DE ESCIF A IRENE MÁRQUEZ

Lecturas para ¿curar? la turismofobia

La mirada crítica hacia la figura del turista y fenómenos asociados como la gentrificación ha dado lugar a un reguero de artículos periodísticos, ensayos, poemas, viñetas satíricas y obras de denuncia de artistas callejeros. Estas son algunas de ellas

25/07/2019 - 

VALÈNCIA. Advertencia: este artículo puede herir su sensibilidad. En primer lugar, porque ya sea de forma íntima y subrepticia o iracunda y frontal, a todos nos irritan un poquito los turistas. La mala noticia es que nosotros también entramos en ese saco. Así que tratamos aquí una cuestión peliaguda; un uróboro moral que nos sitúa cíclicamente entre la posición simbólica del colono y la del indígena. No es necesariamente más desquiciante el guiri que se come una “paella” plastificada en la terraza de una franquicia que el mochilero occidental que se embucha la Lonely Planet y se “aventura” a visitar los antiguos centros de tortura de los jemeres rojos en Camboya “con el corazón en un puño y los ojos llenos de lágrimas”. Nos enfadan muchísimo las vociferantes hordas de borrachos que no nos dejan dormir por las noches; nos avergüenza la estupidez suicida de los adolescentes del balconing de Magaluf; nos indignan los procesos de gentrificación derivados de la turistificación del centro de las ciudades. Pero, ¿acaso es muy diferente de lo que hacen muchos españoles cuando salen de fiesta por el centro de Bangkok? ¿Es acaso más espiritual una rave en Goa que una orgía de chupitos en Salou? Nos cuesta admitirlo, pero son las dos caras de la misma moneda. Y así vamos rodando y rodando hacia el desfiladero de nuestras contradicciones, que afortunadamente también son objeto de análisis y o creaciones satíricas.

Como la del grafitero valenciano Escif, que hace unos años estampaba en un muro de la calle Guillém de Castro una pieza en la que equiparaba a los turistas con ratas y cucharachas. “València, como tantas otras ciudades, está sufriendo las consecuencias de la turistificación de algunos barrios. Son muchos los turistas exprés que llegan en manadas a consumir la ciudad; devorando, engullendo, defecando y huyendo velozmente del escenario del crimen”, comenta el autor a través de su web, Street Against. “Igual que está sucediendo en otros sectores -añade-, la cultura de barrio menosprecia a los habitantes locales, seducida por la aparente rentabilidad de un turismo creciente. Pan para hoy, hambre para mañana”. 

La mirada caníbal

El término turismofobia fue declarado el año pasado como “neologismo válido” por la Fundación del Español Urgente (Fundeu). Pero las raíces que explican esta “aversión” no son nuevas. En su ensayo de 1999 Turismo: La mirada caníbalel filósofo Santiago Alba Rico ya reflexionaba acerca de las raíces profundas y las consecuencias palpables del fenómeno turístico, estableciendo una comparación entre el turista y el migrante. Llamaba la atención sobre el hecho de que cada año “mueren en todo el mundo miles de inmigrantes, negros o tiznados, tratando de pasar la frontera entre la inexistencia y la esclavitud (…). En dirección contraria, mientras tanto, 80 millones de vuelos al año trasladan a 600 millones de turistas a los que nadie puede detener porque no hay fronteras ni vallas ni fusiles que puedan detener —o al menos limitar— el flujo impersonal de los consumidores”. 

En opinión de Alba Rico, “el turismo de masas es acuñador de una mirada homogénea entregada al consumo industrial de paisajes, monumentos y cuerpos (…). Egipto tiene que parecerse al de la Exposición Universal; Bali tiene que parecerse al de El Corte Inglés; El país entero tiene que posar y habrá que obligarlo a acomodar su economía, a transformar sus infraestructuras, a reorganizar su comercio, a disolver sus cimientos y momificar sus superficies, a poner el agua, el espacio, los hombres a disposición de la Imagen Verdadera que los turistas han visto ya mil veces y quieren confirmar sobre el terreno”. 

“Para los turistas, todos los nativos son iguales (ingenuos, astutos, interesados, simples, sexualmente amenazadores) y para los nativos, a su vez, todos los turistas son iguales (ricos, envidiables, displicentes, ignorantes, un poco infantiles, lícitamente explotables)”, añadía el pensador en este texto, en el que avanzaban muchas ideas que vemos también recogidas en Jodidos Turistas, una pequeña compilación de artículos de diferentes autores, publicada por la editorial valenciana Antipersona en 2017. “Nos reímos de los turistas, pero ansiamos convertirnos en ellos -reza el prólogo del libro-. Maldecimos entre dientes mientras hacemos las camas de sus hoteles, pero ahorramos para que otros hagan la nuestra”. “Detrás de los anuncios de viajes asoma siempre la idea de que nuestro día a día es algo que bien merece una “escapada” -leemos-, en una muestra de que el capitalismo es capaz incluso de rentabilizar la conciencia de que el mundo que ha creado es difícilmente soportable”. “La única condición, eso sí, es que al cierre de este higiénico paréntesis volvamos más frescos a la tensión del trabajo”. Touché.


