ALICANTE. En la medianoche del 31 de diciembre, se consumirán en España unos 2 millones de kilos de uva alicantina. Esto significa que dos de cada tres uvas ingeridas durante las campanadas tendrán el sello de la Denominación de Origen Protegida de Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó, una ratio que se mantiene estable porque, aunque la producción haya disminuido de 45 a 40 millones de kilos con respecto al año anterior, la buena climatología y el funcionamiento óptimo de los mercados han permitido que la comercialización aumente casi un 10 %.
La entidad agraria cierra así un 2020 atípico pero favorable para el sector, después de un 2019 golpeado por la DANA. El año pasado, las condiciones meteorológicas adversas durante el mes de septiembre arrasaron con una parte importante de la producción y causaron daños en otra. Estos perjuicios, según la directora de la DOP, Beatriz Rocamora, “provocaron que, para sacar un kilo de uva limpia, hubiese que invertir muchas horas de trabajo —lo que incrementaba muchísimo los costes de producción— y que hubiera demasiadas mermas”. En consecuencia, explica Rocamora, una gran cantidad de la producción no se pudo comercializar.
Durante 2020, sin embargo, “la climatología ha sido buena porque no ha llovido en la época de recolección”, celebra la directora. Salvo excepciones, la uva se ha podido cortar con normalidad, lo que ha favorecido que, “en los mercados, no se amontone la producción”. Además, asegura Rocamora, se ha observado un aumento de la demanda interna, lo que refleja que el consumidor se ha preocupado por buscar uva de la zona. “Sin ser una locura —porque la comercialización ha aumentado entre un 9 y un 10 % con respecto a 2019—, es una tendencia positiva si se confirma de cara a campañas siguientes”, manifiesta optimista y con la esperanza de que este sea el agradecimiento a un sector agroalimentario que, incluso en pleno confinamiento, ha garantizado el abastecimiento de la población y el mantenimiento de la cadena de valor.
De toda la producción registrada en la DOP, el 60 % se queda en el mercado nacional y el 40 % restante se exporta, principalmente, a la Unión Europea. Así lo expone Beatriz Rocamora, que señala a Francia y Alemania como dos de los principales países consumidores, y a Canadá y Sudáfrica como ejemplos de destinos extracomunitarios. No obstante, estos últimos “no son tan representativos como el conjunto europeo”, confiesa. De las uvas que se compran en España, la variedad aledo es la elegida para dar la bienvenida al nuevo año, y constituye la mitad de la producción inscrita en la DOP del Vinalopó: unos 20 millones de kilos anuales. En una Nochevieja sin restaurantes ni discotecas, los envases habituales sustituirán a los cotillones, pero no se esperan diferencias de ventas en comparación con años anteriores.
Teniendo en cuenta que el de la producción agraria es un sector esencial, el confinamiento no comportó su paralización. A pesar de no estar comercializando y aunque no eran meses de mucha actividad, se pudo trabajar con normalidad en las labores de campo como el abonado y la poda. “En ese sentido, no nos vimos tan afectados como otros”, reconoce Rocamora. Además, el hecho de que la uva de mesa —a diferencia de productos como el vino o la carne— vaya destinada, mayoritariamente, a mercados y supermercados y no tanto a la hostelería, también ha suavizado el impacto de la pandemia.
En cualquier caso, la crisis sanitaria no ha pasado desapercibida para los agricultores, quienes, en palabras de la directora de la DOP, “han tenido que hacer una inversión muy importante para adaptarse a las medidas de seguridad impuestas”. Esto se ha traducido, sobre todo, en la necesidad de trabajar por turnos, reducir el aforo de los almacenes o disponer de más vehículos para el transporte de los trabajadores en el campo. Medidas que, según Rocamora, habrían resultado dramáticas para el sector si hubieran coincidido con una mala cosecha como la de 2019.
A las dificultades coyunturales, cabe sumar las arraigadas en el tiempo. La principal, avala Beatriz Rocamora, es el empeoramiento del seguro agrario, un respaldo indispensable para un cultivo tan dependiente de la climatología. “Si tiene las coberturas cada vez más bajas y la prima es cada vez más alta, llega un momento en el que el riesgo que cubre el seguro no compensa a los agricultores y prefieren correrlo ellos mismos que gastarse el dinero en contratarlo”, explica la representante de la entidad. Considerando que el sistema de seguros en España es público-privado, Rocamora exige la actuación tanto de las aseguradoras como de las administraciones para revertir la situación: “Como no se equilibren las fuerzas en ese tándem, los perjudicados serán siempre los productores”.
Asimismo, al sector le preocupa la incertidumbre en la disponibilidad de recursos hídricos. Los trabajadores y los propietarios de viñedos de la comarca continúan sin saber con seguridad cuándo van a tener agua y a qué precio, con el añadido de que el trasvase Júcar-Vinalopó no acaba de confirmarse. De esta forma, lamenta Rocamora, los agricultores no pueden decidir con certeza qué plantaciones pondrán en producción y cuáles no. “Tienen que ir jugando a los dados. Hay muchos factores que no dependen de ellos, pero si los que tienen solución porque no son azarosos no se resuelven, se les sigue complicando la vida”, critica la dirigente de la DOP.
Además de estas cuestiones fundamentales, destacan otras no menos relevantes. Una de ellas es el problema del relevo generacional, puesto que, en palabras de Beatriz Rocamora, “si no acaba de salir adelante la economía del sector, la gente lo abandona y no se mantienen las producciones”. Otra es la necesidad de identificar el producto y diferenciarlo de la competencia extranjera en un momento en el que está empezando a entrar uva aledo de terceros países, cuyas exigencias de producción son inferiores a las de la alicantina.
Con la finalidad de evitar confusiones, la directora de la Denominación de Origen Protegida de la Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó recuerda que, para reconocer la uva autóctona, el cliente debe fijarse en los sellos de la DOP, puesto que son los que garantizan que “ha sido cultivada con el embolsado y bajo los estándares de calidad marcados”. Así, certifica Rocamora, en la última noche del año o en cualquier otra fecha, “no habrá fraudes, sino certeza y seguridad, tanto para el consumidor como para el sector”.