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LOS DÍAS DE LOS OTROS  

La guerra ha acabado (si tú quieres)

3/01/2018 - 

VALÈNCIA. He pasado los últimos días del año 2017 y el primero de 2018 en New York. He sido, por tanto, una de las miles de turistas que se han cubierto de ingentes capas de ropa y accesorios invernales para soportar con la mayor dignidad posible un frío (-10 grados) y una sensación térmica (-16 grados) que a cualquiera espantaría. Reconozco que un atisbo de mal humor se adueña del tipo más feliz cuando el viento golpea la cara con la misma ferocidad con la que lo haría el filo de un cuchillo.

Para que la postal navideña en la ciudad más insigne del capitalismo fuera sublime nevó. Lo hizo con un ritmo acompasado, en un crescendo que a todos nos conmovió silenciosamente en algún momento del día. El culmen de este instante me pilló en la esquina del Flatiron, ese edificio cuya planta es idéntica a la de una plancha del mismo nombre. Se trata de la construcción que inspira una de las cientos de leyendas urbanas –o leyendas simplemente- que acoge esta ciudad. Por el diseño arquitectónico del edificio eran frecuentes las potentes corrientes de aire en las calles laterales. A comienzos del siglo XX -fecha en la que se construyó este mastodonte de acero y piedra caliza obra de los arquitectos Daniel Burnham y John Wellborn Root- no era frecuente que las mujeres enseñaran sus piernas. Más bien al contrario. Sin embargo, en aquellas calles adyacentes al Flatiron algunas damas mostraban -involuntariamente- sus tobillos e inclusos sus muslos. Algunos vouyer de la zona propagaron la estimulante noticia y el Flatiron se llenó de mirones. La noticia llegó hasta la policía que tuvo un arduo trabajo expulsándolos a todos aquellos fisgones. Fue entonces cuando se constituyó la expresión ‘skidoo23’, que viene a significar ‘largarse de la 23’.

Hay un libro muy hermoso de Peter Kuper –historietista y caricaturista en Time Magazine, Newsweek, The New York Timespublicado en Sexto Piso titulado Diario de Nueva York.

Claramente, Nueva York era un lugar peligroso donde sucedían cosas terribles, pero también un lugar que podía convertir a gente ordinaria en superhéroes. Esa sofocante noche de agosto, inmerso en la rugiente espiral de energía maniaca de Nueva York, decidí que quería mudarme a esta ciudad lo antes posible.

Este es un fragmento del texto introductorio de un diario gráfico apasionante sobre una ciudad a la que le brotan historias cada día. Kuper visitó por primera vez New York en el verano de 1968. Solo tenía nueve años. En el verano de 1977 volvió de nuevo y la ciudad de Nueva York estaba en bancarrota. Así lo explicaba el humorista gráfico:

Times Square estaba derruido y era peligroso después de la medianoche. Las estaciones de metro estaban maltrechas y tenían grafitis en todas las paredes. Los vagones no tenían aire acondicionado para paliar el bochorno subterráneo. Una huelga de recolectores de basura había dejado montañas de apestosos desechos y ratas viciosas merodeando por el suelo. Un asesino en serie, el Hijo de Sam, aterrorizaba la ciudad; cuando se produjo un apagón en julio, vándalos saquearon la ciudad.

Las viñetas de Kuper han sido sustanciales para explicar los últimos acontecimientos políticos y sociales de esta ciudad que como el propio Kuper afirma, “es un lienzo siempre inacabado, que abre posibilidades a cada sucesiva oleada de artistas”. Diario de Nueva York es el retrato de un doble rostro: el de la ciudad brillante pero también en el de la urbe oscura y  sombría con los indigentes de Times Square, la devastación del 11 de septiembre, el ajetreo y la soledad extrema de la vida cotidiana de casi ocho millones de personas.

Muchas de esas millones de personas leen cada día The New York Times, el periódico de gran reputación nacional e internacional. El 1 de enero de 2018 pasé la mañana en DUMBO, el barrio del distrito de Brooklyn cuyo nombre es un acrónimo de Down Under the Manhattan Bridge Overpass. Este barrio, repleto de locales hipsters de gastronomía, moda y arte alojaban antiguamente naves industriales que se situaban muy cerca del río. Tuve que entrar en uno de esos locales -The Brooklyn Roasting Company, un lugar donde puede comprarse los mejores cafés del mundo- para guarecerme del frío. Allí, en una enorme mesa repleta de publicaciones y revistas, localicé un ejemplar del diario de ese primer día de 2018. En la página A5, el periódico felicitaba así a sus lectores: “War is over! If you want it. Happy New Year from John & Yoko”. Se trata de una reproducción de la famosa campaña de publicidad que John Lennon y su mujer, Yoko Ono, realizaron a finales de 1969 cuando alquilaron vallas publicitarias y espacios en revistas y periódicos para que este lema – “La guerra ha terminado (si tú quieres). Feliz año de nuevo de John & Yoko”- se contagiara a todos los americanos.

Mientras saboreaba un té verde que atemperaba mi gélido cuerpo me dispuse a leer el periódico. Cuando ya llegaba al final disfruté de una sección llamada 'Metropolitan Diary'. Allí, cada día, los neoyorquinos escriben su particular entrada siempre con el consabido encabezamiento ‘Dear Diary/Querido Diario’. En aquel primer día del año escribían lectores contando que habían volado la cometa con su hija por primera vez; otra mujer explicaba cómo se había encontrado en el autobús con una mujer que conocía y ésta empezó a contar en voz alta los detalles de su futura operación quirúrgica; un anciano recordaba su mes de septiembre de 1961 cuando se estaba preparando para entrar a las Fuerzas Armadas estadounidenses y visitó el Birdland de Manhattan, un club de jazz mítico. Y así, cada día, mostraban cuatro o cinco entradas nuevas de ciudadanos de una ciudad que desalienta y fascina a partes iguales. Me parece que si una ciudad tuviera un diario personal sería precisamente ese, el que escriben sus ciudadanos: las historias personales de esos hombres y mujeres que tienen existencias menudas en un país en el que todo es posible.

2 de enero de 2018, NYC

Me subo en el avión de vuelta a España con un ejemplar de The New York Times de aquel 1 de enero de 2018. Es mi particular souvenir. Quiero enmarcarme la felicitación de John & Yoko. Quiero tenerla cerca cada vez que los días aciagos se acerquen. El avión despega y en mi móvil suena Happy Xmas (War Is Over), la bella canción navideña que John Lennon, Yoko Ono y la Plastic Ono Band grabaron en 1971 con la colaboración del productor Phil Spector. Y entonces pienso cómo brillarían los ojos de aquellos niños del Coro de la Comunidad de Harlem que escucho en el estribillo.

Hasta pronto, New York.

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