Más que dedicarse a despotricar sobre las típicas familias británicas abrasadas por el sol que se pasean en carrito por Benidorm a pesar de gozar de perfecta salud en las piernas -cosa muy irritante también-, en Jodidos Turistas se contraponen los argumentos que defienden esta industria como un pilar fundamental del desarrollo económico. En lugar de entenderlo como ese “placer inocente en el que todos ganan”, se sacan a relucir los problemas derivados de la explotación intensiva de los recursos de los destinos turísticos, un proceso que en muchos casos “implica el desplazamiento forzado de los pobladores originarios y la aculturación de muchos lugares”.

Se hace especial alusión a ese turismo exótico que invocan aquellos que quieren “encontrarse a sí mismos” o reencontrarse con paraísos de naturaleza salvaje, en lo que no deja de ser una búsqueda parasitaria -y fútil- de autenticidad a golpe de cartera. 

Sin salirnos del género ensayístico podemos citar también otras lecturas como Exceso de equipaje: Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo, publicado el año pasado por Pedro Bravo en la editorial Debate. “En todo el mundo, no solo en España, han surgido voces críticas y se han organizado protestas; la gente rechaza ver cómo su vida recibe el impacto de un negocio al que parece que se le permite todo. Un negocio que cambia, crece y se extiende a toda velocidad gracias a la tecnología y a las contradicciones de los territorios que lo sufren sin dejar de potenciarlo -apunta el prólogo-. El turismo genera empleo, pero este es precario y estacional. El turismo aporta músculo a la macroeconomía, pero afecta cada vez más al mercado de la vivienda. El turismo es una oportunidad para el encuentro, pero puede devenir en invasión. Y, sí, es muy contaminante”.

Pongámosle sentido del humor

Los procesos de gentrificación de los barrios céntricos de las ciudades explican en gran parte por qué la turismofobia está de repente en boca de todos. La subida dramática y obscena de los alquileres derivada de la eclosión de los apartamentos turísticos ha afilado los lápices de muchas dibujantes satíricas como Irene Márquez, colaboradora habitual de la revista El Jueves. Ella conoce bien el percal, puesto que tiene su residencia en Granada. “No soy ninguna experta, pero en general creo que el turismo masivo repercute negativamente a los habitantes de la ciudad. Yo tuve que mudarme a un barrio más alejado, porque el centro estaba imposible. Y cuando llegué a mi nuevo barrio me di cuenta de que mucha más gente se estaba mudando ahí. Se nota lo difícil que es encontrar piso en un barrio puramente residencial. Por otro lado, a pesar de que Granada es una ciudad cuyos principales ingresos vienen del turismo y el sector servicios en general, también son frecuentes las protestas por ejemplo en el gremio de la hostelería, donde las condiciones laborales son abusivas en la mayor parte de los casos”.


Hace tres años, el escritor Pedro Mateo publicó en la editorial Poesía Fractal un pequeño librito lleno de musicalidad y mala leche llamado Funeral Tropical. Con Benidorm y el Miami más hortera como telón de fondo imaginario, nos regalaba imágenes hilarantes como aquella mayonesa “que arde sobre la ensaladilla familiar. Y bajo la sombrilla, una conga de colmillos”. En su cabeza, las playas se convierten en “mega-terrarios de hamacas, sombrillas y colillas”.  “Es muy divertido dinamitar cosas que están muy amuralladas socialmente -comentaba entonces el autor a Culturplaza-. Me llama mucho la atención todo ese paisaje humano tostándose al sol sin hacer nada, con demasiado tiempo para pensar. Las playas parecen homogéneas desde lejos, pero si te acercas lo suficiente encuentras muchas situaciones escabrosas. Un poco como en las películas de Alfredo Landa de los años sesenta: padres propinando bofetones a los hijos, discusiones por no encontrar sitio para comer paella... Son espacios de microestrés”.

Otra recomendable lectura para aprender a reírnos de nosotros mismos es El antropólogo inocente, escrito por Nigel Barley en 1983. No nos habla de turismo exactamente, pero sí de cómo nos comportamos los occidentales cuando visitamos destinos lejanos y supuestamente involucionados. El autor, doctorado en antropología en Oxford, se dedicó durante dos de años al estudio de una tribu poco conocida del Camerún. Barley se instaló en una choza de barro con la intención de investigar las costumbres y creencias del pueblo dowayo. Conocía la teoría del trabajo de campo, pero, como descubrió enseguida, ésta no tomaba en consideración la escurridiza naturaleza de la sociedad dowayo, que se resistía a amoldarse a norma alguna. “En esta crónica del primer año que pasó en África, Nigel Barley –tras sobrevivir al aburrimiento y a desastres, enfermedades y hostilidades varias– nos ofrece una introducción decididamente irreverente a la vida de un antropólogo social”.

Y por último, otro clásico: la Guía para viajeros inocentes escrita por Mark Twain en 1869 y publicada por primera vez en castellano en el año 2010 de la mano de Ediciones del Viento. El libro relata uno de los primeros viajes organizados de la historia a bordo del espacioso vapor Quaker City, que salió de Nueva York en 1867 hacia Tierra Santa. Twain, que por aquel entonces era todavía un desconocido en el mundo literario, formaba parte de aquella comitiva. Su crónica del viaje es una divertida mirada hacia la ingenuidad, la ridiculez y la fragilidad de la condición humana cuando se adentra en lo desconocido (habitualmente con los aires de superioridad de quien cree proceder de un mundo mejor y más evolucionado).


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