El otro día me llamó Eduardo Zaplana enfadado porque en Alicante Plaza habíamos publicado un chascarrillo sobre su gusto por los relojes a propósito del que lucía en el funeral de Fernández Valenzuela, un Blaken Rolex, modelo GMT-MASTER II, valorado en 16.100 euros. Se quejó –amablemente, como no podía ser de otra manera– de que estábamos publicando noticias negativas sobre su persona cuando llevaba diez años retirado de la política. Entendí su malestar, aunque le hice ver que tener un reloj de ese calibre es llamativo pero no negativo. Otra cosa es que uno tenga mala conciencia.
Acabó recriminándome que hace un año publicamos que fuentes judiciales daban por hecha su inminente detención y presumió de que, a pesar de todos los líos en los que han querido meterle, jamás lo habían imputado en nada ni mucho menos detenido. Tuve que morderme la lengua para no desvelarle que tres semanas antes Loreto Ochando y Eva Máñez habían hecho guardia frente a su casa toda una mañana, desde el alba todavía fría hasta el mediodía, porque nos soplaron que a Zaplana lo iban a detener ese martes. Nos equivocamos de martes o quizás se aplazó la operación. No le dije nada, ni falta que hacía porque no es tonto y ya sabía que iban tras él, de ahí su nerviosismo.
En lugar de eso, le dije que tomaba nota de sus apreciaciones y me senté a esperar su detención. Es lo que veníamos haciendo desde hace 20 años unos cuantos periodistas que habíamos visto y oído de todo, y contado lo que pudimos, desde que el "campeón" –como lo llamó Julio Iglesias– empezó a ejercer como president de la Generalitat con total impunidad, como bien saben empresarios, políticos y hasta algunos fiscales que nunca tuvieron interés en investigar cosas como el escandaloso concurso de las ITV. Alguien que vivió de lleno esa época comentaba este martes por la noche, en la cena de Conexus en Madrid a la que tenía previsto acudir Zaplana, que como se pongan a revisar todos los concursos de ITV y parques eólicos va a salir mucha más gente salpicada.
Toca reivindicar sin ningún complejo ese trabajo periodístico, inútil porque aquello fue clamar en el desierto, por si a alguien en la capital de España se le ocurre decir que cuando gobernaba Zaplana (1995-2002) nadie dijo nada. Las críticas y denuncias en la prensa, que las hubo, fueron respondidas con el desprecio, la indiferencia o la chanza. Rara vez pasaron de Requena y cuando lo hicieron obtuvieron la respuesta que recibimos Cruz Sierra y un servidor en Cinco Días por parte del director: que si acaso teníamos ‘zaplanitis’, que no hacíamos más que meternos con el president.