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excelente edición de la mano de dibbuks 

'La mujer leopardo' o Spirou y el festival del MacGuffin

Yann y Schwartz cierran por todo lo alto la trilogía que inauguraron con “El botones verde caqui”, aunque no han faltado los sibaritas que le han puesto algún 'pero'

30/04/2018 - 

VALÈNCIA.-  Una montaña rusa. Pocas metáforas puede describir mejor la continuación de El botones verde caquí (2015), la primera aventura de Spirou firmada por Yann y Olivier Schwartz (y el colorista Laurence Croix, que también repite), recientemente publicada por la editorial Dib>buks, que lo están dando en la cuidad recuperación de las aventuras del botones del Hotel Moutique en la que lleva embarcada años. Aunque originalmente la obra se publicó como trilogía, aquí se han agrupado en un solo volumen La mujer leopardo y El señor del las hostias negras lo cual es de agradecer. Por cierto, también lo es el que se haya sido fiel al título francés (hostias, allí, no tiene ninguna acepción negativa) ya que con esto de lo políticamente correcto seguro que alguien se planteó sustituirlo por ‘obleas’ para no arriesgarse a soliviantar al pogromo de los ofendiditos.

La propuesta de Yann y Schwartz es casi un homenaje a los viejos seriales de televisión en los que los protagonistas van, com cagalló per séquia, saliendo de un lío y metiéndose en otro hasta el desenlace final. Así es La mujer leopardo, que empieza con la misteriosa presencia que da título al albúm saltando por los techos de Bruselas y acaba con una guerra de brujas en pleno centro de África. Por el camino se cruzan con Paul Sartre y Simone de Beauvoir, la operación Paperclip para introducir científicos alemanes en EEUU tras la guerra, nazis negros, bombas atómicas, críticas al colonialismo, las víctimas de los campos de concentración y un sinfín de gags y guiños que comienzan con esa mujer leopardo claramente inspirada en el atuendo de Dolores del Rio de Estambul (Norman Foster1943).

La narración se sucede a un ritmo vertiginoso, y la cantidad de guiños es apabullante. Algunos muy evidentes —como la presencia Quique y Flupi o Allan Thompson, personaje creados por Hergé—, otros para lectores talluditos, como son la presencia de esos émulos de Mobutu Sese Seko y Laurent-Désiré Kabila, o la visión sobre la poscolonización de el Congo que solo se puede entender plenamente con mentalidad belga. Hay, por lo visto, pequeños homenajes incluso a los directivos de la editorial Dupuis que, evidentemente, alguien que no esté en la pomada no puede entender. 

Sobre el trabajo de Schwartz y Croxi, la crítica francesa ha sido unámime: excelente, lo mejor que le ha pasado a Spirou desde Franquin. Más cuestionado ha sido el trabajo de Yann. Para algunos, tanto giro de guión supone abir muchas subtramas sin cerrar ninguna. La presencia, por ejemplo, de Boris Vian en el (genial) episodio que pone en solfa la misoginia de Sartre (y cómo a De Beauvoir se le ocurrió el título para El segundo sexo), no aporta realmente nada, salvo la devoción de Schwartz por el autor de Escupiré sobre vuestras tumbas o Todos los muertos tienen la misma piel.

Negar la acusación es inútil, ya que es cierta. Otra cosa es si al lector le preocupa más o menos, y aquí entran los gustos personales. Esa postura es tan legítima como la de los que agradecen una historia con tantos recovecos y que avanza a un ritmo vertiginoso. ¿Qué en muchos momentos parece una sucesión de MacGuffins, esos artificios de guión que tanto gustaban a Hitchock? Pues sí, no se puede negar.

Todo tiene su explicación. No se puede olvidar que la trayectoria profesional de Yann en la que, hasta que llegó a series más comerciales como Thorgal o Luky Luke, mostró un humor no exento de sal gorda que le supuso meterse en algún que otro charco. Nada de eso ocurre en La mujer leopardo, pero esa afición a trufar sus obras de indirectas y dobles sentidos es lo que no ha gustado a algunos. Aunque solo por ver a Spirou darle al frasco para ahogar unas penas que se empeñan en flotar, se le perdona.

La cuestión está pues en cómo se quiere disfrutar de la obra: leyéndola de un tirón y disfrutarla plenamente o buscar una trascendencia a la que, en realidad, no parece que aspiran los autores. Para los que opten por la primera opción, tiene en su mano un volumen que vale su peso en oro.

Orígenes de 'El botones verda caquí'

Aunque El botones verde caquí, la primera parte, nació con vocación de one shot, a partir de un viejo proyecto de guión pensado para Yves Chaland (cuya relación con la serie solo puede calificarse de accidentada) allá en los 80. Fue tal el éxito que cosechó que Dupuis decidió encargar a sus creadores y segunda entrega que, finalmente, acabó en trilogía. El botones... fue lo mejor que le había pasado a Spirou en mucho tiempo, un personaje que aseguraba ventas (y que había tenido un spin off tan genial como El pequeño Spirou) apenas había evolucionado en los últimos años. Así, Dupuis decidió en 2005 lanzar una serie paralela para dar cabida a que distintos autores ofrecieran su personal visión sobre el personaje. La primera sorpresa el potencial de la serie titulada "visto por" fue Diario de un ingenuo (2008) de Émile Bravotoda una reinvención del personaje como -salvando las distancias— pudo ser Born Again para Daredevil o Batman: Año Uno para el hombre murciélago. 

Bravo situó a Spirou y su inseparabale Fantasio en una Bruselas ocupada por los nazis, y ese fue precisamente en el punto de partida de El botones... El éxito es que obligó a buscar un continuación con lo que Schwartz y Yann se han convertido en los únicos autores en repetir, dos veces en el caso del primero y tres en el del segundo). ¿Volverán? Quién sabe.

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