VALÈNCIA. Cae en mis manos el primer número de Infinite Dark (Image Comics, 2018) del guionista Ryan Cady y el dibujante Andrea Mutti a los pocos días de ver el segundo capítulo de la undécima temporada de Enano Rojo, titulado Samsara, que también es de temática espacial post-apocalíptica. Al igual que en el cómic, la tripulación de la nave de la serie británica se encuentra una embarcación estrellada en el fondo de un océano de un planeta perdido. Es curiosa la explicación que dan de la tecnología a la última que llevaba ese vehículo espacial de largas distancias. Contaba con una unidad de karma para favorecer las relaciones entre la tripulación, si la gene hace algo bueno, se la premia con suerte, si se porta mal, con mala suerte. Alguien la manipuló para que solo premiase las malas conductas y ese es el motivo por el cual la tripulación del Enano Rojo cuando entra en sus pasillos se encuentra esqueletos practicando sexo anal y felaciones unos con otros. Durante un tiempo, para sobrevivir, tuvieron que llevar una mala conducta si no querían ser castigados por la unidad de karma.
Lógicamente, este cómic americano, en el que también se visitan sugerentes instalaciones espaciales abandonadas, no tiene tanta gracia. Más bien no tiene ninguna. Es malrrollista. Una intriga filosófica. El punto de partida no es el de una tripulación perdida, ni el de unos investigadores que hallan vestigios de una nave y tienen que averiguar por qué han puerto sus ocupantes. Aquí ya se ha acabado todo. El universo llegó a su fin. Solo quedan dos mil seres humanos que tienen la certeza de que a su alrededor ya no existe nada.
Esperando otro Big Bang
Todos los que quedan están metidos en el Orfeo, una nave con capacidad para más de diez mil personas, pero que solo ha podido albergar a tres mil. Los demás no lograron llegar hasta ella antes de que todo desapareciera. La nave está en el vacío. Es lo único que queda en la existencia.
Diálogos introspectivos, ese es el grueso del guión. Las meditaciones de quien se sabe solo en mitad de la nada. Posiblemente, en cuanto a la típica claustrofobia espacial, esta sea una de las obras más ambiciosas de la ciencia ficción contemporánea.
Es todo bastante depresivo. Lógicamente, para evitar que ese abatimiento se coma a la tripulación, la Inteligencia Artificial de Orfeo tiene una psicoterapeuta que dialoga con las personas periódicamente. Se llama SM1TH y, fundamentalmente, cuida los efectos del complejo de culpa que tienen los supervivientes por haber sobrevivido, algo habitual en las grandes tragedias.
En estas circunstancias, ocurre algo impensable. En la zonas preparadas para albergar a miles de personas, que ahora están vacías, un director ha tomado un rehén y se ha escondido. La directora de seguridad Deva Karrel tendrá que acudir e investigar qué está pasando. La pregunta es por qué alguien querría hacer algo así en la situación en la que se encuentran.
En las 28 páginas de la primera entrega no hay más que una extensa presentación de la situación y al final arranca la acción. No es fácil de explicar una historia que trascurre en la nada. Si bien como idea es inmejorable. Sobre todo en estos tiempos de sobreabundancia de estímulos, exceso de información y una interminable cadena de noticias internacionales cada vez más preocupantes y, paradójicamente, grotescas; ahora pensar en el fin del universo, sumergirse en la antimateria, es como si te hablan de un jacuzzi en el desierto. Pocas veces he sentido tanta expectación por el segundo número de una serie de Image, aunque es elevada la posibilidad de que la historia pierda fuelle y se diluya a tiros y persecuciones de polis y cacos por la nave abandonada.
Reflejo de la situación anímica del autor
Cady comenzó a escribir esta historia para salir de una situación de depresión. El punto de partida del relato de ciencia ficción tiene una base metafórica. Empezó a escribirlo en junio de 2017, después de haberse a mudado a Nueva York y encontrar al poco tiempo que había sido un error. Se sumió en un pozo de amargura y miseria que le llevó a tener miedo de todo lo que le rodeaba todos los días. Tenía problemas para salir a la calle.
En ese estado, se inspiró en la leyenda mitológica de los argonautas y en clásicos como el Alien de Ridley Scott y los textos de Lovecraft. En una ocasión, Cady reconoció que había crecido en un ambiente muy religioso y que, aunque ahora era escéptico con estas cuestiones, algún poso le había dejado.
El dibujo de Andrea Mutti está bien, pero es difícil no compararlo con el de Studio Hive en la adaptación del videojuego Warframe, el cómic que escribió Cady el año pasado junto a Matt Hawkins, uno de los guionistas veteranos de Image. Un gran dibujo en el que el lucimiento del argumento es limitado, se trata de robots ninja persiguiéndose por el espacio para matarse. En Infinite Dark, los lápices de Mutti, con su corte de dibujo clásico de cómic, le vienen al pelo a la historia de Cady, pero la oscuridad y las viñetas con lluvia de Warframe eran espectaculares. Veremos cómo sigue la serie.