VALÈNCIA. Jara, Álex y Miranda son tres adolescentes procedentes de familias pobres o rotas que han crecido en un centro de menores. Las tres quieren celebrar por todo lo alto el cumpleaños de una de ellas asistiendo al concierto de la reina del trap que idolatran, pero necesitan un dinero que no tienen. Para conseguirlo de manera “fácil” y rápida, manipuladas por una ex interna del centro mayor que ellas que trabaja en una red de prostitución de menores, comienzan a tener citas sexuales con adultos en los baños de la estación.
Inspirada en un caso real sucedido en Palma de Mallorca en 2019, esta es la historia que cuenta Las chicas de la estación, la nueva película de Juana Macías, escrita junto a Isa Sánchez y que, tras presentarse en el Festival de San Sebastián el pasado septiembre (dentro de las proyecciones RTVE), llega a los cines españoles este viernes 22 de septiembre, tres días después de la celebración del Día Internacional para la Prevención del Abuso Sexual contra los Niños y Niñas, que desde el año 2000 se celebra cada 19 de noviembre para dar visibilidad a una realidad todavía demasiado latente.
Con sencillez y honestidad, a la búsqueda de cierto tono naturalista o documental (no demasiado novedoso entre cierto cine español con carga social y vocación de denuncia, pero posiblemente eficaz en esa búsqueda, capaz de emocionar y remover algunas conciencias), Macías refleja la dura, vulnerable y cotidiana realidad de estas chicas (de apenas 15 años) que tras golpes y golpes y a pesar de estar internadas en un centro que supuestamente las protege apenas confían en nadie más que ellas mismas.
Precisamente, ahí reside una de las mayores virtudes de la película, en la sinceridad y la falta de pretenciosidad desde la que la directora cuenta las historias de vida de sus protagonistas: su pobreza, su soledad, su desamparo, su desesperanza, su dolor, los desgarros vitales que arrastran, su amistad como lo único a lo que agarrarse. Una sinceridad que en gran parte procede de las actuaciones de Julieta Tobío, Salua Hadra y María Steelman, las tres debutantes que encarnan a las chicas con una espontaneidad, una cercanía, una emoción y una verdad realmente deslumbrantes. También en esas frases que con muy poco, de forma cortante y directa, consiguen decir mucho, como cuando una de las chicas le dice a un niño que acaba de entrar al centro: “No pienses que has hecho nada malo para estar aquí, ¿vale? Hay personas que tienen hijos y son lo peor”.
Otra de las grandes bazas de la película reside también en su capacidad de emocionar, en la fuerza y la magia que la directora logra en algunas secuencias, sobre todo, en esos momentos musicales en los que las protagonistas bailan con alma y desenvoltura al ritmo de La Zowi, o de las raperas Gata Cattana, Kitty110, La Blackie o Yung Beef ; músicas que definen de forma poderosa el mundo en el que viven y se mueven las chicas y a través de las que expresan sus pulsiones de vida y muerte, sus deseos de supervivencia y también todo dolor que arrastran. Tal vez, el mayor problema está en que también, a través de la música (con los temas más lacrimógenos de Ludovico Einaudi), se enfatiza ese tono dramático sin necesidad alguna, cayendo en el sentimentalismo fácil, los clichés y cierto estilo de videoclip.
“En toda España, cientos de menores tuteladas han sido captadas por redes de prostitución sin que la Administración haya tomado medidas para evitarlo. La mayoría de las denuncias por explotación sexual a menores tuteladas están pendientes de juicio o han sido archivadas”, se explica en los créditos.
Las chicas de la estación es una película cruda y emotiva, con alma y sin imposturas, que pone rostro a los abusos de menores tuteladas y los fallos del sistema para evitarlos; una película honesta y con arrojo que logra lo que pretende ser: desde esa vocación de dar visibilidad y denunciar esa realidad latente, reflejar el desamparo de estas chicas, la raíz de su abuso y su falta de protección, y, con ello, cómo operan las redes de prostitución para aprovecharse de su vulnerabilidad. Sin duda, una película que merece la pena ver.