VALÈNCIA. Oregón, California, 1851. Eli Sisters y su hermano Charlie son dos asesinos que trabajan para el temible Comodoro. Su siguiente misión es matar a un joven que ha dado con una fórmula química para descubrir el oro en los ríos. Será su último encargo, su último gran viaje. Por el camino vivirán toda una serie de aventuras que les harán replantearse sus vidas, al mismo tiempo que reflexionarán sobre su lugar en el mundo, en una Norteamérica salvaje a punto de iniciar un cambio, pero en la que todavía impera la ley del más fuerte.
Los hermanos Sisters es la segunda novela de Patrick deWitt (aquí editada por Anagrama) y fue finalista del Premio Man Booker. En ella el autor canadiense se inspiró en el western literario, utilizando sus códigos, aunque imprimiendo una dimensión contemporánea.
El libro cayó en manos del actor John C. Reilly (Hermanos por pelotas) y se enamoró inmediatamente de él y del personaje de Eli Sisters, ya que representaba un modelo de hombre muy diferente al del macho característico de las películas del Oeste, mucho más emocional y sensible. Compró los derechos y comenzó la aventura de levantar el proyecto junto a su esposa, Alison Dickey, productora. Hasta 2012 no encontraron a la persona adecuada para dirigirlo. Fue en el Festival de Toronto, durante la presentación de De óxido y hueso cuando supieron que tenía que ser Jacques Audiard el encargado.
Audiard nunca había trabajado con material ajeno. Todas sus películas, desde Un héroe muy discreto (1996) hasta Deephan (2015), por la que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, eran proyectos propios escritos por él mismo o en colaboración con su inseparable guionista Thomas Bidegain. Sin embargo, al igual que John C. Reilly, también quedó absorbido por la historia y su manera directa y al mismo tiempo humana de contar las cosas.
El director consiguió hacer suya la novela e integrarla en su universo. Al fin y al cabo, como ocurre en la mayor parte de sus películas, se trata de personajes al margen que buscan encontrar su hueco en un entorno hostil que parece condenarlos a la no existencia, a pesar de que ellos luchan para intentar escapar y sentirse libres, aunque sea con sus contradicciones y con una mochila a cuestas llena de sueños y decepciones.
Así, John C. Reilly se convirtió en Eli Sister y Joaquin Phoenix en su hermano Charlie. El primero, tranquilo y reflexivo, el segundo, una bomba de relojería siempre a punto de estallar. Ambos cabalgarán juntos, con ideas diferentes bulléndoles en la cabeza. Eli quiere cambiar de vida, mientras que Charlie se encuentra consumido por sus fantasmas y se aferra a lo único que conoce. En realidad, ambos hermanos forman un dúo tan cómico como trágico, como Laurel y Hardy, o como Butch Cassidy y Billy El Niño. Como dice el propio John C. Reilly, casi se podría considerar como un western freudiano, porque los dos hermanos hablan y hablan, y por el camino salen muchas cosas que no se habían atrevido nunca a decir. Como una especie de psicoanálisis a lomos de un caballo.
Escapando de ellos se encuentra John Morris (Jake Gyllenhaal), detective minucioso e instruido, al que le gusta leer y escribir, desarrollar un pensamiento filosófico y crítico frente a los contratiempos que se encuentra en el camino. Y Warm (Riz Ahmed), el científico que ha encontrado la fórmula para encontrar riquezas escondidas.
A lo largo de esta película tan entretenida como profundamente reflexiva se contraponen dos modelos: el idealismo y el egoísmo. También chocan los nuevos valores de creación frente a la destrucción de un viejo mundo que se tambalea y en el que poco a poco el individualismo va dejando paso a la construcción de una nueva sociedad en la que cada hombre forma parte de un engranaje, de una estructura organizada.
Son estos los aspectos que le interesaba plasmar al espectador, que siempre vio demasiado alejado de sí el halo legendario y mítico del western clásico. Por eso siempre ha preferido las películas crepusculares del Oeste, como las que hizo Arthur Penn en los setenta, como Pequeño gran hombre (1970) o Missouri (1976) o las que se encargaban de dinamitar las reglas del propio género, como Río Bravo (1959), de Howard Hawks o El hombre que mató a Liberty Valance (1962), de John Ford.
Quizás sin pretenderlo, Jacques Audiard ha firmado una de las obras más hermosas y poderosas del género. En ella late la aventura, se dibuja de forma magnífica el paisaje tanto externo como interno de los personajes, nos adentra en las paradojas del ser humano, en sus ambiciones y en sus miserias, pero también en sus sueños y frustraciones en medio de una entorno tan bello e inhóspito como cargado de corrupción moral. También es un emocionante retrato de amor fraterno en el que encontramos tanta delicadeza como crueldad a la hora de describir el elemento masculino en toda su complejidad. Sin duda, una obra realmente impresionante.