren mal. Cuando entré en Subterfuge me imaginaba todo muy distinto. Pensaba que iba a encontrar cariño e interés, pero no fue así –lamenta Amatria-. Allí se trabaja como en una multinacional, pero sin tener sus tentáculos dentro de la industria. Yo solo puedo hablar de mi experiencia personal, pero ha sido muy mala. Ni siquiera me descargué de mucho trabajo; tenía que estar pendiente de todo si quería asegurarme de que las cosas salieran bien”.
En 2013, con tres discos en el bolsillo como carta de presentación, Joni Antequera se lió la manta a la cabeza y trasladó su residencia a Madrid. Su intención era arrimarse al núcleo de la industria; la ciudad donde se toman las decisiones. Tras la experiencia de estos años, ¿sigue pensando que es necesario vivir en la capital para catapultar una carrera artística? “Sí, siendo importante. Es como una declaración de intenciones –contesta-. Es cierto que con internet estás a golpe de clic de muchas cosas, pero la gente sigue siendo gente, y las personas con las que quieres trabajar necesitan saben cómo eres. Eso sí, tienes que tener un plan y unos plazos. Mi situación en Madrid al principio era muy precaria. Empecé pagando mis facturas como podía, haciendo trabajos publicitarios y produciendo canciones para otros artistas como Ley DJ . Vivía en una buhardilla donde casi no cabía una persona y muchas veces no cenaba, pero estaba feliz. Noté enseguida que estaba en un sitio con una energía diferente”.
Por último, hablamos con Pau Paredes, “tercera pata” del proyecto Vanana Records en su doble faceta de socio y productor de las nuevas canciones de Amatria y Elyella desde el estudio de grabación Fluxus que abrió en Madrid después de trabajar en los estudios Millenia de València durante varios años. “Es verdad que nacemos como respuesta a unas carencias en el sector, pero sobre todo con la ilusión de hacer las cosas de forma diferente y más favorable para los artistas. A través de mi trabajo para otras bandas he comprobado como la mayoría de las veces las expectativas que depositan en sus discográficas (que tampoco son tantas), no se cumplen”.
Vanana Records no es el único ejemplo de discográfica española gestionada por músicos, “con mentalidad de músicos”. Luis Fernández, bajista de Juventud Juché y Los Punsetes y fundador de Sonido Muchacho, y Albert Guardia, baterista de Nueva Vulcano y codirector de La Castanya, son dos buenas muestras de ello.
Además, el concepto de autoedición evoluciona y da lugar a nuevas fórmulas. En estos momentos se prepara el lanzamiento de Hidden Track , un sello-paraguas para artistas que se autoeditan y sellos pequeños o informales que, debido a que publican pocas referencias a lo largo del año, sufren ciertas limitaciones. Este proyecto de espíritu cooperativista busca la unión para poder pedir subvenciones, obtener mejores tratos con distribuidoras y fábricas y ofrecer un músculo promocional del que carecen muchos artistas que caminan por su cuenta.
En las aguas revueltas del siglo XXI, si no es la industria la que cambia el chip, tendrán que hacerlo los propios artistas. Y sino que se lo pregunten a estrellas del trap nacional como Pimp Flaco, Kinder Malo, Bejo, Cecilio G o Bad Gyal, que se mueven por la autopista de Youtube saltándose todo tipo de intermediarios. Para ellos también existe, por cierto, un sello de artistas para artistas. La Vendición, proyecto promovido por Pxxr Gang y que da cobijo a traperos como La Zowie y el Seco, nació con un manifiesto muy claro: “Somos una plataforma de jerarquía horizontal, sin líderes ni personas clave. No hay jefes, es un trampolín para mucha gente distinta que de otra manera no podría disfrutar de los servicios de una discográfica”.