VALÈNCIA. Los diarios de Ingmar Bergman recién publicados por la editorial Nórdica con traducción impecable de Carmen Montes suponen un hito dentro de la literatura cinematográfica. Pocos cineastas como Bergman han suscitado tanto interés al poseer un increíble mundo propio que poseía. Películas como El séptimo sello, Fresas salvajes, Persona, Fanny y Alexander o Sonata de otoño han contribuido a generar una marca de cine europeo que ha sido exportable a todo el mundo.
Estos cuadernos de trabajo ocupan desde el año 1955 hasta el año 1974. Casi dos décadas de trabajo que ahora se compilan en un volumen que comienza con un hermoso prólogo titulado 'Compañero de trabajo' de la escritora sueca Dorthe Nors. Allí se afirma que el film Fanny y Alexander es “lo más extraordinario que he visto en mi vida” y que esa película “es la puerta a un mundo que es una necesidad imperiosa”.
Porque allí dentro, en Fanny y Alexander, se nos describe cómo es ser niño, existir, pero no tal y como exige la realidad exterior, y por eso lo que veo me parece verdadero. Me da miedo el obispo, su compulsión controladora y, después, su cuerpo carbonizado de verdad. Y me encantan los cálidos salones rojos de la abuela, siempre transitados de adultos de lo más extraño.
Y justamente así es el mundo de Bergman. Un universo tan adictivo que no es posible sustraerse del mismo. Sin embargo, Nors ya advierte de un posible obstáculo para determinados lectores, subrayando que “habrá quienes lean el cuaderno de Bergman como la expresión de un genio egocéntrico que no hacía otra cosa que pensar en la misión artística que tenía en esta vida, mientras que sus hijos, sus mujeres y todo el mundo debían arreglárselas como podían”.
¿Es realmente así? Sin duda. Pero también hay espacio -y muy ancho, por cierto- para el humor, la inteligencia, el compromiso. Aquí un ejemplo magnífico:
Cómo demonios conseguir una forma sencilla y limpia para esto. Cómo demonios conseguir que esto sea una película y no un puto trasto. Cómo demonios conseguir que sea entretenida para que la gente quiera ver la dichosa película. Cómo demonios se hace cine.
Estos diarios de trabajo suponen una aproximación a la trastienda del universo de Bergman, a su particular e insólita fábrica de ideas. Las entradas de cada año van precedidas de unos breves fragmentos que ponen el contexto al año. La edición corre a cargo de Jan Holmberg, editor del volumen y director de la Fundación Ingmar Bergman- Así, por ejemplo, 1955 comienza con un Bergman que vive en Malmö e intenta ganarse la vida como director teatral y artístico en el Teatro Nacional. Ya aquí se encontrarán las primeras ideas de filmes como El séptimo sello o El Manantial de la doncella.
En el mes de julio de ese año anota en una entrada lo que será un giro radical en su producción, cuando se pasa de la comedia al drama y convertirse en alguien extraordinario dentro del panorama cinematográfico europeo:
Bibi tiene razón. Ya he hecho bastantes comedias. Ahora tiene que haber otra cosa. No puedo seguir dejándome asustar. Es mejor hacer esto que una mala comedia. El dinero me importa un rábano. Bibi tiene razón.
Esa Bibi, claro está, es Bibi Andersson, la actriz fetiche del cineasta y una de las muchas mujeres a las que amó. Un año más tarde, por ejemplo, dedicada casi todas sus entradas a la semilla de El séptimo sello. Allí ensaya los célebres y contundentes diálogos entre La Muerte y El Caballero, los dos grandes protagonistas de la película. Él mismo se anima durante el proceso de escritura diciéndose que “¡la vida es un tesoro!” y que se trata de “escribir esta película de modo que sea consecuente con tu experiencia, pero también con otro tipo de asquerosidades”. Se percibe una absoluta disciplina de Bergman con su propio trabajo y un agudo sentido de autocrítica: “(...) no pienso dejar nada, nada con lo que no esté del todo satisfecho”.
1957 es el año más fructífero de Bergman: estrenará El séptimo sello y Fresas Salvajes. Además, empezará a pergeñar Fanny y Alexander. Ahí comenzará un debate interno en el autor que quiere trabajar con imágenes (“ininterrumpidamente con imágenes”) pero, al mismo tiempo, está rodando películas basadas en el diálogo y “es facilísimo colocar un diálogo en lugar de una imagen”. Tres años más tarde, en 1960, Bergman tiene nueva compañera sentimental (Käbi Laretei) y todas las entradas del año irán dedicadas a Como en un espejo. 1962 comienza con una peculiar felicitación que Bergman se dedica a sí mismo: “Feliz Año Nuevo, viejo idiota”.
A lo largo del diario, Bergman muestra su particular opinión sobre asuntos tan dispares como la crítica cinematográfica:
“(...) tiene la crítica una gran responsabilidad aunque no se haya analizado a fondo. Para el artista no existe apenas un espectáculo mejor ni más edificante que cuando los jueces del gusto se declaran idiotas unos a otros en público. Entonces más que nunca siente el artista un deseo irrefrenable de armar a base trampas sus obras inmortales”.
El espectador que entiende o no sus películas:
“Y me la trae al fresco si la gente lo entiendo o no. ¿Hago mal?”
Hay una contradicción intrínseca en esta reflexión: ¿le trae al fresco pero se pregunta si hace mal? Esas incertidumbres se agradecen: la capacidad de duda constituye la esencia de este hombre lúcido.
Otro de los años peculiares es 1965, cuando Bergman se encuentra en un pésimo estado físico y psíquico e ingresa en un hospital. Confiesa que está deprimido y lleno de dudas:
12.4.65
Agobio y tristeza y llanto que alternan con violentos estallidos de alegría. Una hipersensibilidad en las manos. La frente ancha, la severidad en los ojos que indagan y la suavidad infantil de la boca. Qué es lo que quiero con esto. Pues sí, quiero empezar desde el principio.
Y sí, algo comienza de nuevo. Ese verano rodará Persona, uno de sus filmes más inquietantes y perturbadores. 1968 será el año más político. Bergman anotará sus impresiones sobre la guerra del Vietnam, el asesinato de Luther King, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos: “Yo creo que el ser humano tiene algo sagrado en sí mismo, no en relación con nada extraterrenal. Es como una instalación de experiencias, recuerdos y sueños”.
Conforme avanzan las experiencias vitales y profesionales, Bergman se va llenando de miedo. Así, la última entrada de este primer volumen de diarios (habrá otro que recoja sus entradas hasta 2001, fecha de su muerte) habla de un temor indecible:
“(...) estoy lleno de desgana y tedio. Al mismo tiempo sé que un gran porcentaje ese tedio procede de las dificultades de la puesta en marcha. El miedo a las personas. El miedo a que no salga bien. El miedo a vivir, a moverme incluso. Así de mal se pueden poner las cosas. El miedo a la muerte”.