Un documental francés recupera fragmentos de entrevistas de Frank Zappa, una mente brillante que criticó con saña toda su vida a los enemigos de la libertad, empezando por su propio país, los Estados Unidos
VALENCIA. Es una de las primeras frases que dice en el documental: "No se puede conocer a nadie a través de una entrevista, es algo que está a dos pasos de la inquisición". Y sin embargo, Thorsten Schütte, el director de "Eat that question: Frank Zappa in his own words", se ha dedicado a reunir las entrevistas más significativas del artista para trazar un perfil. El resultado está muy bien.
No son pocos los amantes de la música rock a los que no les gusta Frank Zappa porque difícilmente pueda haber una propuesta musical más cerebral que la suya. No obstante, es complicado encontrar a un melómano al que le caiga mal Zappa porque pocos espíritus más libres que él habrá habido. Y además, preclaros.
La prueba palmaria, algunas de sus opiniones expresadas en los años 70, 80 y 90 que en el siglo XXI, lejos de convertirse palabrejas acartonadas y discursos rancios -como nos pasará a todos y como ya le ocurre a muchos sin necesidad de paso del tiempo- son de una actualidad insultante. En el montaje del documental vemos a un hombre que se define como un americano muy contento con serlo, padre de familia con cuatro hijos, su hipoteca y que pagaba todos sus impuestos. Por eso, se quejaba, constantemente le calumniaban, porque ante todo lo que se trataba de impedir es que alguien como él compartiera sus puntos de vista. Estos ya no eran los dominantes.
Presumen de no haberse casado con ninguna organización jamás. Ni con partidos, ni sindicatos, ni con el papa. Explica que el Partido Comunista Francés intentó que tocara en su fiesta anual un sinfín de ocasiones, ofreciéndole dinero por ello, pero siempre rehusó. ¿Por qué?: "Porque odio a esa gente, no me gustan, hago música para los amantes de la música".
No le gustaban los comunistas. En Berlín, en un concierto, unos radicales que iban gritando "Ho Chi Min" le pidieron ayuda para ir a prenderle fuego a una base de los aliados, entonces ocupando la República Federal Alemana. Él se negó e intentaron boicotearle el concierto. Les llamó fascistas. Para él había fascismo también en la izquierda, americana o alemana.
Pero el capitalismo no le hacía ninguna gracia tampoco. Y menos aún la deriva de deserción del estado de todos los órdenes de la vida para dar paso al afán de lucro. No le publicaron un artículo en Newsweek sobre el fenómeno y lo recita en este documental, dice: "nuestra nación escogió un mal modo de vida, todo lo que elige hacer es erróneo a causa de la oportunidad económica. Tenemos tendencia a creer cuando dicen que reducir el presupuesto nos lleva a la salvación, que nos bastará con reducir el presupuesto de algo, y que todo irá bien, es falso y no nos importa nuestra calidad de vida".
Su país le parecía de chufla en muchos aspectos. Aquí dice que los estadounidenses se diferencian del resto del mundo porque son "jodidamente estúpidos". Consideraba que incluso debían ser un hazmerreír: "en política exterior queremos ser poderosos, pero deben burlarse de nosotros, porque no somos nada. Culturalmente no somos nada, solo interesamos por el resultado financiero". Para rematar: "Un país que no invierte en cultura no debe existir".
Al final le vemos en un viaje a Praga tras la caída del comunismo. Se felicita de dejar de estar prohibido y firma unos contratos para que su música pueda por fin ser distribuida legalmente. También da las felicidades a los ciudadanos por su "éxito político" y aparece junto a checoslovacos a los que la policía había detenido e interrogado por hacer alguna versión de Zappa en un concierto.
La parte más divertida es la referida a la estúpida etiqueta que los estadounidenses empezaron a colocar en los discos a partir de los 80, cuando Tipper Gore, esposa del célebre autor de documentales de género "Vamos todos a morir", inició una campaña para diferenciar qué música podían escuchar los peques de la casa y cuál no.
Hay momentos que cuesta creer que fueran grabados en nuestro planeta. En los debates previos aparecen estas señoras biempensantes pidiendo, la senadora Hawkings en concreto, explicaciones por la portada del Pyromania de Def Leppard ¿Acaso no incita a quemar casas?, dice. O la calificación de Wendy O Williams como porn rock (¿?)
Una de ellas se enfrasca en un debate con Zappa sobre si los juguetes tienen la edad marcada por qué no pueden tenerlo los discos. En otro encuentro en el programa Crossfire, un caballero le dice que las familias están siendo atacadas por las letras.
Zappa contesta: "El mayor peligro para América no es el comunismo, es acabar siendo una teocracia fascista, todo lo que hace la administración Reagan nos lleva a eso". Ya antes había tenido problemas por decir "sujetador" en una letra, por ejemplo. Incluso cuando estuvo en un sello discográfico, antes de montar el suyo, le borraron partes de los discos que la muy calenturientas mentes de los ejecutivos de la compañía interpretaban como sexuales. Zappa tardó años en entender el porqué a veces, como en una que se figuraban que con una metáfora sobre cafés quería hablar de tampones.
En las entrevistas sobre su "lenguaje malsonante", el músico lo califica de chusco intento de controlar la libertad de expresión para restringirla. Manifiesta: "Uso mi lengua en toda su capacidad, si le quieres decir a alguien 'que te jodan', lo mejor es que digas 'que te jodan', es como mejor se entenderá".
En la última entrevista le vemos prácticamente en su lecho de muerte. Es un encuentro emotivo en el que vuelve a distanciarse de todo. Dice que cuando esté muerto no quiere que le recuerden, o que le da igual, o que no le preocupa en absoluto. "Los que quieren que se les recuerde son la gente como Reagan o Bush, que gastan mucho dinero y trabajan duro para que se les recuerde terroríficamente bien". Vive dios que una vez más, la clavó.