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Londres 1977: Cuando el fútbol y la música lo eran todo para un adolescente británico

Cuando aparecieron los Sex Pistols, bandas de monárquicos agredieron a Johnny Rotten en menos de cinco días. Intentaron acuchillarlos. Eran solo canciones, pero eran peligrosas, sus provocaciones eran recibidas como tales. Un single se prohibió. Tony Fletcher tenía 13 años cuando todo esto sucedía y se unió a la oleada editando el fanzine Jamming. Ahora, en su biografía Boy about town recuerda aquel 77 en el que inició esa odisea de la que alguno sale trasquilado que consiste en atravesar la adolescencia. 

26/04/2021 - 

VALÈNCIA. Los aullidos apocalípticos ante la posibilidad de que le pase algo al fútbol sin que nadie lo salve han venido a rematar la noticia de que al público joven no le interesan los grupos de música. Ni escucharlos ni formarlos. Por mucho que nos llevemos las manos a la cabeza, va a dar igual. Además, en el caso que nos ocupa hoy, el de la música, la Generación Z está más interesada en ella que los millennials. Lo que pasa es que no tiene por qué hacerlo en su formato y presentación clásicos. La era de los grupos puede que esté tocando a su fin.

No hay que engañarse, esos tiempos llegaron por el disco. La industria del disco, esa tecnología, es la que configuró la oferta y la demanda y, por tanto, al consumidor. Hoy, con otra tecnología, saldrá otra cosa. Para los que vivimos la época analógica, lo que sí está claro es que solo nos quedan nuestros respectivos Cine de Barrio. La nostalgia. Boy about town (Chelsea, 2020) es una de esos casos y una de esas obras que dejan huella en todo aquel que no solo pasó por la adolescencia, sino que además fue adolescente.

Soy de la generación X y no me sumé al grunge ni al indie, pero me gustaba mucho la música así que no tardé en acabar rebuscando en las cubetas de las tiendas de discos de segunda mano. Antes de Internet, eran la puerta a otros planetas. Solo viendo las fotos de los grupos ya te podías echar horas. Yo muchos me los compraba o por las pintas de los músicos o por la portada, sin saber ni a qué sonaban. Tenía poco dinero y en lugar de revistas, prefería gastar en discos. Era un desgraciado dando palos de ciego, sí, pero ahora lo recuerdo y las emociones que experimenté fueron únicas. Era un parque de atracciones aquella existencia andrajosa que llevaba. Aquí, al leer sobre la infancia, que no adolescencia, de Tony Fletcher en los años setenta, no puedo sentirme más identificado con él. También tuvo el mismo punto de partida, los discos de los Beatles que había dejado su padre atrás.

No obstante, por su cuenta, siendo niño, Fletcher empezó con David Cassidy. Su canción Could it be forever le resultó totalmente empalagosa, pero se sintió extrañamente atraído por el cantante. Concretamente, "por su rostro femenino, un frágil símbolo de ternura masculina". Además, "si se parecía tanto a una chica y aun así era tan famoso, algún día yo también podría llegar a serlo". Tenía problemas de sobrepeso y era emocionalmente inestable. Por supuesto, el single de Cassidy lo había cogido prácticamente a voleo animado por su madre, al ver que le gustaba la música pop, que se convirtió en su única afición, aparte de apuntar en una libreta las cifras de asistencia a los partidos de fútbol.

A los pocos meses, que en esas épocas son periodos de tiempo muy largos, descubrió a Alice Cooper y pasó página enseguida. A partir de ahí, ya se dio cuenta de que había una moda, el glam, que ya era toda una escena, con grupos como Sweet, Slade y personajes como Suzi Quatro, Alvin Stardust o Gary Glitter pastoreando al personal.

¿A quién le importaban las bombas que el IRA hacía estallar en otras zonas de Londres, la semana laboral de tres días, las huelgas de los mineros y estibadores y ferroviarios, los cortes de electricidad rutinarios que nos obligaban a cenar a la luz de las velas un par de noches por semana? Lo que importaba era I love me you love me love y Good love can never day. Era un momento fantástico para vivir. 

Al mismo tiempo, descubría el estadio del Crystal Palace. En aquella época, según recuerda, la acción estaba más en las gradas en lugar de en las localidades de sentado. Ir a ver el fútbol era una liturgia completa. Entraba horas antes, cogía sitio, se leía el programa de la primera a  la última página, veía el partido y se volvía a casa andando cinco kilómetros. Si podía, se metía algún viaje para ver un partido fuera de casa. La emoción extra era que en esos días se decía que la modelo Fiona Richmond bajaba a los vestuarios del equipo. No es difícil identificarse con un chaval que sigue a un club que no gana y que encima tiene que aguantar a los matones de la clase.

