Con Isabel Díaz Ayuso pasa como con el Real Madrid, que si no te interesan sus andanzas te las tienes que comer o cambiar de canal. Cuando llegan los deportes en los telediarios los primeros minutos son para el Madrid aunque no haya jugado: las declaraciones de Zidane, las bromas del entrenamiento, el cumpleaños de Sergio Ramos... y, lo más inverosímil, los continuos errores de los árbitros en contra del equipo blanco.
Esta sobredosis lleva a que los espectadores futboleros acaben amando u odiando al Real Madrid, lo que genera negocio al club y a los los medios de comunicación. No lo hacen porque sí. En los años noventa, los mismos periodistas que provocaban esa polarización dedicaban programas de radio y televisión a analizar el porqué del creciente odio al club más laureado del mundo. En una encuesta de 2018 entre aficionados españoles al fútbol, solo el 10% se mostraba indiferente ante el Madrid –ni amor ni rechazo–, frente al 48% en el caso del Valencia CF.
Esta sobredosis de madridismo radiotelevisivo me llevó hace más de 20 años, para evitar dolores de estómago, a cambiar de canal cuando en las noticias ponían la entradilla de los deportes. Era aparecer María Escario o Nacho Aranda con el escudo detrás y desenfundaba el mando más rápido que Clint Eastwood para dejarlos con la palabra en la boca. Gracias a ello no solo apacigüé el ánimo sino que me enganché para siempre a Saber y ganar.
Esa misma sensación de irritación tengo ahora con la presidenta de la Comunidad de Madrid, omnipresente en todos los informativos y tertulias de los medios de cobertura nacional y aún de los locales del resto de España, que no pueden escapar al menú que se sirve desde la capital. Como en el fútbol, esta sobreexposición genera audiencia a los medios de comunicación y beneficia a la protagonista –igual que a Illa– al margen de que la pinte como el demonio o como una diosa, porque no hay término medio. Ni medida. Pones a unos, y Ayuso es la gobernante que todo lo hace mal; pones a los otros, y llegas a la conclusión de que si no fuera por ella "los muertos de Sánchez" serían aún más.
Y si en los deportes lo inaudito es que los periodistas quieran convencerte de que los árbitros perjudican al Real Madrid, con Ayuso lo sorprendente es que algunos traten de convencernos de que la construcción de un hospital público para enfermos de covid en plena pandemia es un error. Un hospital público que lleva el nombre de una enfermera, Isabel Zendal, cuando lo esperado en una dirigente de derechas era que lo llamara Rey Felipe y privatizara la gestión.
Aquí es cuando después de nosecuántos párrafos uno se da cuenta de que ha caído en la trampa y está hablando de Ayuso y del Zendal cuando lo que quería era hablar de Puig y de sus hospitales para la covid.
Vamos con Puig. En este periódico decidimos desde el primer día no cuestionar la puesta en marcha de los hospitales de campaña impulsados por la Generalitat en marzo. Incluso lo aplaudimos. Sí que nos propusimos vigilar la contratación y la puesta en marcha, pero sin cuestionar la idea porque cuando lo que se criticaba era la imprevisión de los gobernantes, montar hospitales por si acaso era un loable ejercicio de previsión, aunque luego no hicieran falta. Por eso, tampoco criticamos que llegara el verano y no se hubieran utilizado.
Es verdad que parecía mejor solución hacer como en Ifema y abrir hospitales provisionales en Feria Valencia e IFA, pero todo tiene sus pros y sus contras. Aquí se prefirió tener instalaciones más endebles –y más baratas– pero con la ventaja de estar anexas a los hospitales de referencia en cada provincia.
Los hospitales de campaña son un buen recurso cuando hay una catástrofe. Se usan en guerras o terremotos y no tienen las comodidades de un hospital convencional. Tampoco las tienen el hospital de campaña de Ifema, el Isabel Zendal, la antigua Escuela de Enfermería de La Fe o las cafeterías y capillas habilitadas en varios hospitales valencianos que están al borde del colapso.
Ni el confort es el mismo ni la atención recibida puede compararse a la de antes del virus porque el personal es insuficiente y está agotado. Estamos en una pandemia. Tal vez si se explicara eso por parte de los responsables de Sanidad en lugar de negar las evidencias habría más comprensión por parte de todos.
Pero preguntas a la Conselleria de Sanidad y todo va de maravilla a pesar de las evidencias que publicamos los medios: ni los hospitales están al borde del colapso, ni hay problemas con los residuos, ni faltan vacunas para la segunda dosis, ni se ha saltado su propio protocolo de vacunación relegando a mayores en residencias –sin que Mónica Oltra diga ni pío– ni en el viejo hospital La Fe ha habido ningún tipo de desatención hacia los enfermos... Y cuando sale una directora general y deja en evidencia a Ana Barceló, acaba en la calle no por su mala gestión en la vacunación sino por salirse del discurso oficial –y falso– en un informe.
La construcción de un hospital público para enfermos de covid en plena pandemia es un acierto en cualquier gran ciudad. Otra cosa son los resultados. En Alicante y Castellón los hospitales de campaña parece que están funcionado sin problemas. En València, el de La Fe se evacuó a los pocos días de su estreno por las fuertes rachas de viento, un imponderable que lo inutiliza, a no ser que se asuma que quienes allí ingresen cuando venga fuerte el poniente no van a tener el confort de un edificio.
En el antiguo hospital La Fe las noticias aún son peores. Este periódico solicitó a Sanidad entrar a hacer un reportaje tras la alarmante información de El Español que la Conselleria desmintió con aquel comunicado que entre líneas evidenciaba que todo era cierto. No ha sido posible, así que nos quedamos (espantados) con el reportaje de Dani Valero, sin imágenes, a la espera de que la Fiscalía emita su informe.
¿Y el Isabel Zendal, siempre envuelto en polémicas? Es difícil emitir un juicio para quien no sigue la actualidad madrileña más que por castigo. Además, las comparaciones son odiosas. Solo destacar que Díaz Ayuso ha dejado entrar en el hospital a los fotógrafos en un ejercicio de transparencia que en la Comunitat Valenciana echamos de menos. Viendo las imágenes, no tiene mala pinta, pero es solo una impresión.