La manipulación de las estadísticas para dar apariencia de rigor a la defensa de intereses es antigua. Hoy, entre nosotros, alcanza cotas esperpénticas
La utilización tramposa de las estadísticas es tan antigua como las mismas cifras. El propósito nunca ha variado: provocar una percepción sesgada o errónea de la realidad. Hace ya muchos años, Darrel Huff recopiló la variedad de falacias que dominaban las informaciones vinculadas a ellas. Según parece, el texto –cuyo título inspira estas líneas- sin duda por su sencillez, es el libro sobre estadística más leído en Estados Unidos. En todo caso, sigue siendo fundamental para no ser manipulado por la aparente objetividad de los números.
Es dudoso, sin embargo, que su difusión entre nosotros haya sido destacada. De otra forma, habría que concluir que el auge de declaraciones y/o informaciones de prensa con cifras manipuladas, se asienta en la convicción de que los ciudadanos somos unos ignorantes. Un problema que se amplifica cuando los responsables públicos hacen suyas esas falacias y orientan su gestión a partir de ellas.
En España, el ejemplo más claro ha venido siendo la evolución de los salarios. Tras tanto insistir en que se había superado la crisis en base a la recuperación del PIB, ahora hasta el ministro de economía de Guindos ha tenido que poner freno a tanto optimismo, apuntando que “faltan millón y medio de empleos para salir de la crisis”. Quizá porque esa euforia ha puesto en pie de guerra a un buen número de trabajadores quienes constatan que sus salarios, cuya reducción ha sido manipulada en estos años pasados ignorando el efecto composición, no muestran recuperación alguna.
Explicar -sin matices- qué es ese efecto composición puede servir para ilustrar cómo a pesar de su apariencia de exactitud algunas medidas estadísticas no son válidas para diagnosticar una situación. Es sabido que sin tener en cuenta su distribución, el salario medio tiene escasa relevancia. Pero quizá lo es menos que sus variaciones están afectadas por quienes forman los asalariados. En España, la destrucción de empleo se ha concentrado en los peor retribuidos. Si su peso dentro del total se reduce, se amortigua la caída real porque esos trabajadores, ahora sin empleo y por tanto sin salario, ya no entran dentro del cálculo.
Un ejemplo lo aclara mejor. Si en una empresa de diez trabajadores, hay cinco con un salario de 3.000 € y cinco temporales con una retribución de 1.000, el salario medio sería de 2.000 € ((5x3.000 + 5x1.000)/10). Si despide a los cinco temporales mientras a los otros cinco les reduce el salario un 50% (de 3.000€ a 2.000€) el salario medio no varía ((5x2.000)/5). Según la media, por tanto, no existe reducción salarial. Algo, mucho, de esto es lo que ha venido sucediendo en España desde 2009.
No es la única forma de retorcer la estadística. La agria controversia sobre la turismofobia, cerrada en falso tras el 17-A, suministra abundantes ejemplos. De ellos aquí se mencionan solo dos: la valoración de la temporada turística en Benidorm, prototipo de ese motor gripado que es, desde hace años, el turismo valenciano de sol y playa de menguante atractivo entre los españoles y, por otro lado, la supuesta motivación cultural del turismo en la ciudad de València deducido de los resultados de la Encuesta a turistas alojados en apartamentos realizada por la concejalía municipal gestionada por Sandra Gómez.
En el primero de los casos, sorprende la aceptación acrítica de la aproximación realizada por la patronal HOSBEC, uno de los pocos grupos de presión, de los tantos apostados en el perímetro de la Generalitat, inscritos en el registro de la CNMC. Como patronal, su preocupación por la tasa de ocupación y, por tanto, la competencia entra dentro de la lógica. De ahí su campaña simultánea contra los apartamentos turísticos en una adaptación valenciana de la constatación de Mencken de que “para todo problema hay siempre una solución inmediata, sencilla y creíble pero falsa”: ha conseguido hacerlos aparecer como los culpables de todos los males.
Pero la tasa de ocupación es una medida relativa y por tanto inadecuada para evaluar la temporada turística (excepto para la cuenta de resultados). Un porcentaje inferior de ocupación puede representar un número de pernoctaciones superior. El 80% de 10.000 plazas son muchas más que el 100% % de 5.000. Y del aumento de las ofertadas, (unas 4.000 en Benidorm desde 2007 según el INE; en torno al 10% de las entonces existentes) no se dice una palabra. Tampoco de que, en cifras absolutas, el número de pernoctaciones hoteleras en Benidorm (calculado con las cifras de plazas del INE y la de ocupación de HOSBEC para la primera quincena de agosto) es superior desde 2013 a la del quinquenio anterior.
Y un último ejemplo de maltrato estadístico podría ser el tratamiento de encuestas como la mencionada, todo un modelo de qué no es la transparencia: se publican “cocinados” una mínima parte de los resultados (5 y 3 páginas, 2 repetidas, de un documento que, por su paginación, supera las 91) sin aportar datos clave para evaluar su rigor.
Entre éstos no he sabido encontrar la ficha técnica ni el cuestionario y sorprende la distribución por barrios de los encuestados. Pero para hacerse una idea de su rigor basta resumir cómo se deduce que el 95% de los visitantes (alojados en apartamentos turísticos) lo hacen por “motivación cultural” y qué representa en la realidad.
El gráfico anterior induce a pensar que ese 95% tan publicitado procede de una pregunta cerrada sin opciones sobre actividades ligadas al ocio –y ruido- nocturno ni concretar los monumentos o museos, cuando, además, no es lo mismo hacerse un selfi frente a ellos, que visitarlos. Pero hay más: si ese 95% -convertido en un 93% en el comunicado de EFE- lo es sobre el 17% de los turistas de la ciudad, (los alojados en apartamentos turísticos), la motivación cultural del turismo en Valencia quedaría en el 16 % del total. Un cálculo 50% inferior a la proporción de visitas en 2016 al más frecuentado de los monumentos de la ciudad, La Lonja, (503.274), sobre el total de turistas estimado por la Fundación Turismo Valencia. Todo lo cual pone en cuestión la solidez de un trabajo que debiera haber sido pieza fundamental en el diseño del futuro turístico de la ciudad compatible con la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos. Y, sobre todo, lleva a preguntarse si la forma de trabajar de la teniente de alcalde del Ayuntamiento de València, y su equipo, no está dominada por los abusos que constataba Huff.