VALÈNCIA. El pasado 8 de marzo fue un día histórico que debería funcionar como punto de inflexión para encarar el futuro. Miles de mujeres salieron a la calle pidiendo igualdad. Fue una revolución pacífica, la escenificación perfecta de ‘People Have The Power’, en cuyo estribillo Patti Smith proclama que la gente tiene el poder de redimir el trabajo de los necios. En este caso, la gente fueron las mujeres, mujeres como ella.
Si no hubiese sido por algunas de las voces que he escuchado a lo largo de mi vida, yo no sería el individuo que soy. Muchas de esas voces han sido femeninas, de artistas que, antes de que pudiera tener conciencia acerca de ciertas cuestiones, me estaban revelando una realidad distinta a la que conocí siendo niño, adolescente, joven y adulto. Patti Smith, Debbie Harry, Laurie Anderson, The Slits, Siouxsie, Lydia Lunch, The Raincoats, Kim Gordon, Pauline Murray, Pat Place, Anya Phillips, Cherry Vanilla, Jayne County, Ana Curra, Paloma Chamorro, Alaska, Las Chinas -por citar solamente a algunas de las más importantes para mí durante esos primeros años-, me mostraron el mundo a través de los ojos de las mujeres. La música era la puerta, y a través de ella también supe de la existencia de escritoras, cineastas, artistas plásticas, periodistas, fotógrafas, diseñadoras, empresarias. Una fuente de conocimiento que fue expandiéndose más allá de la música a través de nuevas conexiones, imprescindibles para mi riqueza intelectual y emocional.
Lo mismo puedo decir de los hombres a los que les debo la certeza de que la masculinidad no es eso que llevan siglos vendiéndonos. Aunque por educación y contaminación social haya caído en sus vicios y trampas –y es posible que cada tanto aún lo haga, lo cual me inquieta mucho-, no creo haber representado nunca ese modelo. Supongo que eso en parte se debe a que he vivido otras realidades. La que, por ejemplo, implicaba descubrir a los 15 años la transexualidad a través del cine de Warhol; la que proporciona el haber crecido pendiente de estrellas que pulverizaban el concepto arquetípico de masculinidad y cuestionaban ciertas teorías sobre nuestra sexualidad que jamás han estado escritas en piedra. Hablo de Lou Reed y Bowie, claro, pero también de Kurt Cobain, que en el instituto fue víctima de la agresividad machista. La denunció cuando cuando no era famoso y también antes millones de personas, cuando ya era una estrella. Lo hizo vistiéndose con prendas femeninas y atacando la violencia intrínseca que va asociada al concepto caduco de hombría. Y nunca olvidaré el jeroglífico que planteaba aquella canción de Jayne County, ‘Man Enough To Be A Woman’. Lo suficientemente hombre como para ser una mujer.
El rock es un medio que ha sido tremendamente machista hasta hace bien poco. Sigue siéndolo, pero ahora cuenta con importantes contrapesos que rebajan notablemente ese tono fanfarrón que por tanto tiempo ha reinado en este campo. Se ha hecho visible un cierto tipo de sensibilidad. Pueden llamarla nueva, pero no es cierto, esa sensibilidad -o actitud, o manera de pensar, que cada cual la nombre como prefiera- es tan vieja como el ser humano. No todos los hombres representamos los clichés que lastran el concepto de masculinidad. Para mí, ser hombre consiste en desarrollar la esencia de lo que somos los hombres, nuestra imaginación, nuestra humanidad, nuestra fuerza sin que eso último tenga que pasar por los tópicos bañados en testosterona. Moses Sumney, mi hallazgo favorito de 2017, es un hombre y la sensibilidad que derrocha su primer álbum también pertenece al espectro emocional de lo masculino. Un espectro en el que también tienen cabida Matt Berninger -cantante de The National-, Bon Iver, James Murphy o Josh Homme, uno de los máximos hitos en la reformulación actual del hombre que está orgulloso de serlo y a la vez, es empático, igualitario y, si hace falta, se ríe hasta de su sombra.
