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la nave de los locos / OPINIÓN

Los enemigos del español

Foto: CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

El español dejará de ser la lengua oficial del Estado. Así lo ha decidido el Gobierno reaccionario de izquierdas de común acuerdo con sus socios separatistas. El castellano, un idioma hablado por casi 600 millones de habitantes en el mundo, se arrincona en la enseñanza. Asistimos al suicidio de una nación

30/11/2020 - 

VALÈNCIA. El presidente maniquí y su ministro filósofo nos atiborran cada día de vacunas milagrosas. Desayunamos vacuna, comemos vacuna, merendamos vacuna y cenamos vacuna. Vamos a reventar con tanta vacuna en proyecto. Por no molestar a los señoritos no preguntamos si nos pondrán la vacuna del matrimonio Gates, con o sin microchip, la de Moderna o la de Pfizer, la de los amarillos o la de los rusos. Cualquiera vale como placebo de ciega esperanza. Hasta la OMS dice que ya se ve luz al final del túnel, y si lo dice la OMS es para echarse a temblar. 

“¿Alguien imagina que el Gobierno francés o británico maltratase su idioma como hace el español con el castellano, una lengua hablada por 600 millones de personas?”

Las vacunas son el último conejo que el presidente maniquí se ha sacado de la chistera para distraer a un público que comienza a abroncarlo. Al líder socialista se le agotan los trucos. Mientras se prueba la bata blanca con la que recibirá el primer cargamento de vacunas en el aeródromo de Cuatro Vientos, nosotros seguimos a lo nuestro, a amargarle la fiesta desenmascarando su ineptitud y cobardía al frente de un Gobierno gore, de película de serie B, tal como le hubiera gustado dirigir a Jesús Franco.

Entres sus tropelías, el Ejecutivo reaccionario ha decidido, para contentar a sus socios separatistas, que el castellano no sea lengua vehicular en la enseñanza, lo que de facto ya sucede en Cataluña. Pero también ha dispuesto que el Estado deje de tener el castellano como lengua oficial, tal como obliga la Constitución. Dos disparates antológicos que no encuentran parangón con ningún país del mundo. ¿Alguien imagina que el Gobierno francés o británico maltratase su idioma nacional como hace el español con el castellano, una lengua hablada por casi 600 millones de personas? Esto sólo puede ocurrir en este país maravilloso de mierda que habitamos.

La RAE se opone al Gobierno pinocho 

El Gobierno pinocho se ha atrevido a hacerlo, no sólo por cálculo político para sacar sus Presupuestos sino porque estaba seguro de que no encontraría resistencia a este disparate. Sólo algunos socialistas marginales, periodistas faltos de afecto como un servidor y una institución vetusta y machista como la Real Academia Española se han opuesto a este descomunal despropósito. Los académicos también se plantaron cuando Carmencita Calvo les exigió adaptar la redacción de la Constitución a esa memez del lenguaje inclusivo.

Gabriel Rufián. Foto: EUROPA PRESS/E. Parra. POOL

Si el español apenas tiene hombres y mujeres de calidad que lo defiendan, sus enemigos son, en cambio, muy numerosos. Se pueden clasificar en tres grupos: los militantes, los traidores y los cobardes.

El primer grupo está formado por todos los catetos nacionalistas, sea cual sea su periferia, que militan en el desprecio y el odio al español. En su postura late cierta envidia. Son los nacionalistas de aquí y allá, que consideran el castellano una lengua impuesta en sus territorios, la lengua del Imperio que debe ser tolerada, en el mejor de los casos. Allí donde gobiernan arrinconan el idioma común en los planes de enseñanza, como si se tratara de una lengua extranjera. Cuando los tribunales les quitan la razón se niegan a cumplir las sentencias, sabiéndose intocables frente a un Estado español en descomposición, subastado a precio de saldo.

La última canallada del PSOE

Por lo demás, este primer grupo de odiadores del español es previsible. Se les ve venir desde Prat de la Riba. Sus cartas siempre las han puesto sobre la mesa. Una sola lengua para hacer país, el suyo. Esa es su filosofía. Peores que los nacionalistas son los traidores porque no se manifiestan, en principio, en contra de la lengua común e incluso dicen preservarla, pero los hechos demuestran lo contrario. Son, por ejemplo, los 120 diputados socialistas que votaron, sin rechistar, la ‘ley Celaá’ en el Congreso. Los traicionados son los hijos de las familias trabajadoras que tienen el castellano como lengua materna y a los que se les niega su conocimiento para mejorar posiciones en la vida. Lo que el PSOE ha hecho con ellos es una canallada.

Alberto Núñez Feijóo. Foto: ANA VARELA

Pero en este grupo de traidores también hay espacio para los dirigentes de la derecha que aplican políticas lingüísticas muy parecidas a los nacionalistas cuando llegan al Gobierno. Pienso en el centrista y moderado Feijóo en Galicia y en la señora Català, que facilitó el retroceso del español en la enseñanza valenciana durante sus años como consellera de Educación. Quizá estaba centrada en los recortes. Nunca lo olvidaremos.

La cobardía de algunos intelectuales

Por último, en el grupo de los cobardes están todos los escritores e intelectuales que viven del español y no se atreven a defenderlo por miedo a que los identifiquen con la caspa derechista, o por no enemistarse con el poder progresista que los mima a base de subvenciones y sinecuras. Y así, qué decir del delicado poeta granadino Luis García Montero, hoy director del Instituto Cervantes, que ha declarado que la ‘ley Celaá’ “no va a suponer ningún problema para el español”. ¡Que Dios le conserve la vista al muy cínico! Lo sostiene quien está al frente de una institución encargada de difundir la presencia nuestro idioma por el mundo. Qué decir, también, de la fiera novelista Almudena Grandes, tan combativa en frentes atléticos y tan ausente en repeler los ataques a la lengua de la que come. Esta pareja de viejos comunistas, hoy reconvertidos en una rentable sociedad anónima literaria, es el paradigma del intelectual progresista, que se arruga cuando debe presentar batalla en defensa de lo más preciado de nuestro país, que es su lengua y la cultura que arrastra desde hace siglos.

Luis García Montero. Foto: EDUARDO PARRA/EP

Sería injusto señalar sólo a García Montero y a su mujer Almudena como únicos cobardes por su pasividad en el acoso al español. Se me ocurren otros nombres que, aun a riesgo de equivocarme porque no leo todo lo que se publica, figuran en la lista de los pusilánimes que dan la callada por respuesta ante el plan del Gobierno contra la lengua común. Ahí están Juan José Millás, Javier Cercas, Ignacio Martínez de Pisón, Soledad Puértolas, Julio Llamazares, Luis Landero, Rosa Montero y Mario Vaquerizo, entre otros. Tal vez alguno calle porque acaricia la esperanza de que le toque un premio oficial, sobre todo el Cervantes, que si se lo dieron a Joan Margarit en 2019 se lo pueden otorgar a cualquiera.

Mis felicitaciones a Francisco Brines. En mi celda navideña reeleré El otoño de las rosas.

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