El futuro de España está en manos del PNV. Estamos pendientes de la orientación de su pulgar. Si lo inclina, no habrá Presupuestos; si lo levanta, Rajoy habrá sobrevivido una vez más. En esta encrucijada histórica estoy a dispuesto a traicionar a todos haciéndome nacionalista vasco si así contribuyo al final de un Gobierno ridículo y mediocre
El mejor servicio que puedo prestarle a España, mi país, es hacerme del PNV. Parece una contradicción pero no lo es. En este caso, como en tantos otros, el fin justifica los medios. Si para poner término al Gobierno de Mariano Rajoy hay que alistarse en las filas del nacionalismo vasco, no me lo pensaré dos veces. El PNV, con sus cinco diputados, puede precipitar el final de la legislatura si no apoya los Presupuestos de los conservadores. Es nuestra esperanza, la ilusión de que un Ejecutivo inepto y mendaz caiga, por fin, al carecer del suficiente apoyo parlamentario. Aunque mis antepasados españolísimos se revuelvan en sus tumbas, me sumaré al partido del señor Urkullu porque la ocasión histórica bien lo merece.
Como soy consecuente con mis decisiones, desde hace tres semanas he acometido una inmersión en el pensamiento del nacionalismo vasco (hay quien me reprochará que pensamiento y nacionalismo vasco son términos contradictorios, y puede que lleve razón). No sin dudas me he acercado a la figura del fundador del PNV, Sabino Arana, pasando por alto su racismo e hispanofobia. También me he empapado de la biografía del primer lehendakari José Antonio Aguirre, que traicionó, al igual que Companys, a la II República. Y, si hablamos de tiempos más recientes, he leído todo lo que ha caído en mis manos sobre Arzalluz, ese animal político y clerical a partes iguales; el ingenuo Ibarretxe, un angelito en comparación con Carles Puigdemont, y hasta de Iñaki Inasagasti, que se manejaba con el euskera igual de bien que yo.
Después de estas semanas de inmersión me veo preparado en el plano ideológico. Pero esto, reflexioné, es insuficiente. Había que dar un paso más, ir de las ideas a lo concreto, es decir, conocer in situ cómo viven los nacionalistas de a pie. Pensé en coger el Bilman Bus para comerme unos pintxos en el casco viejo de Bilbao, cerca de la casa natal de Unamuno, pero al no disponer de dinero me tuve que conformar con Benidorm.
La capital de la Costa Blanca es conocida como la cuarta provincia vasca. En Benidorm ocho mil vascos viven gran parte del año. En esta ciudad alicantina descubrí que el PNV tiene un batzoki, y allá me fui el primer domingo de abril. Entré dando las buenas tardes, y el más joven de todos era yo. En el comedor hay una gran ikurriña y murales con pescadores vascos. Las paredes están llenas de escudos y bufandas del Athletic, la Real, el Éibar, el Baskonia y el Bilbao Basket. Se oye el euskera y el castellano indistintamente. Estuve tomando notas para este artículo y quedé agradecido de lo bien que me trató esa noble gente del Norte, a la que los conservadores adulan hoy por sucio interés, cuando en tiempos no demasiado lejanos la criticaban por ser demasiado complaciente con ETA.
Después de tomarme un par de txikitos salí del batzoki con cara de felicidad y me dirigí al epicentro del vasquismo en Benidorm, situado en la calle Santo Domingo, en el casco antiguo. En esta calle, de poco más de cien metros, se concentran los bares vascos y navarros. El Gaztelutxo, el Txoko, el bodegón Aurrera, el Saltoki Txiki y la Ostrería Biarritz, entre otros. Estuve en un par de ellos y me puse las botas. Rico, rico, me dije. Los vascos no se lo montan nada mal, viven en deliciosa armonía, pensé, sobre todo desde que una minoría encapuchada dejó las pistolas y las bombas. Por lo general son gente de orden que va a misa a la iglesia del Carmen. Conservadores en materia de costumbres, se oponen al aborto y a las relaciones abiertas. Son la versión actualizada del Dios, patria y fueros.
De españolazo contumaz he pasado a defender el ‘cuponazo’ y el derecho a decidir. Todo sea por una buena causa: la caída del anciano taimado que vive en la Moncloa
Dejé Benidorm convencido del acierto de haber viajado hasta allí. Ya disponía de suficiente información sobre cómo piensan y actúan los nacionalistas vascos. En este tiempo he puesto la mejor voluntad —y no poco esfuerzo— por entenderlos. Casi empiezo a parecerme a ellos. De españolazo contumaz a defensor del cuponazo y del derecho a decidir. Vivir para ver. Pero todo sea por una buena causa: la caída del anciano taimado que reside en la Moncloa, responsable de la parálisis del país y del estado de desánimo general que provocan las infinitas corruptelas de su partido; culpable también del descrédito internacional y del riesgo de desmembración territorial.
En manos del PNV está acabar con esta legislatura fantasmagórica y abrir paso a una nueva generación de políticos que respete y practique valores como la decencia y la valentía, principios desconocidos por quienes se sientan en el Consejo de Ministros. Así lo defenderé en la agrupación local de Gallarta, donde pienso afiliarme, incidiendo en que no vale la pena venderse al enemigo español por un plato de lentejas castellanas.