Hoy es 31 de diciembre y según me cuenta un amigo, es momento de echar mano de la mitología romana para atravesar este último día del año. Porque no se trata de cualquier año; es el último día de 2020. Me explica que el dios Jano simboliza una puerta que se abre a otro lugar y otro momento y hay que cruzar y dejar lo pasado en el otro lado.
Menudo pasado. Lo que hemos vivido este año ha sido, más que La Odisea de Homero, como meterse en una novela distópica, con un mundo y una sociedad basada en preceptos inimaginables antes del 14 de marzo.
Desde ese día estuvimos confinados, (palabra del año elegida por la Fundeu), casi tres meses. En casa, sin salir salvo para lo imprescindible.
Para algunos, es cierto, el encierro no fue tan físico, sino más bien emocional, salimos todos los días a trabajar. Pero para otros fue una cárcel. Cuando pudimos salir fue por tramos. ¿Se acuerdan? Primero a hacer deporte. Nunca fuimos tan deportistas. Luego paseos. De 6 a 7 los menores de 14 acompañados de un adulto, de 7 a 8 de la tarde las personas mayores y a las 8 el resto.
La distancia, las mascarillas y el gel hidroalcohólico aparecieron en nuestra vida para quedarse. Las colas, los aforos restringidos y las mesas de seis o menos también. Nada de saludos con besos y tampoco el clásico apretón de manos. Todo se lo llevó por delante el ciclón coronavirus.
Nos gustaría que esa puerta que simboliza el día de hoy con el dios Jano nos lleva de vuelta a nuestra vida antes del 14 de marzo. Aún falta un poco. Quizá, es posible que incluso falte lo peor, porque acumulamos cansancio y penurias y ya está en Elche la mutación del virus. Los dos primeros casos se acaban de confirmar en el Hospital General.
A pesar de todo, llegará el día en que todo acabe y nos olvidemos por fin del maldito virus. Lo malo se suele olvidar. Un día de mayo hice la foto que ilustra este texto para que no se me olvidara el único lugar de escape que teníamos en casa. Esa foto para mi representa lo vivido. Ese balcón fue el testigo de todo, en mi casa y seguro que en las otras.
Se nos olvidará la sensación de miedo, se nos olvidará la incertidumbre, se nos olvidará lo que perdimos y lo que prometimos. Prometimos decir más te quiero, abrazar y besar a los que no podíamos, pasear más y prestar atención a los nuestros.
Apreciar las sonrisas, valorar la mano en el hombro, temblar con el roce de la piel del otro. Olernos y sentirnos cerca. Proximidad. Lo contrario de distancia. Se nos olvidará lo malo y nos acordaremos de que aplaudimos y cantamos en los balcones. Vimos series y películas sin parar, sin horario ni calendario, hicimos pan, pasteles y guisos. Acabamos con el papel higiénico y hablamos y brindamos por vídeo conferencia. Hicimos yoga online y entrenamiento de alta intensidad y dormimos; mucho.
No recordaremos el colapso de los hospitales ni el cansancio de los sanitarios, ni la falta de mascarillas, respiradores o equipos de protección. Ni los duelos y las pérdidas en soledad, ni las penas sin abrazos. Se nos va a olvidar.
En parte, estos olvidos son un mecanismo de supervivencia. Nos queda una parte todavía muy dura. Estos días de encuentros y celebraciones nos van a pasar factura en unas semanas. Nos queda un tiempo difícil pero con la solución ya a la vista. Las vacunas. La pedíamos a gritos y ahora dudamos de ellas porque la ciencia lo ha hecho posible más rápido de lo esperado. No nos aclaramos. Somos humanos.
Imperfectos.
31 de diciembre.
Hasta nunca 2020.