La madurez le llegó pronto. Toda la escena glam se quedó en primaria, recuerda. No puedo dejar de encontrarle una equivalencia a Los inhumanos en los ochenta, que causaban sensación... en EGB. Él explica un fenómeno semejante, esa escena glam estaba bastante enfocada al público infantil. Empezó a ver discos de Yes y pensó que con esas portadas y la duración de esas canciones, tenía que haber mucho arte en ellas. Lo mismo con los solos de John Bonham. En aquel momento, además, todo hogar de clase media tenía una copia de The dark side of the moon de Pink Floyd. Sus amigos componían operas rock en honor al Che Guevara. Aunque entre tanta presuntuosidad también había propuestas memorables. Él descubrió a los Who, que le atraían al ver que había habido un movimiento antes del glam y de los hippies, cosa de la que no tenía ni idea, o Queen, de los que destaca que su música siempre transmitía buen humor. Puede que de ahí vengan sus haters.

Cuando iba a los conciertos no conocía a todos los grupos que salían, luego tenía que cotejar con las revistas. Hasta que un día en su escuela no se hablaba de otra cosa, habían salido unos por televisión que no paraban de decir "joder". Esa palabra nunca antes se había pronunciado por televisión en Gran Bretaña. La prensa tituló "La obscenidad y la furia" al día siguiente. Ese grupo tenía una gira programada que fue cancelada inmediatamente. "Los ayuntamientos y el clero debían de pensar que, si permitían que el grupo subiera al escenario, serían capaces de... bueno, nadie estaba seguro de lo que no serían capaces de hacer".

Paul McCartney y Pink Floyd se negaron a compartir sello discográfico con ellos y les echaron de EMI. Eran los Sex Pistols. La avanzadilla de algo, recuerda Fletcher confuso en aquel momento, que parecía un movimiento. Se empezaba a hablar de Los Ramones y grupos como Dr. Feelgood y Eddie and the Hot Rods reivindicaban el pub rock y un regreso a los 50. Las primeras discordias aparecían entre quienes proclamaban que cuando esos grupos tuviesen consideración por sus instrumentos ellos tendrían consideración con ellos.

The Clash, inicialmente, le daban miedo al autor. Parecían tipos peligrosos. Su canción de que ya no era el tiempo de Elvis, los Beatles o los Rolling Stones levantó mucha polvareda entre la chavalería. Sin ellos no habría habido Clash ¿cómo se atrevían a negarlos? Los críos se pasaban horas hablando de estas comparaciones y entrenándose para el noble, y desparecido, ejercicio de la crítica. En una época en la que los discos eran caros, o al menos costaban dinero, era necesario tener en cuenta cualquier opinión para guiarse. No te podías permitir equivocarte. A maravillas como los Damned no sabía cómo aproximarse. Parecían "una especie de dibujos animados que nadie se tomaba en serio. Ni siquiera ellos mismos". Y cuando llegó a The Jam, vio la luz. El párrafo en el que cuenta cómo no le gustaba All around the world, pero no podía parar de ponerla sin saber por qué, hasta que llegó a ser consciente de forma súbita de que aquello era lo más, es alta literatura. Las malas influencias de la música ya le habían abducido.

A partir de ahí, empezó su aludido fanzine y llegó a relacionarse con muchos de estos artistas y también con los consagrados, como Keith Moon, del que escribió la biografía Moon: the life and death of a rock legend. La Inglaterra que retrata tiene mucho que ver con el mundo actual. Siguen los ajustes económicos, en estas fechas fueron brutales; vuelve la ultraderecha, entonces tenían en Frente Nacional, y las culturas populares, adolescentes y juveniles tenían sus circuitos comerciales, pero también un amplio margen de maniobra underground. El cuadro lo completa, cómo no, el sexo y las drogas.

 Todo lo que ocurrió entre 1977 y 1981, donde acaban sus memorias, ha dado de sí durante años e incluso hoy los grupos siguen yendo y viniendo a aquellos días. Lo bueno es descubrir que todo aquello era un saco de pirañas. A los Fall se les criticaba por elitistas, a los Jam por demasiado técnicos, a los Clash por estar obsesionados con Estados Unidos. Eso sí, en el fanzine de Fletcher cabían todos los estilos. Es algo que demuestra una inteligencia natural. En la época analógica había pocas cosas más estimulantes que un tocadiscos, pero además de ahí emanaba la identidad de una persona. Era completamente absurdo, pero hoy la identidad de las personas sigue siendo igual de sagrada.

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