MADRID. Los superhéroes también se hacen mayores. Y con ellos, las franquicias a las que pertenecen. Puede que sus responsables intenten exprimirlas al máximo, sacarles todo el jugo posible, pero en el fondo saben que su tiempo ha pasado y que en algún momento tendrán que dejarlas morir.
Eso es lo que ha debido pensar Hugh Jackman a la hora de decir adiós al personaje más icónico que ha interpretado a lo largo de su carrera, el mutante Lobezno, el más salvaje e indómito de toda esa troupe de criaturas con poderes especiales reunidas alrededor de la figura del profesor Charles Xavier, que en el año 2000 Bryan Singer se encargó de reunir para llevar a la pantalla a partir de las páginas de los míticos cómics de la factoría Marvel.
A punto de cumplir 50 años y tras pasar varias veces por el quirófano para hacer frente a un cáncer de piel, el actor australiano ha decidido poner punto y final a su participación en una franquicia para la que ha rodado nueve películas, tres de ellas dedicadas íntegramente a su personaje. Alcanzar la forma física que requiere Lobezno supone un esfuerzo cada vez más costoso. Además, el inevitable envejecimiento del actor empieza a provocar anacronismos algo extraños, como el ocurrido en su breve participación en X-Men: Apocalypsis y su encuentro con una joven Jean Grey.
Quizás por eso en su última aparición, nos encontramos con un Lobezno ya definitivamente marchito, enfermo y con sus poderes visiblemente mermados. Enganchado al alcohol para poder soportar sus dolores, bebe compulsivamente como medio para canalizar toda esa furia contenida y aplastada por el peso de los traumas y el sentimiento de culpa que ha ido acumulando con el paso de los años.
El director James Mangold ha intentado imprimir a esta última aventura un tono crepuscular, casi a modo de réquiem para captar la esencia más sensible y humana de un puñado de personajes cuya misión en el mundo parece haber acabado. De los viejos tiempos solo queda Logan, Caliban y el profesor Xavier, víctima también de un trastorno degenerativo que afecta a su capacidad mental provocándole ataques tan peligrosos tanto para él mismo como para aquellos que le rodean. Los tres viven retirados, casi en la más absoluta clandestinidad, más apartados de la humanidad que nunca, y ya sin fuerzas para seguir luchando por integrarse dentro de la sociedad que nunca los ha querido. Su lucha parece haber finalizado. O al menos eso piensan, hasta que descubran que una empresa de armamento ha clonado su ADN para crear mutantes con el propósito de experimentar con sus poderes y convertirlos en armas al servicio de la guerra. Uno de ellos es una niña con garras de adanantium creada a imagen y semejanza de su padre… que no es otro que Lobezno.
Es quizás una de las películas de superhéroes con menos épica de la historia
En realidad, Mangold parece haber configurado la película en torno al tema de las relaciones paterno-filiales alrededor de la figura de Logan. Por una parte, éste se convertirá en el hijo que nunca tuvo Charles Xavier y se hará cargo de él cuando ya no pueda valerse por sí mismo. Los vínculos emocionales que siempre habían estado presentes entre ellos se harán más fuertes en esta última etapa de sus vidas. Al mismo tiempo, Logan también tendrá que afrontar de qué manera su legado permanecerá vivo a través de su hija y de cómo su estirpe todavía puede adquirir un nuevo sentido cuando ya parecía haberlo dado todo por perdido.
Logan está planteada como una road movie con aspecto de western (las referencias a Sin perdón son evidentes, también a Raíces profundas) que gira alrededor de tres outsiders que intentan escapar de su destino. Su crudeza estética se hace patente desde las primeras secuencias y se torna todavía más oscura a medida que vamos avanzando en una narración que no ofrece a los personajes demasiadas opciones de salida. Es quizás una de las películas de superhéroes con menos épica de la historia. No se apela al sentido de la maravilla para contar sus acciones.
Todo es mortecino y tortuoso. Incluso la trama parece contaminarse de esa sensación agónica que impregna al personaje de Logan durante todo su particular Via Crucis final, dándole la vuelta a la percepción del mito y aportándole una dimensión trágica de una enorme potencia expresiva. Mangold imprime a las escenas de acción una violencia muy física y visceral, casi rabiosa, alejándose totalmente de los esquemas más blancos y convencionales de este tipo de producciones que intentan satisfacer las necesidades de la mayor cantidad de público posible.
Resulta también especialmente reveladora la manera en la que se aborda el discurso sobre la exclusión social y la diferencia que sufren los mutantes, sobre todo ahora que estamos instalados en la era Trump. Por eso la película se sitúa en los márgenes de los Estados Unidos, en las fronteras entre México y Canadá, los únicos lugares en los que se refugian los personajes, como si el resto del país estuviera vetado para ellos.
Puede que no tenga mucho mérito que Logan sea la mejor película de todas las que se han hecho alrededor del personaje. No era difícil alcanzar ese estatus, sobre todo si tenemos en cuenta los batacazos comerciales y artísticos de X-Men Orígenes: Lobezno (2009) y Lobezno inmortal (2013). Al menos constituye un epílogo más que digno al que sin duda será siempre el más carismático de toda la pandilla mutante y casi podríamos decir de toda la cosmogonía superheróica que puebla nuestro imaginario. Y todo gracias a un actor, Hugh Jackman, que ha consagrado su carrera artística a un personaje que ha defendido hasta el final con garras y dientes.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz