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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Hoy vamos a hablar de la diferencia entre lo objetivo y lo subjetivo

23/06/2019 - 

VALÈNCIA. Barrio Sésamo me pilló algo mayorcito para ver programas infantiles, pero sí, confieso que lo veía. No sé si porque era de los primeros programas se emitían en color, pero lo veía. Ya sabía sumar, ya sabía escribir, pero no me perdía ni uno. Y qué queréis que os diga, esas aclaraciones tan rotundas, esa llamada a la simplificación, me marcaron. Cantar La canción del  7 para saber cuántos son siete, o la diferencia entre delante y detrás o arriba y abajo no es ninguna chorrada. En cualquier momento llega un político, se sienta en una entrevista y nos intenta convencer de que sus actos no contradicen lo que prometió durante la campaña. Sentarse a hablar no es lo mismo que sentarse a negociar. Como si fuésemos idiotas.

Hoy, más que hablar de Barrio Sésamo- quiero hablar de lo objetivo y lo subjetivo. El hecho de ejercer el periodismo musical en tiempos revueltos (en tiempos donde el periodismo musical cada vez pinta menos) implica la necesidad repasar ciertos aspectos básicos, más que nada de cara a los lectores. Los lectores hace años que no son un ente abstracto, son nombres, avatares y hasta amigos con los que tratamos en el mundo real, gente que nos lee y nos da sus opiniones al respecto, en tiempo real. Es más, a veces hay lectores que sólo leen el titular en redes y opinan en base a lo que los demás opinan, eso también sucede. Cuando uno escribe un artículo periodístico, lo hace sobre la objetividad. Es decir, escribe para informar sobre un tema, dar su visión u opinar sobre él. Si yo escribo sobre, pongamos por caso, Bruce Springsteen, eso no necesariamente significa que a mí me Bruce Springsteen me guste o me disguste. Cierto es que yo empecé escribiendo en revistas especializadas, -qué digo revistas especializadas, ¡empecé haciendo mi propia revista, un fanzine! -  y eso me permitió hablar de lo que me gustaba. No aspiraba entonces a ejercer como periodista sino simplemente hablar de lo que me gustaba, en una época en la que ciertas informaciones escaseaban. Entonces, por joven y por inexperto, me permitía el lujo de ser subjetivo porque el apasionamiento ayudaba a construir una personalidad escrita y eso era lo que admiraba en mis periodistas musicales favoritos. 

He tenido la gran suerte poder convertir esto, mi pasión, en mi trabajo. A medida que fui trabajando para medios generalistas aprendí qué era la objetividad y cómo emplearla. Así y todo, también he tenido la fortuna de escribir casi siempre de artistas y temas que me gustan mucho. Por eso supongo que quien me haya seguido, me identifica con ciertos nombres, ciertas músicas e incluso con determinadas actitudes. Todo eso va implícito en mí, en el individuo que soy, pero no determina mi línea de trabajo y menos aún mis opiniones. Mis gustos musicales y culturales y mi manera de entenderlos y vivirlos pertenecen en una gran medida, al siglo XX. No desprecio la actualidad ni pretendo ignorar el futuro. Tengo verdadera curiosidad por saber qué pasará con la música pop y cómo las nuevas generaciones se relacionarán con todo eso que para mí ha sido tan importante. Del modo que tienen de relacionarse con el presente poco puedo decir: es suyo, las reglas las ponen ellos. Yo solamente puedo observar, sacudirme prejuicios –ese aterrador “es que ya no se hace buena música” que no quiero escucharme repetir jamás- e intentar analizar lo que sucede porque, en cierto modo, me preocupa saber hasta qué punto aquello que para mí ha sido vital tendrá vigencia cuando yo esté tomándome algo con Joey y Dee Dee en el CBGB del más allá.

Es cierto que en los últimos años. Algunos periodistas han dado por agotada la fórmula de la música popular blanca anglosajona y han comenzado a difundir otras músicas, en algunos casos atacando lo primero y señalando con dedo acusador a todo aquel que siga consumiéndolo. A mí siempre me han gustado muchas más músicas de las que se puede percibir a través de mis escritos, y sé lo que es tener que estar dando explicaciones y entrando en discusiones una y otra vez, y hablo de cuando las redes sociales no existían. En este sentido, hablar bien de la obra de Joaquín Sabina siempre supuso grandes dolores de cabeza y poner a Las Grecas en un bar moderno de València a mediados de los ochenta me valió ser insultado por un señor que se ofendió tantísimo que tres décadas después sigue sin dirigirme la palabra. Sé lo que es defender la música electrónica ante fundamentalistas del rock. Sé lo que es defender grupos experimentales e iconoclastas ante oyentes poco permeables a lo distinto. Y así puedo seguir hasta la extenuación.

Lo que nunca he hecho, al menos en mis años de madurez, es olvidar la objetividad en pos de la subjetividad. Si escribo un texto afirmando que el auge de las nuevas músicas latinas es una realidad, y más que una moda, es algo que viene para quedarse, no me estoy regocijando con nada. No estoy renegando de nada. No me desdigo de nada. Me sigue gustando lo que me ha gustado siempre porque a los 56 años mis gustos son más que gustos, son los pilares y las raíces del individuo que soy. Me siguen emocionando todos esos artistas que menciono en este mismo espacio domingo sí y domingo también, y otros mucho más recientes, como BC CamplightJamila WoodsFujiya & Miyagi o Putochinomaricón, por no hablar de Moses Sumney, al que adoro incondicionalmente desde que escuché Arromanticism. Soy lo que soy, por eso defiendo a Rosalía con toda convicción, porque más allá de cuánto me pueda gustar su álbum, me gusta lo que es, lo que significa y en lo que se está convirtiendo. El flamenco nunca ha sido uno de mis géneros favoritos y el trap y el reguetón me quedan algo lejanos  -no tengo tiempo suficiente para prestarle atención a todo lo que me interesa y, por mi edad, tampoco considero necesario llegar a todo-. Pero por una mera cuestión de objetividad, mientras pueda quiero seguir diferenciando lo que me parece valioso de lo que no. Y eso es lo que hago y voy a seguir haciendo. Defender desde la subjetividad mi derecho a la objetividad, y viceversa. Y también mi derecho a recordarle a mis coetáneos que, cuanto antes nos despidamos del siglo XX, mejor.

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