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LA ARTESANÍA DE LA CIRCUITERÍA

Lutieres del rock en busca de sonidos genuinamente vintage

Hablamos con tres artesanos de la electrónica, especializados en construir a demanda amplificadores, guitarras eléctricas y pedales 

23/03/2017 - 

VALÈNCIA. Es necesario comenzar este artículo impugnando su titular. Con el diccionario en la mano, no podemos decir que los tres protagonistas de este reportaje pertenezcan al antiguo gremio de los lutieres. Pertenecen a otra estirpe de artesanos, cuya especialidad no son solo los instrumentos de cuerda, sino los circuitos electrónicos, las válvulas y las antiguas cápsulas de micrófonos.

Sabemos que el sonido es un universo insondable. Su misteriosa aleación de física y tecnología da lugar a matices infinitos, lo que explica por qué la búsqueda de unos simples auriculares puede convertirse en un dilema descomunal si uno tiene suficiente curiosidad como para hacer una exhaustiva investigación de mercado. Esta complejidad inherente se multiplica con creces cuando hablamos de un guitarrista o un bajista en busca de un sonido específico para su música. Entramos en el terreno de los backlines personalizados (es decir, todo el conjunto de instrumentos, amplificadores, pedales y demás equipo que utilizan los músicos sobre el escenario o en una sala de grabación), un sector que vive un momento de esplendor gracias a un furor vintage que hace una década solo se cultivaba en subgéneros como el surf o el garage de raíces sesenta.

Son muchos los músicos a los que no les basta el sonido característico –pero al fin y al cabo estandarizado y fabricado en serie- de una Gibson Les Paul o una Fender Telecaster. “Los instrumentos customizados están de moda”, nos dice Vicente Morellá Martínez, uno de los profesionales más reconocidos de España en este campo. Su taller de Catarroja es el centro neurálgico de Bull Skull, nombre con el que firma todos sus trabajos. “Después de dedicar muchos años a reparar y experimentar, al final obtuve mi propio sonido, que viene a ser el resultado de coger lo mejor de los amplificadores antiguos e imprimirles más carácter si cabe”. Vicente nos cuenta que cuando empezó a fabricar guitarras y amplificadores hace diez años “esto era una cosa para cuatro gatos”. “La gente no le daba tanta importancia al sonido, excepto en círculos más puristas como el surf. Poco a poco se ha vivido un renacimiento de los sonidos antiguos dentro del indie. Los grupos se preocupan ahora más por sonar bien y buscan aquello que recuerdan sus oídos”.

Así pues, el solitario trabajo que lleva a cabo Vicente en su taller no se limita a reparar o modificar parcialmente instrumentos de cuerda. A partir de los 1.900 euros es posible conseguir una guitarra cien por cien personalizada, confeccionada a mano desde el cuerpo de madera hasta las pastillas (también bobinadas a mano). Habitualmente solo fabrica guitarras tipo Telecaster, Stratocaster y Jazzmaster, las tres gamas creadas por la casa Fender en la década de los cincuenta, y cuyo legado sonoro ha quedado incrustado en nuestra memoria a través de los artistas y las bandas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, desde Jimmy Hendrix a Sonic Youth. “Lo que más piden mis clientes es que recree el sonido de Hendrix, Chet Atkins, Jimmy Page y Stevie Ray Vaughan”, explica este autodidacta, que rechaza el apelativo de lutier a favor del de guitar tech (técnico de guitarra). “Es una profesión que todavía se ve poco en Europa, pero que poco a poco se va valorando. Esto no es un taller normal en el que tu trabajo acaba cuando entregas un instrumento. Yo soy la persona de confianza del músico. Estoy acostumbrado a resolver dudas o atender roturas de equipos a las tres de la madrugada”. 

De hecho, otra faceta importante de su trabajo está relacionada con el backline para bandas que están de gira por el país o para festivales como el Wáchina Wáchina o el Surf O Rama. A grandes rasgos, la función de Vicente en estos eventos, además de la de técnico, es la de “conseguidor”. Es una de esas personas que hace posible que una banda de sonido tan específico como Big Boys o Man or Astroman pueda tocar en España con equipos vintage adecuados a su propuesta. 

Loquillo, Sex Museu, Los Coronas y Ukelele Zombies, son algunos de los artistas que figuran en la nómina de clientes de Vicente Bull Skull, en la que -por cierto- no entra cualquiera. “Solo trabajo para músicos que encajan con el estilo y pienso que lo va a disfrutar”. 

Fran García es relativamente nuevo en el oficio –comenzó hace tres años-, pero sus micrófonos Mouth Sound causan sensación dentro y fuera de nuestras fronteras. Más que dedicarse a la fabricación desde cero, su labor consiste en reciclar cápsulas originales de micrófonos de los años cuarenta y cincuenta, y volverlas a poner en circulación tras un laborioso proceso de montaje y rediseño. Las cápsulas son el punto de partida, pero en la obtención del sonido también juegan un papel importante otros elementos como la distancia de colocación de ésta (cuanto más lejos de la boca del micro, más resonancia natural se consigue), los materiales que se utilicen o la apertura de la malla.