Roberta Marrero, otra mujer de la que siempre se aprende, comentaba recientemente que ojalá las mujeres viesen más porno homosexual masculino. Así verían que hay hombres que, por muy grandes y musculosos que sean, también adoptan roles sexuales que no acostumbramos a ver. En su próximo libro, We Can Be Heroes. Una celebración de la cultura LGBTQ+ , Roberta escribe: “El desnudo gay masculino hace del hombre un objeto de deseo y no un sujeto deseante, representando una lascivia normalmente reservada a las fotografías de mujeres desnudas hechas para hombres”. La vulnerabilidad también es cosa de hombres, y tanto que lo es. No sólo en el plano privado y más allá de la orientación sexual. Se nos ha enseñado a disimularla, a reprimir las emociones, a pedir perdón por ellas. Pero somos vulnerables porque además cargamos con un peso invisible que nosotros mismos hemos aceptado sin necesidad alguna. Por eso mismo, Sufjan Stevens actuando en la reciente gala de los Oscar –con Moses Sumney en la banda, por cierto-, con su chaqueta de franjas de colores con dragones estampados, también forma parte de lo que es y puede ser un hombre.
El haber logrado verbalizar alguna de estas reflexiones se lo debo a dos hombres. El primer de ellos es David Byrne, uno de esos maestros que me enseñaron a observar el mundo desde otra perspectiva, bien descubriéndome la música africana o latina, bien mostrándome los entresijos del mundo occidental en el que tan cómodamente vivíamos tanto él como yo. Leyendo Diarios de bicicleta (la bicicleta, por ejemplo, es uno de los grandes exponentes de esa otra masculinidad; y no me refiero a los ciclistas domingueros embutidos en mallots que hacen de su bicicleta otro coche y ponen en riesgo la seguridad de los peatones; me refiero a hombres como Joan Ribó, alcalde mi ciudad y otro ejemplo perfecto de esa masculinidad que debería proliferar) descubrí al ceramista Grayson Perry, ganador de premios como el Turner o el BAFTA. Es heterosexual, está casado, tiene hijos, monta en bicicleta y, además, es travesti.
Perry acaba de publicar un libro en España titulado La caída del hombre, publicado por Malpaso. En él disecciona los clichés sobre esa masculinidad obsoleta que, entre otras cosas, empuja a algunos varones a pensar que el feminismo es una conspiración para esclavizar y exterminar a los de nuestro género. No, el feminismo solamente significa una cosa: igualdad. Y la masculinidad es un concepto muy amplio que pasa por aceptar que, en la historia del mundo, no hemos permitido que las mujeres goce de los mismos derechos ni del mismo protagonismo que nosotros. Al contrario, las hemos invisibilizado, maltratado y matado. “El estudio de la masculinidad –dice Perry en su texto- puede considerarse un lujo, un pasatiempo para sociedades prósperas, instruidas y pacíficas, pero yo diría lo contrario: cuanto más pobre, más subdesarrollada y más inculta es una sociedad, más necesario es que la masculinidad se adapte al mundo moderno, porque probablemente está frenando el avance de esa sociedad. En todo el mundo hay hombres que cometen crímenes, declaran guerras, reprimen a mujeres y desbaratan economías, todo debido a la anticuada versión de la masculinidad”.
Dice además Perry en su libro que se está llevando a cabo una revolución. Yo también lo pienso, especialmente después de lo vivido el pasado 8 de marzo. Como él, yo también creo que el término revolución está demasiado asociado a la parte destructiva de la masculinidad. Para cambiar el mundo no hace falta que corra la sangre y menos aún erigirse en juez de una causa y ejecutor de sus contrarios. Eso no te convierte en la solución a nada, sólo ratifica que tú también eres parte del problema. Esa es una actitud muy propia de la masculinidad chunga, de eso que Perry denomina el hombre por defecto, el que todo los soluciona a mamporros y a tiros. Imbéciles hay en todas partes, ya lo sabemos, y eso está por encima del género. Pero lo que se vivió el pasado jueves forma parte de una revolución pacífica (de eso el pueblo catalán –que no gran parte de su clase política- también sabe un rato). Es la revolución de las mujeres pero es la revolución de todos. Y nosotros sólo podemos formar parte de ella si somos los suficientemente hombres como para tratarlas como iguales.