Los Fabulosos Cadillacs, Marlango, Toundra o los valencianos Wild Ripple son algunos de los grupos que utilizan estos atractivos micros vintage, en los que se cuida hasta el último detalle: placas customizadas con el nombre de la banda o el estudio, materiales de la época y un atractivo packaging en caja de madera que algunos músicos exhiben en las redes sociales como si se tratase de trofeo.  

“No solo quería que sonase antiguo, sino que lo pareciese, así que utilizo materiales originales, desde tornillería plana original hasta los conectores”, comenta este joven albaceteño, que asegura que dedica aproximadamente una semana en construir un micrófono. “Es un trabajo absolutamente artesanal, que implica tanto la modificación de los materiales como el montaje, los grabados de las placas, el barnizado, la pintura…”.

“Empecé haciendo esto para mis propias bandas, sin la menor pretensión. Quería conseguir un sonido parecido al de principios de siglo XX. Investigué y probé distintos modelos de cápsulas originales que conseguía sobre todo en Austria y Alemania. Al final conseguí crear un prototipo con calidad de sonido y que no perdía la esencia retro ni en directo ni en el estudio. Ahí es cuando la gente empezó a interesarse”.

Los micrófonos de Mouth Sound se fabrican a demanda y su precio varía de un momento a otro porque cuentan con una limitación básica: la disponibilidad de cápsulas originales en el mercado. Por lógica, cada vez hay menos. “Si tengo la posibilidad de servir un pedido, lo hago. Pero hay veces que no se puede hacer en ese momento”. 

Germán Bou, un pionero

El último protagonista de este artículo es también el más veterano. Germán Bou (Valencia, 1957) es conocido en los circuitos de la música por múltiples razones. Además de ser uno de los creadores del “Sonido Valencia” en los años 90 (suyas son composición y producción de rompepistas como “Dunne”, “The Grial Saint” o “Así me gusta a mí”, de Chimo Bayo), es un reconocido inventor de equipos de sonido y programas de software enfocados al mundo de la música. 

Aunque cursó estudios de electrónica y mecánica industrial en los Jesuitas, Germán se considera un autodidacta. Aprendió “a base de mucho ensayo-error” y de hacerse con los escasos libros especializados (todos en inglés) que encontraba en la Librería Soriano en los años setenta. Fue su padre, un gran aficionado a la electrónica y el aeromodelismo, el que inoculó en él la pasión por la tecnología. A los 16 años construyó sus primeros pedales (Chorus, Fuzz, Flanger..) para utilizarlas en las bandas estilo nuevos románticos en las que militaba por aquel entonces”. 

Pronto se pasó a la fabricación casera de equipos Hi Fi para amigos que no podían pagarse los que se vendían en las tiendas. “Si se los hacía yo, les salía cuatro veces más barato”, señala. En todo caso, su juguete preferido eran las válvulas, “ese gran desconocido”. “En aquel tiempo construí amplificadores que siguen estando muy cotizados por la calidez de su sonido”.

A los 33 años, Germán Bou montó su propio estudio de grabación, donde componía jingles publicitarios. “Cuando no entraba mucho trabajo me ponía a sacar bases de funk o música electrónica. Y ahí es como empezó toda la locura del Sonido Valencia”. 

A finales de los años ochenta, empezó a trabajar para General Motors, donde inventó una máquina para testear los primeros cuadros electrónicos que empezaban a implantarse en los automóviles particulares. Por esa época también dedicaba sus ratos libres a montar equipos triamplificados para los coches de la “Ruta del Bakalao” (término que él detesta). 

Quizás el invento más trascendente de la trayectoria de este productor musical -que todavía sigue en activo- fue el el Mastering Reference Preamplifier (M.R.P.). “Es un aparato que construí hace veinte años y que emula a bajo volumen el sonido que obtendrías en directo con grandes altavoces. Esto es muy útil porque permite a los estudios de grabación controlar muy bien las estridencias o los excesos de graves. Muchos djs conocidos y estudios profesionales tienen uno. Lo dejé de fabricar y años después mis alumnos me pidieron que lo recuperara. Lo hice por un tiempo, pero hace un año que paré de nuevo. Lamentablemente mucha gente se han quedado sin él”. 

¿Conserva al menos la patente? “Qué va, eso es un cuento. Si te lo quieren copiar, te lo copian. Eso sí, las partes más importantes del M.R.P., donde se encuentra el condensador de resistencias, están selladas y encapsuladas en vidrio. Nadie más que yo puede saber lo que hay dentro”.


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